M., de 57 años, es casado, tiene dos hijas y vive en Villa Zoila, un coqueto barrio de Río Tercero. Era colectivero de una empresa de línea que une Río Tercero con Río Cuarto.
Días atrás, fue condenado a cinco años y seis meses de prisión, tres meses más de lo que había solicitado el fiscal de Cámara, Gustavo Martin.
En el juicio se lo encontró culpable de grooming, es decir del contacto a través de medios informáticos con el fin de lograr vulnerar la integridad sexual de un menor. También, por tenencia de imágenes pornográficas, donde se exhiben a menores, y por abuso sexual simple.
El dictamen estuvo a cargo del juez de la Cámara del Crimen de Río Tercero, José Argüello.
Fueron varios los jóvenes damnificados. Una familia descubrió el contacto en el teléfono que usaba un menor de edad, armó una emboscada y prácticamente lo linchó. Ese caso sucedió frente a un concurrido supermercado.
El acusado se comunicaba vía WhatsApp con los menores. Y en ese caso el niño había usado el teléfono celular de su abuelo.
Así se enteró toda la familia y fueron a pedirle explicaciones el día y en el horario en que el acusado tenía pautado con su víctima un encuentro.
El abuelo recibió la foto del chofer vestido con una tanga roja. La indignación de la familia fue mayúscula.
La Policía luego secuestró lencería de mujer, en el ómnibus que el acusado usaba para su trabajo, y al que al que citaba a sus víctimas, según se ventiló en la causa.
En el expediente surge que el acusado usaba el transporte para cometer los ilícitos, tenía tarifas que pagaba -consta en la investigación- según era la prestación de servicio sexual. “Le pedía a los chicos tener sexo”, confió un funcionario judicial que tuvo acceso a la pesquisa.
La Policía incautó también el teléfono del ahora condenado, en el que se constató tenía imágenes de menores.
Según la causa, había más de una víctima.