En Argentina hay vinos que han marcado diferencias porque después de ese vino empezó una nueva época. Se podría hacer un pequeño listado de los vinos que pertenecen a esta categoría.
Uno de ellos es, sin duda, la línea Eggo de la bodega Zorzal. No porque haya sido un vino clásico, sino porque fue un vino radicalmente distinto a todo lo que se estaba tomando en esos momentos en Argentina. Un vino que despertaba una serie de sensaciones que no eran inmediatamente comprensibles, sino que tuvo que pasar un tiempo para que los consumidores entendieran lo que proponía.
Eggo fue la primer línea de vinos en Argentina en incorporar los huevos de cemento como recipiente para elaborar vino, ya sea para fermentación o estabilización, una técnica que luego se difundió rápidamente y ahora no hay bodega que no tenga varios huevos de cemento.
Juampi Michelini es el menor de los hermanos y es quien quedó a cargo de Zorzal, mientras los otros hermanos fundadores, Matías y Gerardo, rumbearon de a poco hacia nuevos proyectos. Al recordar los orígenes de Zorzal, la historia que emerge es una sensible manera de estar en el mundo haciendo vinos que no buscaban la aprobación del gusto general, sino la audacia por buscar sensaciones que respondan a los estremecimientos del paladar propio.
“Veníamos de una inercia y una tendencia de otro tipo de vino, porque en la década de los 90′ se descubrió una Argentina de potencia y exuberancia aromática. Lo que nos pasó fue que tanto Matías como yo trabajábamos en bodegas grandes haciendo vinos de protocolo, es decir, vinos iguales todos los años, con mucha técnica y maquillaje. Tremendos vinos, pero todo igual. Nos gustaban, pero nos aburrían, cada bodega tenía su biblia de procedimiento. Era una vinología de protocolo”, recuerda Juampi.
De lo concentrado a lo ligero
El origen de Zorzal empieza a gestarse en esa época de vinos superconcentrados, maderosos, impúdicamente maquillados, lo que se conoce como la “parkerización” de los vinos (por el crítico Robert Parker, que alababa sólo este tipo de vino). Juan Pablo y Matías viajaron a Europa y se encontraron con un mundo totalmente diferente, pueblitos en los que se bebe vino del pueblo, sencillo, audaz, respetando lo que naturaleza dio ese año y mostrando una esencia del lugar. Y sintieron la imperiosa necesidad de hacer lo mismo en Argentina.
Gerardo, el hermano mayor, se había ido a España y un día los llamó que se quería volver y tenía un dinero para invertir en tierra y así compraron en 2005 un campo en Guatallary, una zona alta y desértica en la que no había nadie.
“No teníamos certezas, pero sí sospechas de que íbamos a tener vinos frescos. No teníamos idea de suelo y cuando limpiamos el terreno empezaron a salir piedras blancas, pensamos que era salitre, como en el campo de mi abuelo ¡nos queríamos morir, era un desastre! Y resulta que era calcáreo, lo que más se busca en los viñedos. Todo lo fuimos descubriendo de a poco, era una tierra virgen”, recuerda.
Aparecieron unos inversores canadienses que se entusiasmaron con el proyecto y aportaron para construir la bodega. Para el nombre, había que encontrar algo que funcionara para todos, y no hay nada más argentino que el zorzal: por el pájaro y por Gardel, y así nació el nombre de la bodega en Gualtallary.
La inspiración europea
Empezaron a soñar con hacer vinos como los que habían probado en Europa, frescos, ácidos, con mucha nariz.
“¿Dónde están los olores de la montaña?”, recuerda Juampi que se preguntaron mientras miraban los Andes. “No hay nada más austero que un desierto y entonces no se puede estar oliendo aromas a piña o maracuyá en un sauvignon blanc. Había que mostrar la austeridad de ese desierto, un entorno que tiene que ser traducido porque queremos que sean vinos argentinos”, agrega.
En un viaje probando vinos del Valle del Loire, en Francia, descubrieron los huevos de cemento y se propusieron probar esas vasijas, pero eran carísimas. Consiguieron que un constructor de Mendoza que hace piletas de cemento les hiciera una con forma de huevo y así empezaron a probar.
“No eran mejor ni peor, pero había una identidad, una posibilidad de oler y saborear la montaña. Fue increíble lo que sentimos. Así decidimos comunicar Gualtallary con un malbec de montaña, de altura, desnudo, sin intervención y potenciado por el huevo que saca a luz la textura, la salinidad, la mineralidad, la hierba. Fue un tremendo éxito en la gastronomía de Buenos Aires y pudimos despegar”. Poco después las bodegas de todo el país se llenaron de huevos de cemento.
Los vinos de Zorzal encontraron una identidad reflejando la expresión cruda de la tierra y de la montaña. “Al principio nos mataban, tuvimos que soportar un montón de críticas. Si miramos en retrospectiva, éramos atacados porque la gente no estaba acostumbrada a la acidez. Queríamos mineralidad y autenticidad, pero se pensaba que era un error de la viticultura”.
Confiesa que por momentos pasaron por extremos y hacían vinos de acidez exagerada, pero que esos extremos eran muy necesarios y personales para entender lo que se podía hacer, aún a riesgo de que comercialmente los pusieran en aprietos. Esos vinos filosos, ácidos, empezaron a tener éxito: “los Miche” empezaron a ser los guías del nuevo horizonte que se empezaba a abrir.
“Hoy podemos festejar porque estamos en el mejor momento de la vitivinicultura argentina gracias a que muchos apostaron por los extremos para ver hasta donde se podía llegar. Ahora todo el mundo está llegando a un equilibrio. Hoy estamos acá, en un momento muy soñado, pero todo eso costó mucho trabajo, estudio, investigación”, dice Juampi.
Ahora Zorzal está presentando Parcelario, un malbec y un chardonnay que profundizan el conocimiento de las parcelas más específicas dentro del lote. “En estos 10 años fuimos profundizando las diferencias a medida que descubríamos el lugar. Tratar de ver cómo eran las texturas en las parcelas más calcáreas y en las más arcillosas. Hay un pedacito de tierra que nos daba un vino muy superior y agregando un poco de barrica lo terminamos de cerrar con elegancia sin perder la esencia”.
Como Gardel, como ese pajarito que canta como ninguno en los patios y los montes argentinos, Zorzal guarda una relación profunda con la autenticidad de la geografía: cada vino canta con la pureza de la tierra de la que emerge y de la que es su reflejo.