El dogging es una práctica sexual que nació en los años ’70 del siglo pasado en el Reino Unido y que combina sexo al aire libre, exhibicionismo y voyeurismo. Medio siglo después, el fenómeno sigue vigente y se expande también en Argentina.
El término proviene del inglés dogging (“pasear al perro”) y surgió como una excusa para justificar la presencia de personas en lugares públicos donde se daban encuentros sexuales casuales o de observación.
Con el tiempo, la práctica se consolidó como un juego que une a quienes disfrutan tanto de ser vistos como de observar. Hoy, internet y las redes sociales facilitaron su organización. Existen comunidades que comparten ubicaciones y normas de conducta para los encuentros.
Testimonios de quienes lo practican
Para “la Turca”, que comenzó a practicarlo hace más de una década, la clave está en la adrenalina. “La primera vez fue en la cancha de Boca, en el entretiempo de un partido. Desde entonces, lo asocio con libertad y excitación. Me gusta pensar que alguien puede verme”, contó a TN.
Afirma haber tenido experiencias en parques, playas y bares, aunque prefiere los baños de locales nocturnos. “Es el lugar ideal: privado, rápido y con la tensión justa”, dice.
Flavia, en cambio, organiza los encuentros junto a su pareja y un grupo de amigos. “Los coordinamos por redes sociales y preferimos espacios habilitados, como quintas nudistas o boliches swinger. Lo vivimos con naturalidad, sin tabúes”, señaló.
El auge de las redes y la exposición digital
Los foros y grupos cerrados en redes sociales son hoy el principal canal de comunicación entre los practicantes. Allí se comparten coordenadas, horarios y hasta señales para identificar a quienes están dispuestos a participar o simplemente mirar.
Las publicaciones suelen incluir advertencias sobre seguridad, respeto y consentimiento, aunque las autoridades recuerdan que el sexo en lugares públicos continúa siendo una contravención en la mayoría de las jurisdicciones argentinas.
Qué dicen los especialistas
Consultada por TN, la sexóloga Florencia Bundza (MN 42699) explicó que el dogging plantea un dilema entre la libertad sexual y el respeto al consentimiento ajeno. “Cuando hay acuerdos entre quienes participan y quienes observan, no hay daño. Pero si se expone a terceros sin consentimiento, se convierte en una conducta perversa o delictiva”, advirtió.
Además del riesgo legal, los especialistas mencionan posibles consecuencias emocionales. La exposición pública puede generar ansiedad, dependencia o frustración cuando la práctica se convierte en una búsqueda constante de adrenalina.
“El cuerpo libera dopamina ante el riesgo y la excitación, y eso puede volverse adictivo”, agregó Bundza.
Una práctica que interpela los límites
Aunque sigue siendo marginal y cargada de tabúes, el dogging crece en grupos que buscan experiencias sexuales no convencionales. En Argentina, sus practicantes reclaman mayor apertura y menos estigmatización.
Sin embargo, los expertos insisten en que la libertad sexual debe ejercerse con responsabilidad y cuidado. Elegir entornos seguros, respetar el consentimiento y evitar la exposición de terceros son condiciones básicas para que el placer no se transforme en problema.
























