A favor: Un ritual patrio que se saborea
Giuliana Luchetti
Cada 25 de Mayo, el locro se convierte en protagonista. Es que, más que un plato, es un ritual que une y alimenta el sentimiento de pertenencia.
Sí, es cierto que a muchos no les atrae por algunos de sus ingredientes, como el mondongo, el chorizo colorado o la pata de cerdo, pero también es cierto que hoy el locro se reinventó. Actualmente, existen diferentes versiones: veganas, vegetarianas, sin grasa, con quínoa, con mandioca. Así, no sólo es más amigable a todos los paladares, sino que amplía el ritual a nuevas generaciones y costumbres.
El locro, además de una comida, es una excusa. Se cocina entre varios, se comparte, se espera con paciencia. Su preparación lenta invita a reunirse, a celebrar juntos, a conversar largo y tendido. En tiempos de apuro, de inmediatez y de pantallas, ese momento compartido es aún más valioso.
Y si lo acompañamos con una buena copa de vino y unas empanadas criollas, la experiencia se eleva. No hay restaurante gourmet que iguale ese sabor que también es historia. Porque cada cucharada nos recuerda quiénes somos, de dónde venimos, y cómo elegimos festejar nuestras fechas patrias.
Defender al locro es defender nuestras raíces, es defender la posibilidad de que nuestras tradiciones sigan vivas. Que un niño lo pruebe por primera vez, que un joven vegano prepare su versión, que una abuela le enseñe la receta a su nieta: todo eso es parte de una tradición que sigue viva porque se adapta sin perder su esencia. Porque, al final del día, lo importante no es sólo lo que se come, sino con quién y por qué.
El locro no sólo se defiende: se honra. Porque en cada cucharón hay un poco de historia, de cultura y de futuro. Y porque, como todo lo que nos une, sabe mejor cuando lo compartimos.
En contra : ¡Ojo con el malestar!
Nicolás Lencinas
Cuando llegan estas fechas patrias, me sorprende ver la cantidad de negocios y vecinos que emprenden una verdadera maquinaria de producción casera para abastecer con locro el barrio y la zona.
En ese sentido, estaré siempre a favor del acontecimiento cultural.
Pero también tengo muchas razones para estar en contra. La principal es el efecto secundario que provoca al comerlo: un boleto directo al malestar estomacal.
Antes siquiera de sentir la saciedad de haber llenado el estómago, ya lo estás vaciando de nuevo.
El locro no es rico; no llena las papilas gustativas de placer como lo hacen unas empanadas o un buen corte de carne asada, si de comida tradicional se trata. De hecho, hay que agregarle salsa picante para, al menos, sentir algo de sabor.
La comida entra por los ojos, ¿no? En el caso del locro, esa gran masa amarilla con porotos flotando deja mucho que desear. El rejunte de ingredientes también hace lo suyo cuando, al tomar la cuchara, sentís un cuero de pata de cerdo o un chorizo colorado pasado de picante.
Si nos enfocamos en lo nutricional, una porción de aproximadamente 300 gramos puede tener hasta casi mil calorías. Todo ese bombazo se potencia si le sumamos vino, postres y demás. ¿Vale la pena arriesgar el bienestar del domingo y del lunes?
Como sea, es una comida sobrevalorada que debería quedar en el estatus que tienen otros platos, como el guiso de fideos moñito, las lentejas o el mondongo: los aceptamos, los queremos, los disfrutamos…, pero en su justa medida.
Celebro que el locro sea un motivo de reunión familiar y que las generaciones se transmitan su propia receta. Sólo falta que alguien dé en el clavo y logre el locro definitivo: uno que, además, tenga buen sabor.