A fines de noviembre de hace 30 años, la viticultura chilena recibía con sorpresa e incertidumbre la novedad de que la cepa que durante más de un siglo habían cultivado como merlot era en realidad una variedad francesa extinta, y a partir de ese día se convirtió en la cepa emblema de Chile.
Es como tener un tesoro enterrado en el patio y no saberlo. Y después, el shock de haberlo encontrado y el orgullo de tener algo perdido y único. Algo así sería el resumen que puede definir la curiosa y feliz historia del carmenere en Chile.
Este país es uno de los mayores productores de vino del mundo, reconocido por su capacidad de exportación y gran calidad de sus vinos, con viñedos que recorren casi de punta a punta el angosto territorio con variadas tipicidades: la cercanía al mar les permite hacer vinos de influencia marítima, en algunos valles más escondidos elaboran vinos continentales y hacia la Cordillera, con influjo de montaña.
La historia de los vinos en Chile es relativamente similar a la de Argentina, pero también lo suficientemente distinta como para enfocar los vinos chilenos con otros ojos o, mejor, con otro paladar.
Breve historia de un hallazgo
Basta decir que las primeras vides que llegaron al Virreinato del Río de Plata de la mano de los sacerdotes que acompañaban a los conquistadores ingresaron por Chile y, al igual que en Argentina, hacia mediados del siglo XIX se dio el afrancesamiento de las vides: cabernet sauvignon, merlot, malbec, syrah, chardonnay, pinot noir.
En esa mezcla había algunas cepas que se empezaron a destacar, y los productores seleccionaban las mejores y las reproducían. En Chile se destacaba el merlot, aunque los productores notaban que había algunos merlot diferentes y se dedicaban más que nada a reproducir una variedad que conquistó todas las zonas de Chile. Lo nombraban como el “merlot chileno”.
En noviembre de 1994, el especialista francés Jean Michel Boursiquot clasificó las vides en Chile y descubrió algo insólito: “Esto no es merlot. ¡Esto es carmenere! Una cepa francesa ya desaparecida”.
Y eso que parecía una sentencia funesta por el prestigio del merlot, se terminó convirtiendo en la potencia de los vinos chilenos, que empezaron a mostrarse orgullosos de su carmenere y convirtieron a esta cepa en la insignia de los vinos chilenos en el mundo.
La carmenere en la sangre
Marcio Ramírez es el enólogo de Concha y Toro en Peumo, el epicentro del carmenere chileno, cerca de río Cachopoal, en el Valle de Rapel, en una zona casi equidistante del mar y de la cordillera, con vientos frescos, buen sol y mucha amplitud térmica porque las noches son muy frías.
“En Chile nos corre carmenere por las venas”, dice Marcio. “Los chilenos estuvimos durante más de un siglo bebiendo una cepa extinta en el mundo sin saberlo. Y es tan así que nosotros en Peumo, en el año 1983, o sea 11 años antes de que redescubriéramos el carmenere, ya habíamos seleccionado nuestro propio merlot que era diferentes a otros, era más tardío, daba más color, la fruta se veía con más entereza, más compleja. Y claro, después descubrimos que era carmenere, pero ya sabíamos que era una cepa extraordinaria”.
Marcio cuenta que en esa época detectaban organolépticamente que había diferencias, pero el nombre merlot se imponía. Las diferencias eran bastante notables, porque el merlot puro es de ciclo mucho más corto y en marzo había que cosecharlo. Mientras que el “merlot chileno” se cosecha en mayo porque es de ciclo muy largo. Además, las hojas eran diferentes; y cuando llega la época de la cosecha, los viñedos toman un color rojo fulgurante.
“Una anécdota es que en esa época decíamos: ‘Oye, ¿esto es merlot o merlot-merlot?’, ahora nos da risa, pero en esa época notábamos las diferencias y no sabíamos. Una vez que identificamos que no era merlot sino carmenere, le pusimos mucho más foco y nos concentrarnos en los lugares correctos de producción. Porque si tiene algo la carmenere es que es muy acuseta de la zona donde crece. Cuando la zona no es la adecuada, te muestra el lado más vegetal, más tánico, el lado que no queremos y que por ahí en su momento dio mala fama al carmenere porque no todos eran buenos. Ahora que sólo se cultiva en zonas adecuadas, la calidad es superlativa y no hay carmenere malo”.
Para comidas picantes
El carmenere es una variedad tinta que va hacia la fruta negra, especias, pimiento rojo, más suave y redondo que el cabernet sauvignon, algo dulce y sumiso, como el malbec. Es de ciclo largo y necesita suelos profundos: mientras que con el malbec cada vez se habla más de las piedras, en Peumo hay dos metros de suelo y ninguna piedra.
Concha y Toro tiene una especial historia con el carmenere porque fueron los primeros que lanzaron al mercado una etiqueta con el nombre carmenere: Terrunyo, aún hoy un clásico para saber cómo es el carmenere chileno.
Eso fue en el 2000, con la cosecha 98´, es decir, apenas cuatro años después de redescubrimiento. “Decidimos creerle al carmenere. Como ya lo habíamos plantado en el año 1983 como si fuera merlot, pero sabiendo que era una cepa excepcional, sabíamos el potencial que tenía. Y nos dijimos, muy bien, hemos apostado sin saber por el carmenere, por qué no lo vamos hacer ahora que sabemos que es carmenere”, cuenta Marcio.
El ícono de Concha y Toro es Carmín de Peumo, un carmenere con pinceladas de cabernet franc. Para conmemorar los 30 años del redescubrimiento del carmenere, Concha y Toro apostó por distribuir en Argentina este vino ícono de la bodega. “Estamos seguros de que los argentinos poco a poco se van a ir enamorando del carmenere. Es un vino más bien suave que va muy bien con las comidas tradicionales de Chile, muy parecidas a las argentinas, como empanadas, pastel de carne, guisos, todo lo que tenga mucha cebolla y algo picante”, agrega.
A pesar de que nos separa sólo la Cordillera, conocemos poco de los vinos chilenos, reconocidos en el mundo. Empezar a conocer más de los vinos de Chile amplía el panorama gustativo.
Con el carmenere en particular, la riqueza sensorial se enriquece en la exploración de una cepa que tiene el incentivo de haber desaparecido de su lugar de origen y ser redescubierta en este rincón del mundo.
Buscando en las góndolas de las vinotecas acá o aprovechando algún viaje a Chile, hay que probar el carmenere para rendir homenaje a esta gran historia.