Sepan disculpar, estimados lectores, pero esta columna arrancará con una situación personal como disparador para que entiendan el por qué de mi malestar.
Día: domingo a la tarde. Lugar: pleno Nueva Córdoba. Situación: día frío ideal para tomar un rico café a resguardo, acompañado de una croissant. Sin embargo, no hay cafeterías para sentarse en varias cuadras a la redonda, según Google Maps y según mi propio radar cafetero bastante entrenado a fuerza de conocer uno a uno los locales que fueron abriendo en la zona. Todos con riquísimo café y pastelería, por cierto, pero todos de opción “para llevar”.
Sabemos que la pandemia ha venido a cambiar, o mejor dicho a acelerar, procesos que se anunciaban como inevitables. Hemos vivido en carne propia el home office y el delivery, primero con cierta resignación, pero luego con absoluta fascinación. Y ahora ya nadie se quiere mover de su zona de confort.
Y la tendencia de andar a las apuradas con un vaso en la mano bebiendo café es mundial.
Basta con ver series y películas en las que los protagonistas se mueven por las calles como autómatas que solo responden al estímulo del café para saber que ese es el futuro que nos espera. Lo entiendo.
Las tendencias son cosa seria, y Córdoba, en su afán por ser tan cosmopolita como le dé el cuero, transita ese inexorable camino.
Lo he visto en otras ciudades y puedo comprender que alguien pase de camino a la oficina por una cafetería que le alegre el día con algo rico para tomar y comer.
Lo que no entiendo es por qué esa misma moda del café de especialidad que tanto bien nos hizo como consumidores enseñándonos a beberlo sin azúcar y a no tolerar nunca más un café quemado también nos expulsa del cobijo que toda buena cafetería debería brindarnos, con sillas, mesas, servilletas y baños. ¿Es mucho pedir?
Cuestión de costos y precios
No entiendo mucho de marketing, pero sé distinguir su influencia detrás de los slogans “café de vereda” o “café de ventana”, dos de los eufemismos que se usan en Córdoba para hablar de un “café para llevar”.
Cuando muchos de los que somos cafeteros asumimos que un producto de buena calidad que tomaremos en pocos minutos sale casi U$S 5 y lo pagamos, estamos de alguna manera avalando ese precio, mal que nos pese.
Sabemos que los costos de la materia prima son elevados y que el proceso requiere conocimiento y cuidado. También sabemos que la calidad se paga más cara. Pero, ojo, que la moda no nos tape el bosque.
Hace muy poco abrió un local de pastas italianas al paso y, como toda apertura, se celebra. En tiempos tan difíciles como los actuales, cualquier nuevo proyecto es una esperanza de trabajo para los emprendedores y de comida rica para los consumidores.
Pero más allá de la buena nueva, volvemos sobre lo mismo: la opción es “al paso”. Es decir que cada consumidor deberá tomar entre sus manos la bandeja y salir porque el lugar tiene poco espacio para quedarse.
No es para señalar ese caso como algo malo, sino para ejemplificar que esta es una tendencia que se repite en muchísimos lugares que hacen comida deliciosa en el Centro de la ciudad. Ocurrió lo mismo con las pizzas y con otros platos.
Da la sensación de que la mayoría de las aperturas vienen con ese formato. Como si solo se pensara en oficinistas que necesitan una vianda.
Quienes estén del otro lado me responderán que los costos son muy altos y que ofrecer este tipo de servicio viene justamente a sumar y no a restar. Que hacerlo de esta manera permite bajar los precios y de alguna manera democratizar platos que, de otra forma, valdrían el doble y tendrían un público objetivo más reducido.
Atendiendo a todo eso, sin embargo, creo que también hay una cuestión de costumbre que se forja colectivamente de la mano de las tendencias y de las modas.
Creo que de alguna manera todas estas novedades, que generalmente son deliciosas, van moldeando no solo un paladar haciéndolo más exigente y ávido de sabores, sino también hábitos, prácticas y estilos que van modificando nuestras rutinas como consumidores.
Y para ejemplificar solo basta con volver al café. Un sábado o un domingo a la tarde, varias de estas cafeterías de especialidad take away de Nueva Córdoba o de Güemes tienen muchos clientes haciendo fila.
Se ven grupos de amigos y parejas, lo que nos hace presuponer que no se trata de oficinistas buscando un desayuno o una merienda para amenizar su día de trabajo, sino todo lo contrario.
Se trata de grupos de personas que quedaron a la deriva, afuera de aquellos espacios que antes nos daban abrigo en pleno invierno y algo de calma en el agobio del verano.
Y todo eso, ¿a qué precio?