Francisco nació a las 11.46 del viernes 18 de marzo de 2022. Era el tercer hijo de Vanessa y Raúl. Los dos anteriores habían nacido en una clínica privada, pero una de las tantas crisis de esta Argentina los dejó sin obra social. Hicieron los controles de embarazo en el dispensario municipal de barrio General Mosconi y pagaron tres ecografías: la translucencia, la 4D y hasta una ecocardiografía. Como Vanessa antes había tenido cesáreas, le programaron una también para la fecha de parto de Francisco. Pesó 3,260 kilos, con un Apgar 9/9. Excelente.
Lo derivaron por rutina a incubadora, en la zona del Centro Obstétrico del Hospital Materno Neonatal de la ciudad de Córdoba. Vanessa se acuerda todavía de que la médica le dijo “acá está tu bebé; salió todo perfecto”. Se lo mostraron en el aire y se lo llevaron a cambiar. No se lo apoyaron en el pecho y tampoco dejaron que su marido la acompañara.
En ese momento, ella recuerda que había mucha gente en la sala. Describe a algunos profesionales, pero de ninguno retuvo el nombre. No se presentaron, no tenían identificación escrita. El bebé fue a incubadora y ella, después de la intervención, pasó a la sala de recuperación.
En las incubadoras, una amiga de la familia grabó un video durante un minuto. Jamás imaginaron que en breve la vida de ese bebé tan lleno de luz se apagaría. Abría los ojitos, sorbiendo los primeros tragos de su respirar.
En ese espacio, las enfermeras iban y venían. Los bebés quedan solos en más de una oportunidad, y así pasó con Francisco. La enfermera Brenda Agüero estaba de turno ese día, a esa hora. A las 10 se había descompensado la beba Martínez y a las 11 esta ya estaba en terapia intensiva.
A las 13.30, la enfermera Gómez advirtió que el bebé de Vanessa y Raúl se quejaba y que tenía dificultades para respirar. Llamaron a la neonatóloga, se constató taquicardia y lo llevaron también a terapia.
Vanessa nunca pudo reunirse con Francisco. Se quedó esperándolo. Le avisaron que tenía una arritmia y que lo estaban controlando. Rompió en llanto, aunque nunca imaginó la gravedad de lo que le estaba pasando. Hasta que vio a su marido, que venía de ver a “Fran”. “Me di cuenta de que algo no andaba bien”, dice.
Una médica intentó después dar una explicación: una falla en la aurícula, que el corazón no tenía fuerza. Renegó para que la dejaran pasar a terapia; no se animaba a sacarlo de la incubadora. “Alzalo, porque es mejor que se vaya en tus brazos”, le dijo alguien. Lo levantó, le sacó la sabanita, le repasó cada rincón con la mirada. “Lo miré para conocerlo y se estaba muriendo”, dice Vanessa.
Su marido, su hija y ella lo alzaron un tiempo más. “Las esperanzas eran cero y nos empezamos a despedir”, rememora. “Fran” falleció antes de medianoche. Tuvo al menos dos paros cardíacos.
Vanessa nunca alcanzó a amamantarlo. “Mi marido y mi hija pudieron entrar, pero estaba ya en terapia, todo intubado”, cuenta ella. “Mi otro hijo ni siquiera pudo verlo; no lo conoció. Cuando llegamos a casa, le dijimos nosotros”, recuerda.
Cuando le dieron el cuerpito de “Fran”, tenía un enterito blanco con rayas azules que no era de él. Le devolvieron la ranita y el conjunto de lana, no el body que ella había seleccionado para cuando naciera. En esa ranita, ella descubrió una mancha de sangre de cinco centímetros en el muslo de la pierna izquierda. Nunca supo por qué.
La familia se fue agradecida con el Neonatal porque les habían dado privacidad para despedirse de Francisco. Hasta que vieron las noticias y Vanessa se dio cuenta de que su “Fran” podía encajar en esa atrocidad y que ahí podría encontrarse la explicación a esa mancha de sangre en la ranita. Fue todo desesperación, enojo, furia y sufrir otra vez.
Vanessa, de 36 años, recién ahora retomó su trabajo como manicura. “Me costó; quería estar pendiente de todo. Me pasé días enteros leyendo el expediente; trataba de buscarle la vuelta, investigar por mi cuenta”, confiesa. “Ahora, viendo esto más racionalmente, veo que se avanzó bastante, aunque falta avanzar con el resto de las responsabilidades”, dice.
Siente que todo pasó muy rápido, que las sentaron frente al gobernador Juan Schiaretti en su momento y le quedaron muchas cosas sin decirle. Siente que ahora, un año después de que tomara estado público la tragedia del Neonatal, todo volvió a removerse. Vanessa es una de las mamás que motorizó las marchas, el encendido de antorchas. Confía en la Justicia. “Estamos todas reconstruyéndonos; es volver a enfrentar las cosas todo el tiempo”, evalúa.
Vanessa tiene atesorado un minuto de video de su bebé. Cientos y cientos de veces lo han mirado y llorado. Con las manitos tipo espadachín, se ve a “Fran” abrir y cerrar los ojitos buscando una teta que nunca pudo encontrar.
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