El saché de leche subió de $ 400 a $ 600; el kilo de carne, de $ 4.500 a $ 8.500; el paquete de yerba, de $ 1.500 a $ 2.700; el kilo de pan, de $ 1.200 a $ 1.600; el litro de nafta súper, de $ 340 a $ 650. Y la lista sigue, interminable…
Todo pasó en apenas 20 días. Y todavía falta contabilizar el impacto que tendrá la quita de subsidios a los servicios públicos y al transporte.
La inflación ya venía desbocada desde la gestión anterior, pero la megadevaluación del peso decidida por el nuevo gobierno libertario la terminó por descontrolar. Todavía sin que sepamos cuál será el techo. Si con el ajuste cambiario del 20% tras las Paso los precios se fueron a las nubes, no era muy difícil prever lo que podría llegar a pasar con el dólar trepando de $ 400 a $ 800 en un solo día.
Así y todo, tomaron la decisión.
Mientras tanto, los salarios, bien, gracias…
A esta altura del año, es casi imposible saber a ciencia cierta cuánto poder de compra han perdido los ingresos de la mayoría de los argentinos. Hasta septiembre, el índice de salarios que mide el Indec arrojaba una suba acumulada del 100,2% entre los trabajadores registrados, frente a una inflación acumulada del 103,2%. Había un desfase, aunque no era catastrófico.
Pero los precios se desbarrancaron a partir de octubre, y esa brecha se amplió de manera significativa desde entonces. En ese mes, la inflación fue del 8,3% y en noviembre trepó al 12,8%. Aún falta computar el dato de diciembre, que seguramente trepará por encima del 30% o el 35%, lo que llevará el acumulado anual en torno del 200%. Mientras tanto, los salarios están paralizados. Casi atontados frente a lo que está sucediendo.
Para colmo, todo esto sucede a fin de año, cuando la mayoría de las paritarias ya están cerradas; y los trabajadores, a punto de salir de vacaciones. Para los sindicatos, las posibilidades reales de renegociar subas de último momento son casi ínfimas, más con empresas que tampoco saben cómo esta tormenta perfecta con la que decidió iniciar su mandato Javier Milei terminará impactando en sus cuentas.
Así, con salarios sin capacidad de reacción y precios volando por los aires, es de esperar que cientos de miles de hogares terminen el año por debajo de la línea de la pobreza, muchos de ellos quizá por primera vez en sus vidas.
En octubre pasado, la canasta básica total (CBT) –tomada como referencia por el Indec para determinar el umbral de pobreza– demandaba $ 345.295. Al finalizar diciembre, esa misma canasta muy posiblemente ronde los $ 500 mil.
¿Cuántas familias argentinas tienen actualmente ingresos superiores al medio millón de pesos? No muchas. Al segundo trimestre de este año (último dato disponible), apenas el último decil de hogares (el 10% de mayores ingresos) superaba esa cifra. El decil anterior tenía ingresos medios de $ 423 mil. El más bajo, de apenas $ 54.500.
Al término del primer semestre, el 40,1% de la población era pobre en Argentina, cifra que podría haber llegado al 45% al finalizar el mandato de Alberto Fernández. Hoy, con la inflación trepando a un ritmo desenfrenado y con salarios estancados sobre el cierre del año, esa triste proporción podría llegar al 55% o el 60%, acercándose peligrosamente al registro histórico del 66% de pobres que tuvimos en 2002, luego del estallido de finales de 2001.
Así de mal estamos; todavía no sabemos cómo vamos a estar.
