El derrotero fue más o menos así. La megadevaluación del 12 de diciembre, decidida por el gobierno de Javier Milei, disparó como nunca antes los precios de todos los productos y servicios de la economía, en particular los de la canasta básica. Menos los salarios. Resultado: la inflación de ese mes fue la más alta de los últimos 32 años (25,5%). El supuesto plan “motosierra anticasta” se ponía en marcha.
El impacto se sintió de inmediato, pero mucha gente cobró a los pocos días el aguinaldo y, aunque licuado, con eso fue tirando en enero. Todo el mundo comenzó a ajustarse, pero con el cobro extra daba la sensación de que igual se podía llegar a fin de mes. No todos pudieron, pero muchos, por suerte, sí. A pesar, incluso, de que la inflación siguió en valores estratosféricos: 20,6%.
Comenzó febrero, y el aguinaldo de diciembre que ayudó a sobrevivir en enero ya era sólo un recuerdo. Había que enfrentar el nuevo mes con el sueldo “pelado”. Y al día de hoy, cuando todavía falta una semana para terminar el mes, muchos ya están sin un peso.
¿Qué opciones hay? No muchas. Si hay ahorros, no queda otra que comenzar a usarlos, tal como lo celebró el Presidente. Licuadora y desahorro, un combo que no arroja más que pérdidas al final de la cuenta. La otra, “patear” para adelante el pago de las compras que necesitamos hacer hoy. Alimentos, por ejemplo. Nada más y nada menos.
Y allí es donde aparece la tarjeta de crédito. Una alternativa que parece “darnos aire”, pero con la cual podemos terminar asfixiados más temprano que tarde.
Según datos del Centro de Almaceneros de la Provincia de Córdoba, hoy casi el 40% de las compras de alimentos y bebidas se financia con tarjetas de crédito en los negocios de barrio. Y en sectores más humildes, el “tarjeteo” obligado llega al 50%. En términos sociales, una bomba de tiempo.
Todos los manuales de economía doméstica desaconsejan financiar a plazo los gastos corrientes y reservar las herramientas de crédito para compras especiales y de mayor valor: un electrodoméstico, materiales de construcción, una moto, un viaje, una computadora. Como mucho, un par de zapatillas caras. Nunca algo que se vaya a consumir en el día, en una semana.
De lo contrario, el enorme riesgo es que a final de mes se nos junte el pago del resumen de la tarjeta con las nuevas necesidades de consumo y que la plata no alcance para todo. Podremos financiar las nuevas compras, sí, pero poco a poco estaremos entrando en un círculo vicioso del que no será fácil salir.
La siguiente opción desesperada será el pago mínimo de la tarjeta, pero asumiendo intereses elevadísimos (del 250% al 300%) que no harán otra cosa que empeorar la situación. Y así.
Lamentablemente, muchas familias están entrando en esa dinámica por una sencilla y cruda razón: ya no tienen plata y necesitan seguir viviendo. Nada “heroico”, como lo definió el ministro de Economía, Luis Caputo. Nadie se transforma en héroe en contra de su voluntad. Nadie se hace pobre por gusto.
Acorraladas, a la mayoría de las familias no les queda otra que salir a “quemar las naves”, aun a sabiendas de que ya no habrá un bote, ni siquiera una tabla de madera para volver a la orilla.
