Saliendo de ver la obra de Osvaldo Laport, esta semana en Carlos Paz, escuché que una señora le decía a la otra: “Ayer a Osvaldo no lo dejaron entrar a un restaurante porque tenía puesta una musculosa”. La frase me quedó sonando y al otro día googleé.
La noticia ya se había difundido y daba un poco de vergüenza ajena lo sucedido. Y recordé que lo mismo me pasó a mí el año pasado, cuando con unos amigos quisimos ir a cenar a un conocido boliche. ¡No nos dejaron entrar porque íbamos de bermudas!
¿En serio en una ciudad turística en pleno verano no se puede ir a cenar en musculosa y en bermudas? ¿En qué otra ciudad turística del mundo pasa lo mismo? Tuve la suerte de viajar por todo el continente en verano y nunca lo vi. Mis amigos, que viven en Europa, se reían.
Es que da gracia realmente. ¿Qué queremos demostrar no dejando pasar a comer gente en bermudas o en musculosa? El buen gusto para vestirse no define el público que puede pagar la cuenta por comer unas milanesas con papas fritas. ¿O sí?
Manuales
Tratando de entender los manuales con los que se estarían manejando en las puertas, estimo que el deseo es delimitar al público por el aspecto de la ropa y no por sus rasgos físicos.
Pienso en lo que acabo de escribir arriba y también suena absurdo, pero sino ¿cuál sería la explicación? ¿Estaba rota la musculosa? ¿No era de marca mi bermuda? ¿De qué estamos hablando?
Suena pretencioso no dejar entrar a alguien a un restaurante por la ropa que lleva. Suena muy pretencioso porque viene de parte de alguien o algo que evidentemente carece de un estándar de calidad elevado.
Alguien debería dar explicaciones precisas. ¿Un abogado? ¿Un fiscal? ¿El intendente? ¿Los empresarios gastronómicos? ¿Quién define cómo debemos vestirnos a la hora de salir a comer milanesas o sushi? Se entiende que, por lo que cuesta, no es para todo público una cena.
Antes de definir eso, los empresarios gastronómicos tal vez deberían invertir en capacitación para hacer bien la milanesa o el sushi, al menos. O mantener equipados sus baños con toallas y jabón descartable, ofrecer un buen servicio. Y la ciudad también debería revisar algunas cosas.
¿Qué sensación ofrecen los policías al ingreso y el egreso de Carlos Paz, mostrando sus armas? ¿Seguridad o miedo? ¿La flamante guardia ciudadana a qué se dedica? ¿A impedirme estacionar cuando no viene nadie por detrás o a prevenir actos delictivos?
Teatros
Hay teatros hermosos en Carlos Paz, pero también algunos en los que si no te esguinzás el tobillo con una tabla rota o floja, tenés que caminar por arriba de la gente, o rozando el pantalón con la cara del que ya está sentado para llegar a tu butaca. Ni hablar de la accesibilidad.
Hace una semana fui a comer a lo que supuestamente era la gran cosa de comida italiana de la ciudad; y el chef propietario, además de faltar el respeto desmesuradamente a los comensales, a la vista se secaba la transpiración con las mismas manos con la que amasaba la pizza. Grotesco.
Hay una falta de regulación y una precariedad llamativas, sin evolución. Hay un restaurante que propone en marquesinas una experiencia 360 en lo alto de la ciudad y no tiene ni un regulador de luz ni la mitad de los platos disponibles en carta.
En fin, sobre el problema general, algunos empresarios gastronómicos dicen que es difícil armar un buen grupo de cocineros y mozos para trabajar solo 45 días al año. Pero, bueno, tenemos 320 días más para intentarlo.
Voy a cerrar esta columna con un mensaje de WhatsApp que me mandó un conocido chef cordobés, que no trabaja ni vive en Córdoba. “Hola, Nico, estoy en Carlos Paz, me quedé ocho días en unas cabañas para visitar familiares. Qué mal se está comiendo, dios mío, qué lástima”.
Y sigue: “Qué lástima que no repunte esta gastronomía con lo linda que es Córdoba. Te juro que me parte el alma. De corazón lo digo. Qué manera de ahuyentar a la gente, dios mío”.
En fin, todos tenemos cosas por mejorar todos los días. Pongamos manos a la obra para sentirnos más orgullosos de todo lo que tenemos.