Injusto el destino de Antonio Di Benedetto, por no decir extraño o al menos indigno de los atributos literarios de sus textos.
El tardío reconocimiento a su obra le llegó por la novela Zama después de la película de Lucrecia Martel y la traducción de sus textos al inglés, que le valió una fervorosa crítica en el New York Times, sacudió las tinieblas en las que se encontraba su obra, no por efectos de la falta de edición (a lo largo de las décadas hay impresiones en diferentes editoriales) ni tampoco por la falta de exaltación de sus colegas: el escritor Marcelo Cohen recordaba que en la década de 1970 los escritores consagrados recomendaban a los más jóvenes leer su obra por sobre la de cualquier otro autor.
Di Benedetto murió en 1986, dos años después de volver del exilio acosado por la dictadura que lo encerró en 1976, lo sometió a varios simulacros de fusilamiento y mientras estaba encerrado, escribía largas cartas contando sueños a sus interlocutores que en realidad codificaban su manera de mostrar sus textos literarios.
Algunas explicaciones se han dado de su relativa marginalidad en el canon literario argentino: era mendocino y permaneció toda su vida en su provincia, llegando a director periodístico del diario Los Andes, y esa distancia de los cenáculos literarios porteños en los que se cocinaban las legitimidades lo marginó del contacto asiduo con los proclamadores de la justicia poética, aun cargando con los elogios de Jorge Luis Borges, de Julio Cortázar y Ernesto Sábato y Heinrich Böll, quienes bregaron por su liberación y lo ayudaron en el exilio.
Además, su obra no calzaba mucho en la tradición literaria nacional: ni en la moda del realismo mágico de su época ni en los márgenes de los solapados efectos folklóricos de color local. Su obra es más bien una extraña mezcla de ambas estéticas, pero con un consumado efecto retórico que lo hace atractivo y dificultoso al mismo tiempo.
No sólo los temas que utiliza: la soledad, el hambre, el desierto cuyano, la crueldad, los misterios que ocurren en la vida, la tensión entre lo mundano y lo sobrenatural, la vigilancia austera pero eficaz de Dios, la convivencia con animales, las fuerzas de la naturaleza, sino también una manera muy particular de articular los temas por medio de un lenguaje que se vale del extrañísimo uso de tiempos verbales poco asiduos, que por momentos hacen tropezar la lectura y por otros agregan belleza y codician la poesía.
El recurso a las declinaciones del habla cotidiana, ya sea gauchesca, pueblerina o ciudadana, forma una capa resplandeciente que ilumina la narración. Ese efecto, ya divulgado por Borges en “Hombre de la Esquina Rosada” y en varios poemas, en esa época resultaba algo afectado y ya pasado de moda. Las desventuras de Zama, dejan entrever ese y otros recursos lingüísticos sumamente refinados que dejan a Di Benedetto en la soledad de una estética única y singular.
El ya citado comentario del NYT incluso se atreve a preguntarse, sin cautela y jugando una carta peligrosa en el circuito literario, si no es Zama la verdadera gran novela americana, ese esquivo y suntuoso calificativo con el que se persigue desde hace década a la novela capaz de representar el espíritu del continente.
La mezcla de soledad y espera, la naturaleza amenazante, las excitaciones inevitables y pródigas de la carne, las tentaciones suntuosas de la violencia, el viaje y la muerte, formulan el conglomerado de temas necesarios de esta categoría. Y Zama los tiene.
En Absurdos, se presenta una colección de textos de Di Benedetto que fueron en su mayoría escritos en la cárcel de la dictadura, en una letra pequeñísima y bajo la excusa de contarles sueños a la receptora para así escapar de la censura y la perdición. “Aballay” es sin duda una de las obras maestras de la literatura mundial. Su cuento más reconocido es una proeza de efectos entre la iluminación mística, la tradición gauchesca, el humor y la violencia.
Que un gaucho escuche al pastor predicar sobre los anacoretas que se postraban en columnas y pasaban toda la vida sin tocar el suelo para estar más cerca de Dios y purgar un pecado, y resuelva no bajarse de su caballo para purificarse él mismo de un asesinato en una noche pendenciera, es una forma perfecta de demostrar la capacidad de Di Benedetto para unir las cuestiones fundamentales de la literatura.
Los escabrosos esfuerzos del gaucho Aballay por no bajarse del caballo ni para prender fuego para el mate, ni para evacuar, ni para juntar los necesarios pesos ganados en la taba, semejan los mismos malabarismos literarios para narrar esta historia.
Los otros cuentos no son menos sofocantes y trabajadas piezas de orfebrería: “Caballo en el salitral” sumerge en un largo periplo por la geografía hostil, en el que recurso descriptivo tiene la fuerza de una poesía.
“El juicio de Dios” mueve a conmiseración por la rudimentaria ignorancia de los personajes y a ternura por la búsqueda de una justicia inútil. La escena en la que se ofrece un duelo de alpargatas entre los dos gauchos jugándose la vida y el honor, mueve a un tipo de risa que es un remedo de los estertores de la gauchesca y forja un efecto irónico que después sería repetido por el chileno Roberto Bolaño, otro escritor que no ocultó su admiración por Di Benedetto y que en su cuento “Sensini” lo hace su melancólico personaje central.
En Di Benedetto el criollismo nunca es forzado ni parece esmaltar el relato con un folklore facilista y falsario. La dicción gauchesca o pueblerina se amalgama y fluye naturalmente alejado de cualquier regionalismo o forzado “color local”. Así como Aballay se sorprende cuando lo llaman gaucho, Di Benedetto se sorprendería acusado de regionalista.
“Onagros” y hombre con renos es un relato kafkiano que no tiene nada de imitación y mucho de una inexplicable, seductora e inquietante continuidad superior a cualquier imitador de Kafka. ¿Será mucho decir que es el cuento más hermosamente extraño de la literatura argentina?
Un escritor solitario en su estética, cuyo único seguidor eficaz fue tal vez Juan José Saer, admirado con fervor pero en voz baja, no muy prodigo (además de Zama publicó las novelas cortas El Silenciero y Los Suicidas) y con una obra básicamente de cuentos que la editorial Adriana Hidalgo viene rescatando desde hace tiempo.
Un escritor difícil de encasillar y cuya obra se nos presenta en Absurdos, sobrecogedora y lacerante, sutil y poética, exquisita y risueña, en un tiempo en el que muchos de estos atributos se han perdido.

Para leer Absurdos
De Antonio Di Benedetto.
Adriana Hidalgo Editora.
Precio: 25.900 pesos.