La línea que separa el contenido inofensivo de otro pasible de ser considerado violatorio de los términos de uso de una red social puede ser algo difusa. “Digamos que si alguien publica un video en el que se pide no contratar a personas de determinada raza o condición, eso sería discriminatorio y estaría fuera de las condiciones de uso de YouTube”, sostuvo la semana pasada en una entrevista Susan Wojcicki, CEO de esa plataforma.
Ahora bien. Supongamos, en lugar de eso, que el contenido del video dice sólo la frase “la raza blanca es superior”. “Si nada más dijera eso, no estaría rompiendo ninguna norma y no sería dado de baja”, fue la respuesta de la ejecutiva.
En un país respetuoso de las libertades individuales, la protección de la libre expresión como valor superior podría justificar en Estados Unidos la lógica de los pasos por seguir en los ejemplos precedentes. ¿O alguien se atrevería a cercenar la posibilidad de opinar?
Lo mismo podría aplicarse a otras redes sociales, como Facebook, cuyo CEO usó buena parte de sus más recientes apariciones públicas para intentar convencernos de que no hay ninguna razón para censurar a un político que publica algo falso en su red social.
“Creo que en una democracia es realmente importante que la gente pueda ver por sí misma lo que dicen los políticos, para que todos puedan emitir sus propios juicios”, dijo Zuckerberg en una entrevista con la cadena estadounidense CBS. “No creo que una empresa privada deba censurar a los políticos o las noticias”, opinó.
En algo tiene razón Mark: los mecanismos de censura lisa y llana, incluso en el caso de mentiras evidentes, no harían más que abrir la puerta a la utilización de ese poder para perseguir a opositores de regímenes políticos totalitarios.
Sin embargo, es imposible e irresponsable no ver que el punto más cuestionable no es aquí que alguien (una organización, un político o quien sea) conserve su albedrío para expresarse, incluso si es a través de un mensaje de corte racista o de una mentira para obtener rédito político. Sí lo es el hecho de que pueda contratar difusión para llegar a escala masiva con fake news o un discurso de odio.
Cuando le hicieron notar al CEO de Facebook que una cosa es garantizar la libertad de expresión y otra muy distinta pagar por difundir una expresión, respondió de forma evasiva que es “un tema muy complejo, y mucha gente tiene muchas opiniones diferentes”. “Al final del día, creo que en una democracia, la gente debería poder ver por sí misma lo que dicen los políticos”, dijo.
Desactivar una falsedad o anular el efecto de un posteo discriminatorio es difícil y caro. Además, es una lucha desigual. Mientras que Facebook y Alphabet (la casa matriz de YouTube y Google, entre otras plataformas) obtienen rentabilidades de cientos de miles de millones de dólares al año, las organizaciones de fact checking (chequeo de datos) en todo el mundo se debaten entre lo vocacional y la supervivencia a partir de fundaciones o donaciones anónimas.
Mientras tanto, Alphabet es desde este año la compañía con más liquidez del planeta: sus reservas cash llegaron en julio a los 117 mil millones de dólares.