–No naciste narradora. ¿Qué profesión tenías?
–Empecé mi vida profesional siendo diseñadora gráfica. Me iba muy bien, era una oficinista impecable, ocho horas, computadora, diseño editorial, muy feliz en mi vida. Un trabajo en lo mío, una vida estable, 27 años, ya dos hijas. Uno dice: “¡La vida ya está hecha!”. No, señora; no, señor. Hasta que un viernes íbamos caminando por Cañada con María Silvia Paschetta, una escritora amiga. En un momento, ella se frena un poco teatralmente y me dice: “¡Sole, hoy es el primer viernes del mes. Vamos a escuchar cuentos!”. “Dale, vamos!”. Y llegamos a un grupo que funciona en Córdoba hace 25 años, el Vení que te cuento. Eran 10 gatos locos que habían escuchado narrar cuentos y que habían hecho un seminario en Cedilij, que es el centro de difusión, investigación de literatura infantil y juvenil en Córdoba, y decidieron sostener un encuentro mensual. Como siempre lo hacen el mismo día del mes y a la misma hora, María Silvia se acordó; y como estábamos a tres cuadras, fuimos. Fue abrir una puerta a un lugar increíble, me movió algo adentro. Siempre me gustó leer, leer en voz alta y recitar, pero no encontraba en mi entorno un lugar para que eso sucediera, como que me daba vergüenza. Después lo olvidé. Y cuando entré al Vení que te cuento, yo que nunca había escuchado narrar en voz alta, me enamoré. Sentí algo adentro. Y cuando terminó la ronda de narradores, el coordinador del momento dijo: “Se terminaron los cuentos, ¿alguien quiere contar algo?”. Levanté la mano y dije: “yo”. Y narré una anécdota que me pareció bonita, de mi hija. Al siguiente mes, fui por mi propia voluntad y con un cuento estudiado de memoria para narrar. Entonces, mi vida cambió.

–Apareció la narradora.
–Con los años dejó de ser un hobby, estuvo la oportunidad de empezar a estudiar, involucrarme más, y hubo un momento en que tenía que elegir: seguir siendo diseñadora gráfica, además con una propuesta editorial que me acababan de hacer y de la que estaba enamorada, o la narración oral. Ante la disyuntiva, le pregunté a mi esposo. Le dije: “Juan, ¿qué hago? ¿Tomo el trabajo editorial o sigo como maestra?”. Y él me preguntó: “De acá 10 años, ¿cómo te ves?”. Y yo tuve una certeza, y le dije: “Como narradora de cuentos”. “Perfecto. Entonces, trabajá en una de esas dos propuestas que te permita más tiempo para preparar cuentos, armar espectáculo y todo lo que significa la narración oral, que es enorme”.

–¿Qué cualidades tiene que tener una buena narradora?
–Poder llegar a la gente. Hay técnicas, como mirar a los ojos. Pero siento que saber escuchar sería como la clave. Escuchar en dos instancias: primero, escuchar a la gente, porque la vida misma es una enorme narración. Me gusta mucho charlar con el vecino, con la maestra, me gusta escuchar las historias, hay tantas historias. Hay tanta gente distinta en el mundo y escuchar todo eso, en algún momento, uno lo lleva a la narración. Y cuando estás narrando, escuchar es como tomar el pulso a la situación. No podés meterte en el cuento y que no importe lo que pase, porque pasan cosas mientras narrás: un niño te responde y te cambia, una criatura llora, un timbre suena o la gente se aburre.
–Los chicos son un público muy lapidario: gusta o no gusta.
–Exacto. No te disimulan que se están aburriendo.
–¿El silencio absoluto para vos es la mejor devolución?
–No sé, porque a veces hay como una “cosita” en el clima que se genera, como un movimiento, una cosa que está ahí. La mejor devolución sería, por ejemplo, un niñito dejando caer su mandíbula lentamente. Entonces, pienso “lo tengo, lo tengo”. La cuestión corporal, ¡te das cuenta cuando le está gustando! Leés en el público cuándo les está gustando. No sólo los niños pequeños, los grandes también. Cuando dejaron de mirar la ventana y te están mirando a vos, es un montón, sucede la magia. Están atendiendo, sonríen y se les cae la mandibulita.
–Se abre una puerta que después sigue girando en el resto del día.
–Sí. Porque no solamente es lo que pasa en el momento en que se metió en el cuento. Es lo que genera la literatura en general: te abre ventanas, así ni te das cuenta de que quedaron abiertas a veces y después te moviliza. Me pasa cuando leo; hasta que termina la historia, estoy como en un paréntesis.

–¿El tiempo ideal para un cuento?
–Y... depende de la edad de quien te esté escuchando. A mí me gusta contar textos breves, porque narro para niños muy pequeños. Me gusta jugar con el cuerpo, me siento cómoda poniéndole movimiento, además mi forma para recordar el texto es con el cuerpo. Soy bibliotecaria en una escuela y en estos días trabajé este texto (gesticula): “El conejo se miró en el espejo. Como era coqueto, se quedó muy quieto. Miró sus orejas: estaban parejas. Miró sus bigotes: estaban gordotes. Frunció la nariz: se puso feliz. Y de un salto tan alto, tan alto, que sube, que sube, llegó a una nube. Viajando en ella, llegó a las estrellas. Y mirá vos, qué fortuna: hoy el conejo vive en la Luna”. Me lo estoy acordando con el movimiento que hago y de paso jugamos, todos nos involucramos. Eso es un ratito. Después te cuento una historia y ahí te dejo un rato quieto, escuchando. Después vuelvo a hacer algo que te involucre.
–Tu público ideal: ¿qué edad tiene?
–Son muy chiquitos, 5 años. Tengo 17 años en el aula en nivel inicial como profe de arte, hay un lenguaje que conozco ahí. Y con todo el primario: me siento muy cómoda, porque vas contando textos más largos y además lo que yo hago es contar cuentos de autor. Ahora, vos me decís “adolescentes”. Bueno, lo hago, pero siempre invito a algún compañero que me acompañe, que sé que tienen más experiencias en la selección de textos para un adolescente.
–Los chicos de hace 10 años no tenían la tecnología de hoy, no estaban los teléfonos. ¿Te cuesta más engancharlos?
–No, creo que no. Sí están más en movimiento. Una cosa que aprendí a nivel inicial es que no tenés que esperar el absoluto silencio para arrancar con algo. Eso me llevó bastante tiempo. No se da nunca y tampoco sería legítimo en esa edad. Una criatura inquieta, curiosa del mundo, está aprendiendo a hacer silencio cuando tiene que hacer silencio. A eso me lo enseñó la directora de la escuela donde yo trabajaba, Miriam, me abrió la cabeza. “¿Por qué esperás el silencio? Probá”, me dijo. Entonces, empecé a probar. Yo arranco con algo, cualquier movimiento corporal, se enganchan 10. Entonces los tres que estaban dando vueltas giraron la cabeza y seguro que se suman. Y los otros. También es cierto que cuando estoy con ellos, no están cerca de las pantallas. En la biblioteca donde trabajo, tengo una pantalla muy grande en la pared. Y ellos dicen: “Ah, vamos a ver la tele”. No, vamos a los cuentos hoy”.
–¿Y qué dicen?
–Les encanta. Les encanta porque además paso a un escalón más: tengo el libro en la mano. Es un objeto físico, tiene un formato, una ilustración, una textura, un tamaño, todo eso influye. “No sé leer”, te dicen: “¿Y los dibujitos?”. Entonces leemos los dibujos solos, pero también ellos venden libros, espontáneamente arman puestos, otros hacen casitas, hacen caminitos con los libros. ¿Y yo qué les voy a decir? “No, los libros son para leer”. ¡No! El chico se está involucrando con el objeto que algún día va a leer.

–Y ese niño que llega a esa biblioteca o a la escuela: ¿es su primera vez con el libro o viene con una tradición de casa de haber estado con un libro?
–Eso depende mucho del lugar donde yo esté. Depende de la situación social, y eso no quiere decir mayor o menor adquisición económica, sino de qué mediadores tenga cerca. He ido a escuelas rurales que tienen muy bajos recursos, pero tienen una biblioteca y alguien interesado en que esos libros se movilicen. Me doy enseguida cuenta cuando llego a un lugar y han estado en contacto con libros antes o con narración oral o con nada, hay una forma de escucharte distinta, con más atención. Eso no tiene que ver con el nivel socioeconómico, aunque hay familias en que sí. Te iba a decir que disponen de un dinero para comprar libros, pero no es eso lo que quiero decir. Hay familias que eligen con el dinero que tienen comprar un libro o tomarse el colectivo e irse a una función.
–¿Esa costumbre de irse a dormir con un cuento se perdió?
–No, yo creo que no. Mis estudiantes me cuentan que les cuentan cuentos. Pero, bueno, esa es una mirada de un pedacito de Córdoba, por ejemplo. En el mundo en donde yo me muevo, sé que los chicos escuchan cuentos de sus padres. Creo que hay una edad en la que los padres sí les dedican un tiempo. Tal vez porque están en casa, porque son pequeños. No serán todos y a lo mejor ahora son menos, pero creo que sigue existiendo esa costumbre.

–¿Te contaban cuentos cuando eras chica?
–Así como yo lo hago, no. Leía mucho. Y con mi abuela siempre hacíamos juegos de palabras y esas cosas. Mi abuela siempre estaba en la cocina, siempre, siempre tenía olor a ajo en la mano. Yo me acercaba y le decía: “Nona, juguemos, juguemos”. Tengo esta imagen: ella picando, vaya a saber si ajo, perejil, diciendo “don Juan de los Palotes que tiene una pata rota”. Entonces yo saltaba y hacía movimientos. Muchas retahílas, cosas de la oralidad. Tengo la imagen de mi papá diciendo: “Las estrellitas del cielo nadie las puede contar, solamente aquel que las puso cada una en su lugar”.
–Tenía razón Juan entonces cuando te preguntó cómo te veías en 10 años. Te viste exactamente donde estás.
–Y un poco sí.
–¿Siempre te da nervios tener un cuento? ¿Cuesta aprenderlo de memoria? ¿Cuál es el mayor temor?
–Depende. Tenía un temor que tenemos todas las personas que contamos cuento cuando recién empezás: ¿Y si me olvido? Me ha pasado: feria del libro, 300 personas delante. Te olvidás una palabra y sentís como agujas en la espalda. Y después seguís, porque algo se acomodó y seguís. Y la gente no se dio cuenta de eso. El mayor miedo es olvidarte, hasta que entendés que, por más que te olvides, no pasa nada. Ese miedo ya lo pasé. Ahora sería que no te salga muy copado o que sea muy largo. Y, bueno, cuando lo largás por primera vez, lo testeás. Y ese es el espacio Vení que te cuento.
–Tenés otro proyecto lúdico muy creativo: el Adivinero natural.
–Estuvimos muchos años con Juan tratando de hacer un juego de mesa que sea divertido, lo charlábamos en viajes que hicimos por Argentina. Nos salía el típico tablerito recorriendo el país. En el medio, nos hicimos amigos de Mariano Medina, otro picante, conocí Cedilij y un día pudimos hacer juego de mesa. Habían pasado 20 años, pero lo hicimos muy divertido porque fue un juego de cartas. Y cuando lo terminamos, después de tres años de laburar mucho, dice Mariano: “¿Y ahora quién lo va a editar?”. “¿Cómo quién lo va a editar, Medina? ¡Nosotros!”. Hicimos preventa, una movida impresionante y conseguimos juntar toda la plata para imprimir este juego de mesa que se llama Llegué bien. Es un juego de cartas que en vez de tener oro, basto, copa y espada, tiene flora, fauna, patrimonio y folklore del país. Tiene 60 tarjetas con más de 300 preguntas en los mismos ejes. Preguntas que hablan del país, de la literatura, de cosas hermosas, tienen adivinanzas, trabalenguas. Tan hermoso que decidimos con Juan editarlo con la editora Cuentos en boca. Y empezó a gustarnos el mundillo editorial. Lo siguiente que hicimos fue una colección de libros de adivinanzas que se llama Adivinero natural y cada libro tiene 12 adivinanzas que no son de tradición oral: están escritas por autores. Hay poetas cordobeses aquí, como Vivi Aguirre, Daniel Mariani, Claudia Tejeda. Fue una idea de Mercedes Mainero, que hizo el libro Insectos hace 20 años. Lo reeditamos con su autorización y le agregamos cuatro ejemplares más para mostrar otros animales y plantas del país, y otros poetas. Y se vienen más cositas de gente de acá, de Córdoba.
–Llegaste a esta entrevista con un dedal. ¿Para qué?
–Un dedal (gesticula) ¿Qué es un dedal, señora, señor? Bueno, un dedal es el sombrero del dedo que va llevando las agujas al camino del hilván. Es un vaso de Pulgarcito. Es un pesebre para esos caballitos que hacemos de miga de pan. Vive entre hilos y agujas y secretos enredados esperando que lo encuentren y se pongan a escucharlo. Porque dicen que los dedales escondidos tienen secretos en el fondo y te cantan en la oreja mil susurros misteriosos. Dedalito-dedalito va, dedalito-dedalito viene, dame algún secreto porque me entretiene. ¿A ver? ¿Qué? Que las tortugas tienen problemas para meter la mano en los bolsillos. ¿Qué? Que los bichos bolitas tienen sueños arrugados. Dedalito-dedalito va, dedalito-dedalito viene. Dame algún secreto porque me entretiene. La voz de la lagartija. Lo que se escucha en el parral. La fruta del paraíso y el mar. Todo bulle, todo canta, todo cabe en un dedal.
–La poesía también te llama.
–Me provoca. Me conmueve la poesía y me gusta compartirla con los chicos, con los grandes. A veces asusta la poesía para niños pequeños. Y fijate que todo lo que hemos hecho ahora son poesías. Compartir poesía es una forma de sensibilizar algunas cosas, tocar algunos lugarcitos que está bueno.

–¿Escribís tus cuentos?
–No, no, no. Muchas personas me preguntan, porque me gusta escribir. Pero no, porque hay muchos escritores maravillosos. Me gusta eso. A veces no sé por qué elijo un cuento. Y después con los años te das cuenta de que todos los cuentos que elegís te cuentan de alguna manera. Hablan de vos.
–¿Cómo te ves vos de acá a 10 años?
–No lo tengo pensado. Seguro entre letras, seguro entre palabras. Narradas, pero también escritas, también editadas. Es un perfil en el que me gusta verme, imaginarme.
Ficha picante
Soledad Rebelles tiene 49 años. Es diseñadora gráfica, pero viró su carrera cuando descubrió Cedilij. Tiene tres hijos: Ludmila (25), Martina (22) y Leonel (16). Está casada con Juan. Forma parte del grupo Vení que te cuento. Se reúnen los primeros viernes de cada mes, de 19 a 21, en la sede de Cedilij, Pasaje Revol 56. Forma parte de Ediciones Cuentos en Boca. Han creado los juegos ¡Llegué bien! Viaje coplero con adivinanzas y Adivinero Natural.