El discurso de Javier en Milei en Davos generó revuelo pero también acción. La asamblea popular autoconvocada el sábado pasado en el Parque Lezama de la ciudad de Buenos Aires fue la génesis de una marcha federal y antifascista aún más amplia prevista para este 1º de febrero, a la que se espera que se sumen más fuerzas y expresiones políticas, movimientistas y culturales.
“Son bienvenidos todos los cuerpos, todas las historias”, insistieron en las redes de la asamblea LGBTIQ+. Y destacaron que no es necesario ser parte de la comunidad para manifestar el necesario antifascismo, propuesto como antagonista del Gobierno libertario.
Una multitud debatió durante casi cuatro horas las acciones por seguir y bajo qué consignas marchar. Y hubo una que tomó mayor fuerza: el antifascismo.
En primer lugar, para el investigador del Conicet Rocco Carbone es complejo decir el término “fascismo” en nuestros tiempos. “La historicidad de esa categoría política se ha borrado. El fascismo es un fenómeno histórico-político complejo por su inherente dualidad, que tiende a borrar su historia (hecho que explica la resistencia que encuentra la categoría en la politicidad nacional e internacional)”.
El filósofo y analista político entiende que estamos frente a gobiernos “fascistas sigilosos”. “Este fascismo sigiloso –que rehúye el nombre– recuperado en el siglo 21 es un poder sintetizador del capitalismo, el colonialismo, el racismo, el sexismo, el esclavismo, el patriarcado. Y en cuanto al racismo, vimos al presidente Milei con una especie de barniz blanco en la cara en las fotos de la asunción de su par norteamericano. Polvo de arroz para encubrir una condición irrefrenable: la racista”, dijo.
En otro orden de cosas, Carbone sostiene que el mundo que habitamos tiene “un nombre argentino para el fascismo del siglo 21: la ‘libertad’”.
Para Carbone, la palabra “fascismo nombra también un poder que no lucha por algo, sino que lucha por todo. Por tenerlo y dominarlo todo: recursos naturales comunes, corazones, conciencias, afectos, modos psíquicos, giros lingüísticos, etcétera. En este sentido, la contradicción principal que postula es menos capital vs. trabajo que capital vs. vida. El mundo (esa espesura habitada por el ser humano, el ser animal y el ser vegetal) ya no es suficiente para apaciguar la insaciabilidad del capitalismo en crisis. Y el fascismo también es eso: una herramienta del capitalismo en crisis. La crisis de esos segmentos hegemónicos que dirigen Estados Unidos, Europa e Israel –y de las periferias que se reconocen en ese entramado global de poder– y que laten en la idea tanática de mundo liberal”.
Entiende el investigador que este tipo de poderes antagonizan radicalmente con los feminismos y las disidencias por tener el propósito de “organizar una sociedad masificada: indistinta, indiferenciada, homogénea. Ese tipo de sociedad es la base social de apoyo del poder fascista ayer como hoy”.
Según él, el antifascismo convocado por una vanguardia de la emancipación –los movimientos feministas y los movimientos disidentes– se constituye en la divisa incipiente de un nuevo frente que exprese la “unión de todo lo que puede ser unido a través de la experiencia de la lucha, un antagonismo radical contra el fascismo sigiloso y la lógica de los monopolios absolutistas globales situada en el corazón de la república, una perspectiva política estratégica, la afirmación de un permanente humanismo, la disputa por la estatalidad para organizar el momento político democrático posfascista; y finalmente, una cultura y una pedagogía de la prevención”.
Para la doctora en Estudios Sociales en América Latina, magíster en sociología y diplomada en Feminismo Paola Bonavitta, la marcha federal tiene la intención de reconstituir un sujeto político en la figura del feminismo y los movimientos LGBT en todo el país.
“Después de la asunción de Milei, hemos frenado la salida a las calles y el objetivo es volver a recuperarlas”, manifestó.
La también licenciada en Comunicación entiende que el Presidente gobierna “para unos pocos”, los que en sus discursos denomina “argentinos de bien”. “En ese fascismo entramos todos los que no somos la gente de bien”, advirtió.
Sobre la intención de una marcha amplia, Bonavitta consideró que “toda la sociedad tendría que estar involucrada. Todos tenemos infancias y debemos preguntarnos a qué derechos vamos a acceder si permitimos que avance el odio”. Y agregó: “Debemos confiar en esa fuerza que tenemos como movimiento para poder cuestionar con la liviandad con la que alguien está diciéndole al mundo que no existimos”.
Y finalmente, sumó un análisis sobre su discurso: “Su mensaje no es inofensivo, proviene desde arriba del poder y habilita el odio en las sociedades”.
Otro de las consignas de la marcha es la lucha contra el racismo en Argentina, un tópico aún tabú incluso en los sectores más progresistas, según entendió Alejandro Mamani, abogado e integrante de la agrupación Identidad Marrón.
“Podríamos decir que el racismo se refiere a un tratamiento diferenciado al acceso de derechos y ejercicio de libertades a causa del color de piel o ascendencia étnica”, dijo.
“Por no tener una población racializada mayoritariamente afrodescendiente, porque tenemos una población mayormente indígena descendiente, no se asume que esta última pueda sufrir racismo”, explicó.
Organizaciones como la que representa luchan para visibilizar un racismo estructural y los altos índices de violencia institucional de una gran parte de la población que habita el territorio nacional.
“Por ejemplo, ¿por qué en un noticiero solo hay rostros de personas blancas, mientras en la calle, los subtes, los colectivos están los cuerpos de las personas marrones? A esas preguntas nos las tenemos que hacer para hablar de cuál es el imaginario colectivo respecto a la racialización", argumentó.
Mamani explicó que el racismo no distingue partido político y se puede observar en la violencia institucional, en el tratamiento de un proceso judicial donde van a ser más respetuosos de tus derechos humanos según tu piel o clase social, y el racismo cotidiano, un conjunto de actitudes y manifestaciones discriminatorias.
“El asesinato de Fernando Martín Gómez, un bagayero de Orán, en manos de Gendarmería Nacional, buscando instalar que era un narcotraficante, es una muestra más de la penetración del racismo en el poder”, finalizó.