La Travesía del Colegio del Carmen, Institución perteneciente a la Congregación de hermanas Carmelitas Misioneras Teresianas comienza al pie del cerro Los Gigantes y culmina en la plaza de Cura Brochero. Una experiencia que lleva 36 años de historia y es considerada una parte importante de la formación integral de los estudiantes. Se prepara cuidadosamente por la Comunidad docente del Colegio y recibe el enorme apoyo de los padres que colaboran con la logística y la entrega de donaciones en los distintos parajes. Los jóvenes de 6° año junto a un equipo de adultos acompañantes atraviesan las sierras grandes siguiendo las huellas del Cura Brochero e inspirados por la figura del Padre Palau, profundizando en el cuidado y contemplación de la naturaleza, y en el servicio a los demás.
En el camino, los peregrinos van construyendo una comunidad fraterna, superando desafíos físicos y emocionales.
El silbido del viento los acompaña a escondidas, mientras sus zapatillas crujen sobre los pastizales. Podrían atravesar esos campos cien veces, y ninguna de ellas sería igual. El clima, su estado de ánimo, la etapa de sus vidas en la que recorren esos senderos, y la particularidad de cada grupo hacen que cada experiencia sea única.
En el segundo día, los peregrinos continúan su marcha, para por fin descender hasta esa imponente construcción de piedras que duerme entre las rocas: el colegio Padre Liqueno.
A las 19:30 los ojos de los chicos se tiñen del anaranjado rojizo que corona las montañas. Llega la cena y a descansar.
Es sábado y a las 8 en punto cumplen con el ritual, se desean “buenos pasos” y giran hacia la izquierda para perderse entre las rocas.
El paisaje es indescriptible. Arriba de ellos sólo está el cielo. El camino los llevará a un balcón natural con un infinito horizonte en frente. Después hay que bajar la cuesta, y atravesar el río. Por fin, cuando el reloj marca las 19, los peregrinos llegan a la casa de Carmencita que los espera –como en los 35 años anteriores- con los brazos abiertos.
El domingo las ampollas y dolores del cuerpo dicen presente. De pronto un vado les devuelve unos instantes de reposo a la sombra. Almuerzan, como cada año, en el jardín de Chichi en Villa Benegas.
Aparecen las últimas cuestas y descienden hasta ingresar –emocionados- a la tierra del Cura Gaucho. En minutos arriban a la plaza central. En ella se agolpan sus familiares, vecinos y turistas curiosos. Con el sonido de las campanas de fondo, comparten llantos, risas y abrazos. Los chicos han caminado con sentido, saben que peregrinar es rezar con los pies.
En comunidad se dirigen al Santuario. Otra vez el sagrado cansancio. La amistad. Sus familias. La superación personal. El trabajo en equipo. La naturaleza. El encuentro con Dios y con el prójimo. Atravesaron arroyos y ríos, treparon montañas, y soportaron juntos el mismo cansancio. Todo es gratitud. Tanto esfuerzo adquiere sentido. La espiritualidad palautiana les enseñó que la misión más importante es el servicio. En el peregrinar comprendieron que nadie camina solo y esta Travesía es una metáfora de sus vidas.
