Cuando una persona entra a un templo religioso, una de las cosas que más le pueden llamar la atención son las figuras de Jesús, de la Virgen María o de diferentes santos que decoran altares o paredes.
Esta experiencia le pasó de adolescente al escultor José Said Nisi en la parroquia Nuestra Señora del Rosario y San José Obrero de barrio 1° de Mayo, de la ciudad de Córdoba. “Tenía una fascinación desde chico, me escapaba en los recreos y me ponía a dibujar en mi cuaderno”, recordó.
Lo que le cautivó a Said Nisi fue la imaginería, una especialidad del arte de la escultura que representa temas religiosos. Históricamente, Córdoba pobló sus templos con figuras traídas del extranjero,, principalmente de talleres de Italia y de España, más tarde de Buenos Aires pero con el correr de los años los escultores locales fueron incorporando el arte religioso en sus talleres y desarrollaron versiones propias a nuestra cultura.
“Yo trabajaba en el histórico taller De Colle y reproducía imágenes religiosas italianas donde el Niño Jesús era rubio, y comencé a cuestionarme la necesidad de hacer una versión más contemporánea de mis trabajos”, sostuvo la artista visual Maina Cordero, quien fundó hace 14 años el taller Cordero Salvador junto con su marido, Adrián.
En las últimas dos décadas, la imaginería religiosa en nuestra provincia tomó vuelo por distintos factores. En primer lugar, se consolidó el “boca a boca” entre sacerdotes, monjas y fieles que en mayor y menor medida invirtieron e impulsaron restauraciones o nuevas obras en sus templos o comunidades.
El perfeccionamiento en la técnica de los artistas locales, entre el autoaprendizaje y las escuelas de arte, los hizo competitivos, y actualmente sus trabajos están repartidos en los templos de la provincia, en otros sitios de Argentina y también en el exterior.
Brochero, el salvador
Maina y Adrián viven en una casa taller en Mayú Sumaj junto con su hija adolescente, Mora, y además tienen otro taller en Villa Carlos Paz. Actualmente reciben clientes de todo el país que van hasta la comuna de Punilla a retirar las obras, pero esa realidad era muy diferente cuando decidieron abrir el taller.
“Cuando comencé a diseñar un modelo más latinoamericano, me costó venderlo porque el ojo del público estaba acostumbrado a las figuras antiguas y no pude vender un montón de piezas”, recordó Cordero entre risas.
Al apostar por este emprendimiento familiar, Adrián dejó su trabajo en una empresa de telecomunicaciones y, entre sus conocimientos de ingeniería y lo que aprendió de su papá carpintero, apostó al taller y les dio una mano a Maina y a Andrea Toscano, quien los ayuda con el modelado de imágenes.
Pero el punto de inflexión para el taller Cordero Salvador fue la beatificación de José Gabriel Brochero en 2013, que provocó una demanda sin precedentes de la figura del “Cura Gaucho”.
Cordero reconoció que tres años antes un sacerdote le había pedido una imagen “cuando nadie hablaba de él” y, si bien al principio ella fue reacia a diseñar una figura de cero, sintió un impulso, cambió de idea y le dijo a su marido: “Lo vamos a hacer, este cura va a ser santo”. Esa primera figura provocó una segunda y un trabajo sin descanso. “Brochero nos salvó”, dijo con sinceridad.
Adolescente apasionado
José Said Nisi intercala su tiempo entre su taller en el barrio Parque Atlántica y la capilla del cementerio San Jerónimo. Además de realizar esculturas, él pinta murales dentro de esa iglesia que conserva un altar en honor a la comunidad aborigen del Pueblo de La Toma, como antes se llamaba Alberdi.
Comenzó como autodidacta y sus padres fueron los primeros que lo alentaron cuando él les pidió replicar “La Creación de Adán” en el techo de su habitación a los 15 años. Sin embargo, en su juventud le costó confiar en que podría dedicarse exclusivamente al arte, por lo que, mientas realizaba algunas restauraciones, también fue mozo y tornero. Finalmente terminó sus estudios y hoy vive de su trabajo.
“Me siento un privilegiado de poder trabajar de lo que amo. Me falta muchísimo por aprender y por hacer”, reconoció.
Una nueva oportunidad
Si bien un hecho fortuito hizo que Julio Incardona terminara dedicándose a la escultura, hoy cree que el destino ya estaba marcado. “La crisis de 2001 me fundió, las obras sociales dejaron de pagarme y tuve que reinventarme para sostener a mis cuatro hijos pequeños”, recordó.
Dejó la kinesiología y en la desesperación apareció un amigo con unas tablas de madera de descarte en las que Julio empezó a aprender a tallar. Con el tiempo estudió con Luis Hourgras en la escuela Dubois de Alta Gracia y dejó de realizar copias para impulsar la creación. Actualmente diseña piezas únicas en arcilla, entre ellas de escultura religiosa. “La vida nos rompe para volvernos a armar. Creo que la resiliencia que viví en este proceso me dio la sensibilidad para poder hacer lo que hago”
El estudio científico del movimiento del cuerpo le dio a Incardona la base para entender la comunicación gestual y trasladarla en detalles a sus obras. “Cada dedo, cada ojo, cada flexión de una articulación tienen algo para contar”, advirtió.
Sus detalles de Brochero, desde “mirar sin ojos”, “de la mano de la docencia”, “desgranando rosarios” o “sus harapos del camino”, son de los encargos que más realiza, pero además tiene obras de diferentes personalidades argentinas en un parque temático a metros del ingreso al santuario de Lourdes.
Del sinsabor al desafío
Los artistas coincidieron en que la profesión de escultor también tiene un costado no tan bueno. En muchos casos, la demora en el cobro de los trabajos –en algunas ocasiones de organismos gubernamentales–, la desvalorización de la tarea o la proliferación de copias falsas los desaniman. Sin embargo, la pasión que le dedican a sus obras los lleva a desafiarse continuamente.
“Si algún joven quiere dedicarse a esta hermosa tarea, tiene que saber que no basta con desearlo, hay que trabajar mucho, pero se puede”, finalizó Said Nisi.