Las primeras palabras en el juicio de Brenda Agüero, la enfermera acusada de matar a cinco bebés e intentar hacerlo con otros ocho, respondieron más al relato mediático que al judicial que la trajo hasta esta instancia, luego de estar dos años y medio detenida.
Brenda respondió que no usaba ni remeras ni poleras mangas largas para ocultar inyecciones, que no bajó de internet sino que recibió de una colega un archivo PDF con instrucciones para la aplicación de potasio y que el peritaje psicológico y psiquiátrico no le asignó un perfil psicopático ni ninguna enfermedad mental.
Para comparar: en la presentación del caso que hizo su defensa, el exsecretario de Coordinación de Gestión en el Ministerio de Salud, Alejandro Gauto, respondió a los hechos contenidos en la acusación de encubrimiento que se le endilga negando haber estado presente en una reunión clave en esa atribución y rechazando responsabilidades funcionales en el licenciamiento del personal bajo sospecha, otro de los elementos que cimentan la imputación que llegó de la fiscalía de Raúl Garzón.
Brenda Agüero no negó su presencia en cada uno de los eventos que se investigan, por caso. Y no contestó ni explicó cómo pudo advertir sin ningún síntoma evidente para nadie más que para ella las descompensaciones de recién nacidos. Estos son dos de los indicios, el de presencia y el de actitudes anteriores y posteriores, que conforman el conjunto de elementos que sostienen la acusación.
Hubo un especial énfasis en Agüero en responder a la imagen que el periodismo –no la investigación penal– construyó de ella.
No hubo un momento de empatía con las madres que perdieron sus hijos en el hospital, que no presenciaron su declaración porque, al ser testigos además de querellantes, recién pueden volver a la sala después de declarar. “Hay que buscar un culpable, las muertes de los bebés existieron, no lo voy a negar, pero tampoco puede ser que me bombardeen a mí cuando no tienen pruebas”, declaró.
“No entiendo en qué cabeza cabe que una persona sana, sin antecedentes, de la noche a la mañana se le ocurre salir a matar. Los periodistas han hecho una imagen de asesino serial que no existe y gracias a eso me veo en este contexto”, argumentó, además. Incluso atribuyó su quiebre en la primera jornada del juicio a la prensa: “Cuando me detuvieron fue impresionante la parte mediática, me señalaron y me tiraron con todo lo que había sin pensar en el riesgo que corría en un contexto de encierro, no solo yo, sino mi familia. Y eso lo reviví con periodistas por todos lados sacando fotos, fue muy impactante. Pensé que estaba lista para transitar el juicio, que lo esperaba, pero no fue así, los nervios me jugaron una mala pasada”.
El defensor principal de Agüero, Gustavo Nievas, también apuntó varias veces al periodismo, al que asignó un rol conjunto con quien actuó como representante del Ministerio Público Fiscal (MPF), en un denominado “protocolo de ocultamiento”.
Merece eso una respuesta, no corporativa, sino simplemente para contrarrestar desinformación: la construcción de Brenda Agüero como asesina serial de bebés no surgió del periodismo, sino de una investigación que pasó por una fiscalía de instrucción y fue controlada en un Juzgado de Control y en la Cámara de Acusación y sostenida en forma enfática por la fiscalía de Cámara que interviene en el juicio.
En cambio, por citar un ejemplo, la teoría alternativa deslizada por Nievas de muertes de bebés por sepsis generalizadas en un hospital que “era una mugre” no tiene ni siquiera el respaldo informal de una foto que lo pruebe. Y consiguió una amplia difusión en parte por las dotes histriónicas y comunicativas de Nievas, pero también en una clara demostración de que equivoca la defensa de Agüero la acusación a la profesión: el periodismo luce más diverso y plural que exigente con la calidad de la información que ofrecen las fuentes.
