Todos los manuales de finanzas personales recomiendan reservar las opciones de financiación sólo para la compra de artículos de costo medio o alto, distribuyendo su pago en varios meses –e incluso años–, siempre observando celosamente la tasa de interés que debe asumirse.
En esa lista entran desde muebles y electrodomésticos, pasando por arreglos de la casa, motos y hasta autos. También, alguna prenda de vestir cara.
En todos los casos, se trata de inversiones que mejoran la calidad de vida del hogar y que se disfrutarán por un largo período de tiempo. Por eso, la recomendación de su compra financiada en varias cuotas.
Por el contrario, los especialistas desaconsejan el pago de los llamados “gastos corrientes” con cualquier opción financiera, sugiriendo que se abonen con los ingresos del mismo mes en los que serán consumidos.
Los alimentos y bebidas –y en general cualquier producto que integre la canasta cotidiana de consumo de un hogar– forman parte de estos gastos corrientes, junto con otros como el transporte, la cuota del colegio, el seguro del auto y los servicios públicos.
Se usan en un solo mes; se pagan con los ingresos de ese mes.
De lo contrario, en la medida en que al mes siguiente se vuelva a usar o a consumir más o menos lo mismo, el riesgo es que la financiación a la que uno recurra para pagar estos gastos termine en un círculo vicioso del que más temprano que tarde puede ser muy difícil salir.
Lamentablemente, a ello están recurriendo miles de familias argentinas a las que sus ingresos no les permiten llegar a fin de mes, ni siquiera para acceder a la canasta básica de alimentos.
Según el último “Informe de supermercados” del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), en noviembre de 2024 –último dato disponible–, el 47,5% de las compras en las cadenas minoristas se pagaron con tarjeta de crédito, mientras que el 25,1% se abonó con débito; el 16,3%, en efectivo, y el 11,1% restante, con otros medios de pago.
Sólo un año antes (noviembre de 2023), los pagos con tarjeta de crédito representaban ocho puntos porcentuales menos, el 39,4%, mientras que el débito y el efectivo superaban en conjunto el 50% de las operaciones. Y, en noviembre de 2022, la apelación a la tarjeta para hacer las compras del súper era todavía menor: apenas el 19,3% del total.
Esto indica que, hace dos años, menos del 20% de las familias se endeudaba para hacer sus compras del súper, mientras que hoy casi la mitad recurre a esa posibilidad. La inmensa mayoría, de manera obligada porque con lo que gana no le alcanza.
Este incremento de “tarjeteros” en el súper no deja de ser preocupante si –como ya se dijo– los pagos de las cuotas en los resúmenes mensuales comienzan a acumularse. Este mes se paga la primera cuota del mes pasado, pero al mes siguiente hay que abonar la nueva cuota de la última compra, más la segunda cuota de la compra anterior, y así sucesivamente.
Si de aquí en más los ingresos de los hogares se recuperaran a una mayor velocidad, quizás ello permitiría ir de a poco achicando el volumen de endeudamiento con esos gastos corrientes. Pero lo cierto es que eso viene ocurriendo a un ritmo demasiado lento, lo que incluso es alentado por el propio Gobierno nacional al pretender ponerles techo a las negociaciones paritarias.
El regreso del crédito observado en los últimos meses es sin dudas una buena noticia, ya que permite dinamizar el consumo interno e incrementar los niveles de actividad económica. El problema es cuando ese mayor volumen de financiación termina volcado a compras de subsistencia antes que a la adquisición de bienes y servicios que mejoren los estándares de vida.