El paracetamol y el ibuprofeno son dos de los medicamentos más populares en el mundo para tratar síntomas comunes como dolor, fiebre o inflamación. Sin embargo, muchos pacientes todavía los confunden o piensan que “más miligramos” significa “más potente”. Pero en farmacología no siempre es así.
La farmacéutica Elena Monje, divulgadora científica conocida como @infarmarte en redes sociales, explica que no se pueden comparar directamente los miligramos de fármacos con principios activos distintos. “Es como comparar un litro de agua con uno de gasolina: la cantidad es la misma, pero su función no”, ejemplifica.
Paracetamol: cuándo tomarlo y cómo actúa
El paracetamol (acetaminofén) es un analgésico y antipirético, es decir, alivia el dolor y reduce la fiebre. Es ideal para dolores de cabeza, malestares gripales y situaciones donde no hay inflamación de por medio. Tiene la ventaja de que no irrita el estómago ni genera problemas gástricos, por lo que suele ser bien tolerado.
Sin embargo, su uso excesivo puede dañar el hígado. La dosis máxima recomendada para un adulto es de 4.000 mg al día, repartida en tomas de 500 o 650 mg cada 6 a 8 horas.
Ibuprofeno: cuándo conviene usarlo
El ibuprofeno, en cambio, es un analgésico, antipirético y antiinflamatorio. Es más eficaz que el paracetamol en casos donde hay inflamación, como dolor muscular, menstrual o articular. En farmacias se consigue en dosis de 400 mg sin receta.
A pesar de ser muy útil, no se debe abusar del ibuprofeno, ya que en dosis altas (más de 1.200 mg al día) puede generar problemas gastrointestinales y dañar la mucosa gástrica, además de otros efectos secundarios.
Entonces, ¿cuál es más potente?
La respuesta es: depende del síntoma que se quiera tratar. Ambos medicamentos tienen funciones diferentes, y su potencia no se mide solo en miligramos. El paracetamol puede ser más efectivo para bajar la fiebre o aliviar un dolor leve sin causar molestias estomacales, mientras que el ibuprofeno es más útil si hay inflamación.
La recomendación médica siempre debe ser personalizada, teniendo en cuenta el estado de salud del paciente, la presencia de otras patologías y la duración del tratamiento.