Héctor Durigutti se hizo conocido al mismo tiempo que Alto Las Hormigas, un proyecto en el que acompañó al enólogo italiano Alberto Antonini a principios de la década de 2000. Ese era el momento en que los jóvenes enólogos empezaban a tejer un cambio de rumbo.
Se empezó a hablar de vinos boutique, de autor, con nuevos sabores o expresión de las uvas y los viñedos. Cuando la ciencia y la tecnología se pusieron a jugar a favor de la enología las cosas cambiaron y fueron los winemakers como Héctor los que llevaron adelante una gran transformación.
“Antes la crianza era más sinónimo de tiempo. Hoy es sinónimo de equilibrio. Hoy prefiero crianzas que no cansen, que respeten la energía del vino. Hace 15 años tal vez priorizábamos concentración, potencia. Hoy buscamos expresión, fluidez y vitalidad” arranca Héctor, graficando como va cambiando la idea de lo que es el “vino perfecto” según el paso del tiempo.
–Proyecto Las Compuertas fue lo mejor que probé en el año. ¿Qué decir del tipo de vinificación de esos vinos?
–Gracias por esas palabras, realmente me honra. Las Compuertas es un lugar único: tiene historia, viñedos centenarios, suelos con identidad marcada. Allí apostamos por una vinificación de mínima intervención, con levaduras indígenas, sin maquillajes. Buscamos frescura, fineza, fluidez. Es una zona que permite eso: vinos con tensión, elegancia y al mismo tiempo profundidad. Vinos para disfrutar hoy y en el tiempo, vinos que te invitan a saber más de dónde vienen, a contar su propia historia.

–¿Qué se busca cuando vamos a fudres, barricas, cemento, cerámica, etc.?
–Para mí, más allá del recipiente, lo central es encontrar la mejor manera de expresar lo que el vino tiene para decir. Cada herramienta, ya sea cemento, madera u otro, puede acompañar esa evolución, pero no debe imponerse. En nuestro caso el objetivo es siempre el mismo: respetar la identidad del lugar y de la uva. Hay vinos que necesitan contención, otros que piden respirar más, algunos que se benefician del silencio que da un material neutro y otros que encuentran armonía en una microoxigenación suave. Utilizamos mucha elaboración de vinos sin paso por madera, especialmente en concreto o arcilla para vinos más etéreos, puros, pero también uso algunos fudres o barricas sobre todo de varios usos, no por una cuestión de moda o rigidez técnica, sino como un medio para lograr equilibrio o profundidad según lo que ese vino necesita. Es un trabajo casi de escucha: entender qué pide cada vino y acompañarlo.
La nueva generación
–Hay muchos proyectos de enólogos jóvenes que están cambiando el paradigma…
–El vino argentino está viviendo un momento apasionante. Hay una nueva generación que está explorando con libertad, que valora lo local, lo diverso. Eso nos obliga también a los que venimos de antes a seguir repensando. El paradigma cambió: hoy se habla de terruños, de identidad, de honestidad enológica. Y eso es muy sano. Es un proceso creativo constante.
–¿Y los tuyos, hacia dónde van?
–Van hacia una expresión cada vez más precisa del lugar. Nuestro lema hace muchos años es “Interpretes de Nuestro Origen”, algo que no resonaba profundo para muchos entonces, pero de lo que hoy todos hablan. Nuestra finca en Las Compuertas es el epicentro, y desde ahí queremos seguir explorando los suelos, las variedades patrimoniales, la diversidad que nos ofrece, el carácter. Pero también aplicamos el mismo criterio cuando trabajamos en otros viñedos en Argentina o en el mundo. Creemos en el vino como un relato vivo, que se transforma con el tiempo. Y nuestro desafío es seguir contando esa historia con autenticidad y emoción.

–En 2010 ya eras muy reconocido. ¿Qué lugar creés que ocupás hoy en la enología argentina? ¿Un referente? ¿Clásico, innovador?
–El reconocimiento siempre es una consecuencia del trabajo constante, de la búsqueda. Siento que hoy ocupo un lugar desde la experiencia, pero también desde la curiosidad intacta. Me gusta pensar que sigo siendo un innovador porque no me conformo con repetir fórmulas. Lo que cambia es la mirada: antes quería descubrir, hoy quiero interpretar mejor lo que tengo enfrente. Y en ese proceso, espero seguir aportando algo genuino a la vitivinicultura argentina.
–20 años después, ¿cómo ves las enseñanzas de Alberto Antonini hoy? ¿Qué principios siguen vigentes en tu trabajo y forma de hacer vinos?
–Alberto fue una influencia clave en mi formación. Me enseñó a mirar el viñedo con sensibilidad, a entender el vino como un lenguaje del lugar. Esa búsqueda de identidad, de mínima intervención, de equilibrio, sigue totalmente vigente. Hoy más que nunca creo que el rol del enólogo no es el de imponer, sino el de acompañar la expresión natural del terruño.
–¿Estás abocado a otras bodegas o solo hacés vinos para tu marca?
–Hoy estoy 100 por ciento enfocado en Durigutti Family Winemakers, que es nuestro proyecto de vida con mi hermano Pablo, y donde hemos consolidado una propuesta integral con nuestros vinos, enoturismo y gastronomía. También colaboro eventualmente como consultor en algunos proyectos muy puntuales, pero la energía y el corazón están puestos en nuestra finca y nuestras etiquetas.
–¿Existe un vino perfecto?
–Es un ideal ambicioso, cada uno puede soñar con muchos tipos de vinos que nos emocionan, que disfrutamos, en mi caso, encontrar vinos que sean capaces de reflejar su lugar, de donde vienen, de acompañar momentos pero teniendo en cuenta eso, el famoso terroir.