Evitar una reunión social, postergar una decisión importante o incluso no abrir un mensaje incómodo. Todos, al menos una vez, hicieron algo así.
Pero cuando la evitación se vuelve un patrón, puede interferir seriamente con la calidad de vida. Un nuevo estudio de la Universidad Northwestern, en Estados Unidos, ofrece una posible explicación desde la neurociencia: la clave está en cómo responde la dopamina ante las experiencias negativas.
Sí, la misma molécula que se asocia con el placer y la recompensa, también estaría cumpliendo un rol fundamental para anticipar y evitar lo desagradable.
Dopamina, aprendizaje y la cara menos conocida del cerebro
El trabajo, publicado en la revista Current Biology, muestra que en ciertas áreas del cerebro, las señales de dopamina cambian según la experiencia y el contexto. El experimento, realizado en ratones, entrenó a los animales a evitar un estímulo desagradable que era precedido por una señal de advertencia.
A medida que aprendían la relación entre la señal y el malestar, las respuestas dopaminérgicas también cambiaban. Lo notable es que dos regiones distintas del cerebro respondían de manera opuesta, revelando un sistema mucho más complejo y adaptativo de lo que se creía.
Qué significa esto para la ansiedad, el TOC y la salud mental
Los resultados explican por qué algunas personas aprenden más rápido a evitar ciertos estímulos (y otras se quedan paralizadas), lo que abre nuevas puertas para entender trastornos como la ansiedad generalizada, el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) o incluso la depresión.
Según la autora del estudio, Gabriela López, este tipo de comportamiento puede derivar en una sobreestimación del peligro, donde el cerebro prioriza evitar antes que evaluar. Y eso puede generar un círculo vicioso de estrés, malestar y aislamiento.
Una advertencia a las modas del bienestar
Uno de los puntos más interesantes del estudio es que también cuestiona la llamada “desintoxicación de dopamina”, una tendencia de bienestar popular en redes sociales. “La dopamina no es buena ni mala. Es una molécula clave para adaptarnos al entorno”, explica López. Suprimirla, entonces, podría ser más perjudicial que útil.
Lo que realmente plantea este estudio es la necesidad de equilibrio y comprensión del contexto. Las respuestas dopaminérgicas son flexibles y cambian si el entorno es predecible o si sentimos que tenemos el control. Y esa es una información valiosa para abordar tanto tratamientos clínicos como estrategias personales.
Este tipo de investigaciones ayuda a repensar nuestras respuestas frente al miedo, la incertidumbre o el malestar. No se trata sólo de saber qué hace la dopamina, sino de entender cómo funciona nuestro cerebro cuando intenta protegernos, incluso si eso implica alejarnos de cosas que nos harían bien.
El próximo paso, señalan los autores, será llevar estos hallazgos básicos a estudios clínicos que ayuden a tratar de forma más personalizada los trastornos de evitación.
Porque a veces, para dejar de evitar, primero hay que entender por qué empezamos.