En los últimos años, el yogur casero ganó terreno en las cocinas. Lejos de ser una moda pasajera, se convirtió en una alternativa valorada por quienes buscan cuidar su salud, ahorrar y reducir el consumo de ultraprocesados.
El atractivo principal está en el control de los ingredientes. A diferencia de los productos industriales, que suelen incluir conservantes, colorantes y azúcares añadidos, el yogur hecho en casa se prepara con lo básico: leche y fermento.
Otro punto clave es la salud intestinal. Al elaborarlo sin procesos que alteren las bacterias beneficiosas, el yogur casero conserva probióticos que favorecen la digestión. Y la cuestión económica también pesa. Preparar un litro de yogur en casa suele ser mucho más barato que comprar varias unidades en el supermercado.
Cómo lograr un yogur perfecto en casa
1. El ingrediente secreto: el verdadero as bajo la manga para un yogur con cuerpo, cremoso y que no se te chorree por todos lados, es la maicena o almidón de maíz. Agregar una cucharada de maicena por cada litro de leche es el truco fundamental.
La clave está en disolverla por completo en la leche cuando todavía está fría, antes de mandarla al fuego. Esto garantiza que no se formen grumos y que la magia ocurra de manera pareja.

2. El punto justo del calor: la temperatura es clave, y hay dos momentos cruciales. Primero, cuando calentás la leche con la maicena ya disuelta, tenés que llevarla hasta que hierva. Con que hierva unos 5 segunditos es suficiente para después retirarla del fuego.
El segundo momento clave es el enfriamiento. La leche tiene que bajar a una temperatura de entre 40 y 45°C antes de que le agregues el cultivo de yogur. ¿No tenés termómetro? Utilizá el “método del dedo”: si metés un dedo limpio y aguantás unos 10 segundos sin quemarte ¡está en su punto justo!.
3. El mimo final: ya tenés la leche a la temperatura ideal. Ahora viene el momento de agregar el “iniciador”: un yogur natural firme. Tenés que mezclarlo con delicadeza, despacito, solo para que se integre. Porque si batís fuerte podés romper la futura cuajada y arruinar la textura.
Después, lo tapás bien y lo dejás fermentar en un lugar cálido y sin corrientes de aire, como el horno apagado o bien abrigado con una manta, entre 8 y 12 horas. Y el toque final, que no es menor: una vez que cuajó, llevalo a la heladera por lo menos 4 horas. Este último frío es lo que le da la consistencia final perfecta.