Crecer no es una cuestión de almanaque. Ni siquiera en el reino vegetal es así. Hacen falta nutrientes básicos para que una semilla se transforme en flor o en fruto.
El ser humano, el más complejo de la creación, necesita algo más que nutrientes.
Imaginemos un instante un bebé al que se le diera leche cada tres horas por vía mecánica. Aumentaría de peso, pero ahí no aparecería un sujeto psíquico.
El bebé necesita leche más amor. Amor que se transmite por la mirada y por la palabra de quien sostiene la función materna.
Vale recordar que las demandas, caprichos o pedidos son siempre reclamos de amor. Por eso, como padres nos equivocamos si creemos que, si fuera posible comprarles todo lo que piden, tendríamos hijos felices.
Recuerdo a un padre que en la consulta narraba que trabajaba 12 horas por día para que “nada les falte”, y al enunciarlo se daba cuenta de que lo que les faltaba era un padre que al llegar a casa tuviera un resto para el “encuentro gozoso” con ellos.
El principal fertilizante para crecer es el amor. Ser fruto de un deseo y ser alojado en el amor (lo que hace sostenible la crianza).
El amor implica presencia responsable; atenta, pero sobre todo gozosa. Y ahí aparece el acompañar.
De no hacerlo, se instala la soledad (en este caso, no elegida)
No se crece bien en soledad. Ya adultos, no se vive bien en soledad si no es por una decisión. Y los psiquiatras dan cuenta de sus efectos en la salud mental, especialmente la depresión.
Un niño solo
¿Cuándo hablamos de un niño solo? Obviamente, cuando sus padres no están y los suplentes no cumplen la función materna y paterna.
Hay que mostrarles el mundo.
En los tiempos sin pantallas, los adultos educadores iban seleccionando qué acercarles. Y lo hacían en pequeñas dosis, adecuando los temas a la edad de los hijos a pura intuición.

Hoy, el mundo los atraviesa al alcance de un botón, de una tecla, e invade sus mentes y sus corazones con resultados que alarman: adultización, hiperinformación, ansiedad, miedos, hiperestimulación, irritabilidad y sensación de vacío cuando se apagan las pantallas.
En los primeros años, el mundo se lo eligen los padres: dar o no tecnología; gatear o no gatear; leer cuentos o pantallas; abrazos y paciencia, o “chupete electrónico”.
Hoy muchos adultos eligen, a partir de la propia adicción no reconocida, darles celulares antes de tiempo.
Los niños no nacen nativos digitales: los hacemos.
Sería una gran tarea familiar lograr que se enamoraran de las palabras y no sólo de las imágenes. Vivir la magia de un cuento o un juego compartido (barrilete, pelota, nubes, estrellas, juegos con ojos cerrados).
Dificultades para leer y dormir
Tenemos cada vez más consultas por retrasos o dificultades en el lenguaje, que portan un campo simbólico deficiente y anticipan que la lectoescritura será un proceso con dificultades.
Cada vez más niños con dificultades para dormir, para estar y jugar con otros, para ser empáticos y sociales.
Por eso hablamos de acompañar sin apurar. Por eso recordamos que los ingredientes de ese caminar junto al hijo son el amor y el límite, porque amar es dar, y privar es decir que no a las demandas excesivas en tiempo y espacio.
Acompañar crecimientos es ayudarlos a lograr progresivamente su autonomía, preludio de lo que ya jóvenes será el uso de la libertad responsable.
Es no hacer las cosas por ellos. Es enseñarles que las conductas tienen consecuencias.
Es ir dando un lugar a cada hijo desde sus capacidades, sin compararlo con nadie, ya que cada uno es único y singular.
Es acompañar sus preguntas y sus búsquedas. Es elegir bien la escuela y acompañar el proceso.
Así evitaremos la peor de las orfandades: tener padres que no están cuando están.