Dicen que a medida que nos ponemos viejos, también nos volvemos un poco más sabios. Muy probablemente la frase sea cierta, y para los que peinamos ya algunas canas no deja de ser un buen aliciente compensatorio mientras vamos despidiendo esa juventud que, poco a poco, nos suelta la mano.
El problema aparece cuando todos nos vamos poniendo viejos. Y eso es lo que le está sucediendo a la sociedad argentina, al menos en términos demográficos. El envejecimiento de la población de nuestro país ya comienza a ser un hecho, y más temprano que tarde empezaremos a experimentar diversos problemas derivados de este fenómeno que no parece tener vuelta atrás.
Repasemos algunas estadísticas. Hace 100 años, casi el 40% de la población de la Argentina tenía menos de 15 años, mientras que, según el Censo 2022, esa proporción ya bajó casi a la mitad: 22%. Por el contrario, en las últimas décadas, la población de mayor edad no ha parado de crecer: en la década de 1970, apenas el 7% de los habitantes del país tenían 60 años o más, mientras que hoy superan el 15%.
Lo mismo viene sucediendo en Córdoba: en 1991, la población menor de 18 años en la provincia representaba el 34,3% del total; hoy, es el 25,6%. Casi nueve puntos menos. En el mismo período, la edad media de la población cordobesa pasó de 28 a 33 años, con uno de los índices de envejecimiento poblacional más altos del país.
Esta transformación radical de la pirámide poblacional tiene varias explicaciones, que se resumen básicamente en dos: cada año nacen menos bebés y las personas mayores viven más tiempo. Ello, a mediano plazo, derivará en que la pirámide poblacional se invierta por completo: vale decir, terminará habiendo más personas mayores que niños pequeños.
En rigor, el envejecimiento poblacional es, inicialmente, una manifestación de desarrollo de un país, ya que refleja una mayor esperanza de vida y un mejor control de la fecundidad en los hogares. De hecho, las primeras naciones en experimentarlo han sido las europeas. Sin embargo, en poco tiempo este proceso también genera mayores demandas sociales y económicas, para las que los sistemas de salud, de trabajo y de pensiones pueden no estar preparados.
Los especialistas señalan que, en estos años, Argentina goza de una oportunidad única en materia demográfica, pero al mismo tiempo esa ocasión es transitoria. Explican que, antes de entrar en la etapa plena de envejecimiento, el país puede sacar provecho de un período en el cual se registra un mayor porcentaje de población en edad activa en términos laborales. Este ciclo se conoce como “bono demográfico”, y se estima que se extenderá hasta comienzos de 2030.
Luego, ese diferencial comenzará a declinar de manera inexorable y habrá una presión cada vez mayor sobre el gasto social necesario para atender a una población envejecida, con cada vez menos individuos capaces de generar ingresos, ahorro e inversiones. En nuestro país, esta situación podría agravarse a partir de los altos niveles de informalidad laboral y económica, que restan recursos fiscales para atender cuestiones básicas que están a cargo de un Estado demasiado acostumbrado a vivir en crisis casi permanentes.
Abordar este desafío de manera seria y con la urgencia que demanda un proceso que ya está lanzado debería ser quizá el principal reto por asumir por parte de la clase política, junto con los distintos sectores sociales y económicos de la Argentina. El tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos, por ahora sin que nos estemos volviendo demasiado sabios.