De chico nadie le preguntó qué quería ser pero él siempre lo supo: Roke Pérez (53) ama el boxeo desde temprana edad, incluso antes de saber deletrear y escribir.
Su padre tuvo reconocimiento en el ámbito pugilístico en la Córdoba de 1960. Lejos de ser una presión, él abrazó ese deporte que requiere de “disciplina”, afirma.
Nació y se crió en el barrio Güemes. De a poco vio como su territorio se fue convirtiendo en un distrito “bohemio” producto de la mezcla de dos parajes como fueron Pueblo Nuevo y El Abrojal, donde el espíritu laborioso de los inmigrantes que se instalaron en el siglo XIX en ese pedazo de Córdoba, sumado a las leyendas cuchilleras, le dieron la identidad con la que se lo conoce en la actualidad.
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Promediando los 30 años, Roke colgó los guantes como boxeador amateur, pero no su pasión. En el cuadrilátero de la vida se formó como técnico profesional de boxeo en la Federación Cordobesa de Box, y como preparador físico en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).
Dio sus primeros pasos en el club Corral de Palos. “Carlos Tello padre fue mi maestro”, reconoce. Y continúa: “Viajé por todo el país. Tengo una carrera de mucha experiencia”.
Luego de su paso por ese centro sociodeportivo fundó su propio gimnasio en el corazón de Güemes. Y ahí capitalizó todo su aprendizaje de vida y le selló su impronta. Sólo basta con observar algún entrenamiento en el que decenas de hombres y mujeres de distintos barrios de la Capital e incluso de localidades vecinas como Alta Gracia y Oncativo llegan a las instalaciones de Fructuoso Rivera 423 para entrenar con “El Viejo”, como lo llaman cariñosamente.
A primera vista, Roke tiene el rictus serio, pero desaparece cuando suena la campana de box y empieza a hacer un seguimiento personalizado de cada uno de sus alumnos.
En su gimnasio enseña boxeo recreativo y competitivo. Y más allá de lo deportivo, su impronta humana marca la diferencia: sabe quiénes son sus alumnos y por qué llegaron hasta él.
“He logrado crear una red de contención con todos y estar muy presente. Acá cada uno llega con su propia historia y con sus problemas”, describe. Y prosigue: “No hay un indicador particular para todos. Cada uno tiene oscilaciones en su entrenamiento”.
El trabajo social que hace con la práctica pugilística
Además de formar a chicos y a chicas que quieren entrenarse con él, Roke a veces brinda becas a personas que tienen conflicto con la ley penal juvenil. “Cuando me piden colaboración de alguna Fundación o incluso de la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia (Senaf) acepto. Es un trabajo ad honorem. A través de este deporte intentamos sacarlos adelante, mostrarles otras opciones”, explica.
Como la fórmula del fernet, el gimnasio de Pérez se compone de un cupo de un 70% de hombres y un 30% de mujeres de entre 12 y 30 años. “Puede haber algún ‘viejito’ de 60″, confía el preparador.
“Conozco a cada uno de los que viene a mi gimnasio. No es como otro espacio comercial donde hay una rotación monstruosa. Yo soy técnico y formo a todos por igual. Quizás llega alguien que quiere hacer recreativo, pero a futuro quiere competir, entonces la base inicial es clave”, detalla.
“Tenés que ser un gladiador de la vida”
Los lunes, los miércoles y los viernes Roke prepara a sus alumnos en tres turnos. El entrenamiento lo intercala entre la calle y su gimnasio. En el turno de la noche, cuando promedian las 20, un hormiguero de personas copa el establecimiento próximo al teatro La Luna.
En medio de luces de neón, con las luminarias públicas y el reflejo de los autos que circulan por la media calzada habilitada, hombres y mujeres se descargan. Algunos saltan la cuerda, otros castigan con fuerza los sacos y las peras de boxeo.
Los más atrevidos se calzan las vendas, los guantes y sus protectores bucales y se suben a los diminutos cuadriláteros de un metro por un metro marcados por conos para dar sus propias batallas.
“Tenés que hacerte de acero, ser un gladiador de la vida porque si este deporte te duele, la vida a veces golpea más duro”, reflexiona Pérez.
Las prácticas de boxeo de “El Viejo” se extienden durante una hora y media. Para llegar a competir de forma amateur se requiere mínimo de año y medio a dos de entrenamiento.
“Es para llegar a un buen punto de cocción”, reconoce el técnico. Y añade: “Vos lo podés subir cuando quieras a un cuadrilátero pero al ser un deporte que lastima no lo podés exponer sin una preparación adecuada”.
Por el gimnasio de Roke pasaron boxeadores de la talla de Guillermo “Pantera” Suárez y Miguel Carranza. Hoy continúa con Guillermo Salguero y “Carlitos” Riga. En el torneo Nuevos Valores, que se disputa en octubre, participarán entre “tres y cuatro” de sus alumnos actuales.
“Es muy duro ser boxeador, yo prefiero ser preparador. El único requisito que les pido a mis alumnos es que estudien. Que terminen el secundario. Hoy vienen muchos universitarios. El boxeo es una carrera corta y lastima. Se termina y hay que tener un plan”, transmite el técnico cordobés.
Vínculos, descarga y una gran familia
Valentina Dalla Lasta (19), Román Agüero (19), Paloma Vázquez (23) y Hernán Routaboul (25) son alumnos de Roke en el turno de la noche. Llegaron al gimnasio motivados por distintas inquietudes. Valentina nació en Catamarca y llegó en marzo de este año a la Capital para estudiar en la UNC. Paloma es pampeana, viene de una familia de boxeadores y está “entre cuarto y quinto año” de abogacía. Ambas iniciaron un camino en lo recreativo pero reconocen que en algún momento quizás les gustaría competir.
“En Roke encontré una familia en Córdoba. El grupo es una contención hermosa para mí. Venir de tan lejos es difícil”, cuenta Vázquez. Y prosigue: “Lo que sucede en este espacio no lo encontré en ningún otro lado”.
Valentina, apodada por sus compañeros como la “Vikinga del norte”, resalta que dio con el preparador por un amigo de ella de la misma provincia. “Me integré superbien. Me siento cómoda”, dice.
Román practicó toda su vida fútbol pero un día se aburrió y encontró en el boxeo una nueva oportunidad. Vive en el barrio Villa El Libertador y todas las semanas se viene caminando o trotando para tomar sus clases con “El Viejo”.
“El boxeo te ejercita todo. El cuerpo pero también la mente. No lo he visto con otro deporte”, sostiene el joven, quien agrega que “todo lo que sabe se lo debe a Pérez”.
“Nos ayuda un montón. Conmigo está muy presente. Y con mis compañeros y compañeras me encariñé mucho”, describe.
Hernán llegó en 2022 al gimnasio de Roke. Un día despertó y se propuso hacer boxeo. Venía con oscilaciones emocionales y con una carrera de ingeniería que lo frustraba.
“Cuando inicié este deporte me diagnosticaron un Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC). Roke me acompañó mucho. Me vio pasar por distintos estados”, reconoce el muchacho. Y añade: “Estuve internado en un psiquiátrico dos meses. Cuando salí de a poco pude volver a entrenar y a ocupar mi mente. Bajé de peso. Hoy este deporte es una descarga para mí. Quiero mucho a Roke y a mis compañeros”.
Como parte de su proceso de sanación, Hernán está medicado y dejó Ingeniería. Estudió peluquería y encontró en ese oficio una vocación que lo hace sentir bien y con la cual se sustenta.
Lejos de estigmatizar enfermedades vinculadas a la salud mental, intenta llevar un mensaje esperanzador. “A las personas que afrontan una enfermedad les digo paciencia. Hay que hacer un trabajo muy grande de aceptación. A los familiares que comprendan y acompañen. Alguien que enfrenta un cuadro médico no lo hace a propósito”, cierra.
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