“Son productos de consumo masivo y popular, por eso entran dentro del grupo cuyo precio quieren negociar. No creo que los acuerdos sirvan para algo, pero si de casualidad sirven, ojalá que sea en estos dos productos”.
Así opinaba un economista sobre el hecho de que el vino y la cerveza sigan comprendidos entre los alimentos cuya accesibilidad se busque garantizar.
Su reflexión es una muestra de lo poco que han influido en la opinión pública –incluyendo la de los profesionales relacionados con el tema– las investigaciones y argumentaciones de sanitaristas sobre la importancia de las políticas fiscales y de precios para desalentar el consumo de productos que no contribuyen a una buena salud.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), entre otras asociaciones vinculadas, ha sido clara al respecto: mientras más caros estén estos productos, mejor. ¿La razón? El consumo de alcohol, en todas sus dosis, no es bueno para el organismo, puede generar dependencia y, además, es una de las principales causas de accidentes de tráfico y de otro tipo.
Por otro lado, un precio bajo para el alcohol se traduce en un elevado costo para el sistema sanitario, que financiamos todos de una u otra manera. Es decir, también es malo en términos económicos.
“Me parece un error que se hayan incluido el vino y la cerveza en acuerdos de precios. Va contra toda lógica sanitaria. El consumo de alcohol en Argentina causa unas 7.100 muertes anuales y se pierden casi medio millón de años de vidas saludables también por año”.
Esta última declaración corresponde a otro economista, pero especializado en salud. Se trata de Guillermo Paraje, cordobés afincado en Chile, quien el año pasado fue reconocido por la OMS por sus aportes a las políticas de control del tabaquismo.
“Una de las políticas más efectivas para controlar el consumo es vía precios, y cualquier medida que baje el precio del alcohol va en contra del objetivo de disminuir gastos sanitarios y costos sociales por su consumo”, agrega. Y precisa: “En general, los costos sociales del consumo de alcohol equivalen a unos dos puntos del producto interno bruto (PIB) por año”.
Apunta, asimismo, que “prácticamente ya no existen dudas de que cualquier consumo de alcohol es nocivo para la salud” y que “ya se está abandonando la idea de que hay dosis protectoras”.
Consultado sobre por qué sus pares no están sensibilizados para conectar la política económica con la de salud, considera que hay un problema de formación. Y asegura que no se trata de falta de datos sobre el tema: “El impuesto a este tipo de bebidas debiera ser proporcional a la graduación alcohólica. Los economistas sabemos eso desde hace 40 años”.
En las últimas elecciones se repasaron las cifras del fracaso de las políticas de gobierno de las últimas décadas. No se mencionó ninguna estadística de salud. Esas son las pérdidas invisibles.