El último café, la última copa, la última cena. De todos quienes estos días pasaron a dar el trago de la despedida en las mesas de La Madrileña, el acto final fue para los integrantes de la compañía Tato Teatro. Allí se juntaron después de un ensayo de El Conventillo de la Paloma: comieron, tomaron y se fueron, cerrando la puerta a la última función gastronómica del emblemático café de Villa María, a 87 años de sus comienzos.
El anunciado final del histórico café retratado en la canción Los Amantes de Córdoba por Daniel Altamirano llegó en las últimas noches de julio, y fue en silencio.
“Tenemos el orgullo triste de haber sido los últimos comensales de ese pedazo de historia villamariense, de haber saboreado su última copa de vino”, comentó en una red social Juan Montes, director del grupo teatral, junto a la foto que lo atestigua.
Un Big Bang para la cultura
Para él, como para muchos actores de la política, de las artes, de los medios de Villa María, el reducto de calle San Martín 80 fue como el Big Bang: la explosión inicial.
Allí se originaron expresiones de la música, del teatro, de la literatura y también de la política. Se idearon radios y revistas (como la Río de Pájaros, que también dirigió Montes), se escribieron poemas, se presentaron libros, obras y recitales.
Hacía tiempo que La Madrileña había dejado de ser el epicentro de la cultura y del pensamiento de la ciudad.
La ciudad creció y sus espacios de multiplicaron, atrapando la bohemia en otras mesas. Pero seguía manteniendo la fama de sus churros con chocolate, sus picadas y sus helados.
Con la calle hecha peatonal, sus mesas se expandieron más metros en su frente.
Décadas atrás, cuando la ciudad se movía de noche en pocos más que esa manzana céntrica, era uno de los escasos lugares en los que jóvenes villamarienses pugnaban por una silla. Las mesas llegaban a dar vuelta la esquina y los mozos corrían de una punta a la otra llevando tostados, picadas, gaseosas, chops o granadinas.
La granadina se servía en vaso de trago largo, con una cucharita de metálica de mango largo que todavía puede verse en el cajón de los cubiertos de algún adolescente de entonces, que se la llevó como tesoro una noche.
Los sueños de muchos
Juan Montes recuerda que cuando llegó de Buenos Aires a Villa María, uno de los lugares en los que pudo encontrar cobijo fue en La Madrileña. Allí le dieron un lugar para que durmiera.
Sus sueños fueron los de muchos que encontraron en este espacio, incluso en las épocas grises de la dictadura, un ámbito en el cual vivir, sentir y decir.
Por su planta alta o su sótano pasaron nombres que están en la historia de la ciudad. Y otro que, probablemente, nunca pasaron, pero los mitos y leyendas los irán depositando con los años, junto a quienes sí estuvieron en los sucesos que ocurrieron entre sus paredes.
La madrugada de este lunes 29 julio todo se acalló. “Como a las 12:30 nos fuimos. Detrás nuestro, el sonido de la puerta como un tren que se va nos dijo Adiós. Nos dimos vuelta para mirarla por última vez. Chau Madrileña”, la despidió Montes.
Desde la fundación de La Madrileña por parte del español Felipe Presencio, a la posta que tomaron sus hijos y otros familiares, hasta que quedó en manos de sus empleados, el café de calle San Martín juntó un millón de historias y miles de personajes.
Más allá del cierre de sus puertas, y quien sabe qué podrá ocurrir más adelante en este lugar, tal vez ocurra como en el cine Roxy al que le canta Joan Manuel Serrat, y sus fantasmas nunca descansen en paz.