Los grandes proyectos huelen a aventura. Tienen ese toque fenomenal de exploración, riesgo, destino y salvajismo emocional. Y a veces se pueden encontrar esas historias en los lugares menos pensados. Por ejemplo, en la historia de una bodega y la serie de vinos que reflejan la historia de una familia, las ansias exploratorias de muchas personas a lo largo del tiempo, la historia nacional y las casualidades humanas.
Todo eso se une en Ribera del Cuarzo, una bodega situada en Valle Azul, Río Negro, comandada por Felipe Menéndez, quien proviene de una antigua familia exploradora de Tierra del Fuego, que comerciaban lana y crearon un importante imperio de barcos que surcaban esos mares peligrosos entre Argentina y Chile, y desde allí a Brasil y a China. La familia entró en relación con don Melchor Concha y Toro, el patriarca de los vinos chilenos, a través del casamiento de una de las descendientes que los marcó en el camino del vino.

El llamado de la Patagonia
Los abuelos de Felipe se vinieron a vivir a Argentina en la década de 1970, y ahí empieza una trama nueva en la historia de la familia. Felipe cuenta las contingencias de su vida y las casualidades que lo marcaron, porque a través de su hermana conoció a Nicolás Catena en un café, cuando no era muy conocido, y se pusieron a hablar y terminó trabajando para Catena Zapata en la parte comercial.
La otra casualidad que dio un vuelco a su historia fue en 2008, cuando en una cata a ciegas probó un vino que lo impactó. Era un vino de la Patagonia muy exótico y diferente a todo lo que conocían. “Sentí el llamado de la tierra, de la Patagonia tan vinculada a mi familia, y comprendí a que tenía que dedicar mi vida a los vinos de la Patagonia” relata Felipe.
Y encontró el apoyo de Nicolás Catena, quien le pidió ir a investigar y buscar viñedos para elaborar vinos. Felipe retomó la senda de la aventura que había tomado su familia y fue a explorar la Patagonia en busca de oportunidades diferenciales en esa geografía tan inhóspita y difícil, pero tan cargada de historia fabulosas.
Así llegó a Valle Azul, en donde rondaba la increíble historia de la condesa italiana Noemi Marone Cinzano, productora de vinos en Italia, que se había instalado en Argentina en 2001 y plantó viñedos en una zona en la que parecía imposible.
La condesa hacía unos vinos extraordinarios, entre ellos, ese mismo vino que había probado a ciegas en 2008. El pequeño viñedo está plantado en las bardas, que son como terrazas al borde del río y tienen notables propiedades por los sedimentos milenarios depositados en el suelo.
Con el tiempo y buscando otros rumbos, la condesa accedió a vender a Casa Pirque, y así nació Ribera del Cuarzo. El nombre surgió porque una de las características que fascinan de la zona es que al atardecer, cuando la luz del sol cae perpendicular, el suelo brilla como sembrado de pequeñas luces debido a la gran cantidad de cuarzo.

El merlot marca el rumbo
La primera elaboración fue en 2018, sin haber comprado aún la finca, pero ya seguros de que iban por buen camino. El viñedo original de 5 hectáreas fue el incentivo perfecto para empezar a hacer vinos de carácter, teniendo en el horizonte un futuro promisorio sabiendo que había que sobreponerse a muchas cosas, como el intenso frio, el viento y la falta de mano de obra en la zona.
“Somos familia de navegantes en esos canales traicioneros y peligrosos. Crecí escuchado esas historias de mi familia, así que ponerme a explorar y trabajar esa zona era volver a esos orígenes familiares”, sostiene Felipe.
Luego plantaron más arriba de las bardas, donde los lugareños decían que era el mejor lugar para plantar. “Plantamos mucho malbec, pero nos dimos cuenta de que el camino es el merlot, estuvimos tibios al principio, porque el merlot no estaba bien considerado en el mundo. Debimos hacer todo merlot de entrada, y ahora vamos hacia allí, porque el cuarzo y el sílice son suelos ideales, y creo que en unos 20 o 25 años vamos a producir sólo merlot” dice Felipe.
Ese potencial del merlot sorprende: un rosado fresco y fragante, con gran presencia en boca. Y el merlot clásico que encanta por su aromática, sutileza y elegancia. Además, Felipe comenta que casi todos los vinos que elaboran tienen una pequeña proporción de merlot y eso les permite construir una identidad mientras exploran esta cepa.

Lo orgánico como reflejo del paisaje
En este proceso de desarrollo de los vinos, fueron identificando parcelas y sectores para tener diversidad y mayor precisión en la calidad de los vinos, en viñedos orgánicos por las condiciones de sanidad de la Patagonia. “Somos lo que comemos y bebemos, por eso debemos tratar de eliminar los agroquímicos que se utilizan. Tenemos que tomar el camino de lo sano”, dice. Y en una zona en la que siempre hay sol, en donde el suelo brilla por el cuarzo y en la que las bardas ofrecen una geografía única en el mundo, el camino por seguir es el de hacer vinos que reflejen ese paisaje. “La Patagonia está marcando una nueva historia en los vinos argentinos”, dice Felipe convencido.
Las líneas de vinos se dividen Ribera del Cuarzo en la que predomina la elegancia, y Araucana, en que hay algo de salvajismo, por la potencia, acidez y amplitud de boca que los vinos tienen porque provienen del viñedo de arriba, de ahí donde nadie se animaba a plantar, en suelos mucho más ricos que dan textura a los vinos.
“La Patagonia hoy no es muy distinta de lo que lo era en la época de Darwin. En cierta manera, el vino es una memoria y también un lugar donde volver”. Todo se conjuga en Ribera del Cuarzo y sus vinos que expresan un territorio salvaje, único, con un futuro que se abre cada vez más a medida que aparecen estos exploradores singulares dispuestos a jugarse todo por vinos diferentes.