Es infrecuente escribir después del suceso vivido. La Navidad ya pasó.
Pero a veces sucede que llega un contenido que merece ser compartido, y lo haremos pidiendo permiso al autor por cambiar el verbo de presente a pasado.
Se trata del texto de Adrián Vitali (exsacerdote y escritor cordobés), quien tituló “Hubo muchas navidades en esta Navidad”. Dice así:
“Estuvo la Navidad de quienes perdieron un ser querido en la travesía peligrosa de la vida y tuvieron que brindar con el dolor de la ausencia, cuando el ritual del reloj marca la medianoche.
Estuvo la Navidad de los pobres, que no fue muy diferente a otras. Siempre se pareció a la primera de María, José y Jesús, que la celebraron a la intemperie, junto a los que vivían en la intemperie.
Estuvo la Navidad de los solitarios que siempre esperan que pase rápido la noche para volver a la cotidianeidad silenciosa de la rutina.
Estuvo la Navidad de los niños que esperaron contra toda esperanza que aparezcan debajo del pino los regalos, los juguetes no jugados para sentirse exclusivos.
Estuvo la Navidad de los jóvenes, de quienes se sienten inmortales, de quienes no le temen a nada y están dispuestos a la transgresión de no cuidarse, en lugares habilitados o clandestinos.
Estuvo la Navidad de los oportunistas. De quienes buscan hacer negocio con los transgresores en las primeras horas de la celebración.
Estuvo la Navidad de las ausencias, la de las distancias.
Esta Navidad fue también nuestra Navidad. Así de dura, así de desafiante, así de esperanzadora”.
Una larga lista
El texto me interpeló, al menos a mí. Fue como una invitación a salir más allá de uno para conectarse con otras realidades, con otros dolores y con otras alegrías.
Podríamos seguir haciendo un listado de las diferentes navidades, quizá tantas como seres humanos habitamos este planeta.
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Estas Fiestas llenas de luces y sombras transcurren entre los deseos y los mandatos familiares y sociales. Cuando coinciden, se trata sin ninguna duda de una celebración, de un convite a renacer y multiplicar los gestos del amor, el encuentro y lo sinceramente compartido.
Cuando no se da esa coincidencia, aparecen las tensiones entre el “querer” y el “deber”, entre lo que realmente haríamos y lo que nos vemos obligados a hacer.
A eso sumamos que los festejos se dan a una altura del año cuando el cansancio se instaló, cuando la economía a muchos no ayuda y, fundamentalmente, a veces se llega con vínculos conflictivos, frágiles, débilmente construidos.
Si bien las Fiestas tienen algo de magia, no hacen magia. No es que conseguimos cambios sólo por desearlos.
En términos de balance (que nadie nos obliga a hacer), estas celebraciones iluminan el “debe” y el “haber”. Nada más difícil que ser objetivo con uno mismo. La revisión de la propia vida está teñida de subjetividad. De ahí el fracaso del autoanálisis y de muchas propuestas de autoayuda.
A veces, abrumados por algo doloroso que avasalló nuestra subjetividad, nos cuesta rescatar lo que aparece como prometedor a pesar de saber que, en tanto humanos, siempre algo nos va a faltar, y por eso deseamos, buscamos, encontramos, perdemos y volvemos a buscar.
Vamos por la vida
Eternos buceadores del paraíso perdido, de la imposible completud, insistentes buscadores de la felicidad, vamos por la vida contentándonos con las pequeñas alegrías, con el gozar de las cosas cotidianas que, más allá de la rutina, consiguen aún sorprendernos.
Los brindis, los mensajes, los anhelos no cambian nada. Las verdaderas transformaciones son de adentro hacia fuera y a veces se dan desde un gran dolor, una desilusión o un balance negativo.
En cada uno de nosotros hay un ave fénix en potencia. Por ellos y por quienes pueden abrazar “lo colectivo”, hay que brindar.
Y no sólo en Navidad o en vísperas del Año Nuevo.