Diego Pins y Matías Criado se reunieron hace cuatro años para dar forma a algo que venían haciendo por separado. A los dos, la experiencia de la paternidad los había atravesado de manera particular: ante sus dudas y miedos se encontraban con pocos y casi nulos espacios de contención o información dirigida hacia ellos en particular.
Los libros y sitios web de crianza eran dirigidos hacia madres o hacia ambos, pero nunca encontraban lecturas o experiencias que contemplaran en particular sus miedos e inquietudes como padres varones.
“Éramos buenos ‘secretarios’ de nuestras parejas en la paternidad, ellas nos decían qué hacer y nosotros lo hacíamos, pero nos dábamos cuenta de que no hay cultura del cuidado en nosotros. Ellas llevan la carga mental de todas las tareas. Entonces muchas veces no es mala fe, sino desconocimiento”, dice Diego en diálogo con La Voz desde Buenos Aires.
Y agrega: “Nuestros modelos de paternidad fueron distintos: tuvimos papás que jugaban poco, que sí se podían enojar, pero no estar tristes, no los veíamos llorar. Nosotros no jugábamos con muñecas, nos formaron para ser los mejores en la profesión y con una idea del éxito puesta en el dinero”.
Fue desde allí que ambos empezaron a compartir contenido en sus redes con este fin y luego Diego se unió a los talleres que ya venía haciendo Matías esporádicamente. Matías es psicólogo y Diego es counseling (consultoría psicológica) por lo que a los grupos de paternidades le sumaron acompañamiento profesional.
Hace una semana publicaron su libro Nace un papá. En su cuenta de Instagram, Paternando.ok comparten información sobre la temática.
Tienen una comunidad de 63 mil seguidores en Instagram y dan talleres virtuales en los que han llegado a participar más de 100 personas. En tanto, en los numerosos círculos que han formado, la convocatoria es limitada con el propósito de que sean dinámicas y tengan un clima de confianza para priorizar el compartir experiencias más que brindar información.
Casi todas las modalidades funcionan por Zoom, que evita el traslado, y una vez al mes hacen encuentros presenciales para quienes puedan. En cada encuentro (sea del tipo taller o de los grupos) lleva una temática en particular que funciona como disparadora.
¿Cómo llegan a los grupos? En general, porque la madre de sus hijos se lo recomendó y otros por seguirlos en redes “pero se van felices”, dicen. Aseguran que la idea de ellos no es “enseñar a ser papás, sino acompañar los distintos recorridos: “No hay una sola forma de paternar, por eso hablamos de paternidades”.
Las inquietudes más frecuentes
En cuanto a las inquietudes frecuentes, Diego marca la diferencia según el grupo: “Los del taller de preparto llegan con muy poca información, sólo saben que van a dormir poco y les cambia la cara cuando empiezan a escuchar a otros papás y a compartir emociones. Llegan con miedo de no conectar emocionalmente con el bebé. La mujer va conectando con sus cambios en el cuerpo, luego siente al bebé. El varón no”.
Por otro lado, los que van a los círculos o talleres de crianza, “llegan movilizados por distintos puntos, porque la paternidad abre un camino de repensar tu propia historia, llegan con miedos a la crianza, en la búsqueda de cómo poner límites de manera respetuosa, otros con dudas sobre cómo comunicar un divorcio a sus hijos y el duelo de todo lo que se deja para ejercer una paternidad responsable”.
En Córdoba, un lugar de encuentro desde Traslasierra
Ariel Pavón se asentó en Traslasierra hace unos años “por casualidad” y allí fue padre en 2017 y 2020, dos experiencias que fueron “un proceso de transformación” y un “momento portal” para él.
“El mayor cambio que se produjo en mí para abordar la paternidad viene desde mi compañera, en poder escucharla en sus necesidades de madre, es un vínculo que se transforma y ahí veo la paternidad como un camino de transformación personal, familiar, social y hasta espiritual. Es una búsqueda para empezar a andar y a desandar esa idea cultural de que el hombre tenía que ocupar cierto rol y la madre otro”, explica Ariel.
En este camino, Ariel sintió la necesidad de compartirlo con otros, de empezar a hablar y abrir una puerta a la experiencia colectiva, horizontal y de escucha mutua siendo consciente de que muchas veces en los grupos de amigos no surgen este tipo de diálogos por sí solos. “Las mujeres son más de hablar, expresar lo que les pasa, nombre, se conecta con el decir y en los hombres se da más el hermetismo”, asegura.
Las reuniones son virtuales en su mayoría y algunas presenciales, a la orilla del río o en la casa de algunos de los papás. “Yo ofrezco la creación del espacio e impulso las temáticas de cada uno, pero en el momento la dinámica la vamos generando entre todos”, dice Ariel, quien también tiene grupos de crianza mixtos.
La importancia de lo colectivo
“Lo que sorprende en los grupos es saber que hay un montón de varones padres que nos estamos cuestionando cosas y eso tiene una potencia transformadora muy fuerte. Es algo distinto a otros acompañamientos que se hacen desde la individualidad donde vivo y pienso según mi propia individualidad. Lo colectivo genera un proceso de apertura, que confine una cierta seguridad y cuidado”, agregó Ariel.
En ese sentido dice que es frecuente la sensación de que “se rompió un límite”, o un estereotipo, ya no está el miedo de “qué pasa si yo me abro a compartir mis sentires”.
¿Por qué sólo varones?
Diego habla de la importancia de que los varones padres cuenten con un espacio propio, sin madres, donde puedan compartir sus experiencias en confianza y puedan abrirse a hablar de sus miedos y sus emociones, algo que, aseguran ambos, cuesta mucho en los varones por la cultura en la que están inmersos donde nunca se dio lugar a que los varones puedan hablar de lo que les pasa.
“Muchas veces cuando hay una pareja y surge un tema respecto a la crianza, la mujer toma la palabra y el hombre se calla, pero si el hombre está solo y en un entorno de confianza seguro, habla. Es algo limitante también esto de la vergüenza del ‘no saber’. Es algo que sigue estando presente y acá no tienen a nadie que los evalúe ni los vaya a retar si no saben”, explica Diego.
Luego agrega: “Muchas veces, en este proceso, la crítica del otro lado es limitante. Creo que el cambio debe ser mutuo y permitirse otras formas de hacer las cosas: si es algo que no ponga en riesgo al niño, por ejemplo si la ropa del nene no combina pero está bien cuidado, hay que aceptar otras formas”.
A ello le suma que tener un espacio que siga un estilo de comunicarse, que es distinto al de las mujeres y su propio espacio, permite abordar temáticas como la reformulación del vínculo en la pareja y los cambios que implica la paternidad.
Tanto las modalidades de Diego y Matías como la de Ariel hablan de una ruptura que se genera en la cultura, no sólo en la paternidad sino en el modelo de masculinidades, en una versión estereotipada que se va deconstruyendo a partir de experiencias fuertes como estas y de la comunicación colectiva.