Rara avis de un país desmesuradamente narrativo, Amina Cain (EE.UU., 1972) ha suscitado la atención por una escritura que tiende contrariamente al repliegue, la incertidumbre y la disolución.
Con Marguerite Duras y Clarice Lispector como radicales y foráneas referentes, la autora explora intuitivamente situaciones, espacios y estados de ánimo antes que argumentos, borrando cualquier límite entre lo interno y lo externo, lo subjetivo y lo objetivo, la ficción y la reflexión.
Es lo que sucede en los relatos de Criatura, donde sus mujeres solitarias se abandonan a desplazamientos introspectivos por hoteles, bibliotecas o supermercados, apenas rodeadas de seres no menos ingrávidos, como vecinos, amigos, esposos, parejas. Si la vasta ciudad invocada puede asociarse a Los Ángeles, es porque allí es donde efectivamente vive Cain, adonde se mudó hace un tiempo desde Chicago, como ella cuenta en el diario de lecturas de Un caballo en la noche, caja de herramientas valiosa que puede leerse como clave de acceso a Criatura.
La intersección gemela entre ambos libros ilumina la apuesta máxima de la autora, que difumina géneros, referencias y pensamientos en el fluir de una imaginación sutil, acaso la manifestación estética de un interés paralelo por la meditación. “Estoy tratando de mostrar la mente”, dice una de las narradoras subconscientes de Criatura.
¿Qué motiva el arte retraídamente expansivo de Cain? ¿A qué se debe la indeterminación deliberada de sus relatos? “No me interesa tanto la vaguedad como el deseo de crear una atmósfera o un mundo por medio de un método distinto al convencional, recurriendo a objetos o imágenes en vez de a lugares o tiempos específicos –dice por mail–. Puede que eso suene en esencia vago, pero puedo dar un ejemplo. Si escribo sobre un escenario que contiene un banano, una mesa, un huevo y un gato salvaje, inmediatamente ya comencé a poner esas cuatro cosas en relación mutua posibilitando que emerja un determinado tipo de impresión. Si esos objetos o imágenes y la composición forjada por estos me generan sentimientos fuertes, entonces esa es una razón suficiente para empezar a escribir una historia. Pienso que es posible evocar un sentido del tiempo y del lugar solamente a partir de objetos, aun si son surrealistas o parciales”.
Y completa: “Más allá de la voz narrativa y el sonido, la imagen lo es todo para mí. Ese elemento viene siempre primero, antes que la narrativa o incluso que los personajes. Como dije antes, empiezo visualizando objetos que van formando escenarios y entre todos comienzan a moldear un mundo. También estoy obsesionada con la experiencia estética. Quiero que los lectores tengan una experiencia cuando lean mi ficción, más que el deseo de narrarles a ellos una historia. Trabajar con imágenes es una manera de lograr eso. No sé si un relato puede ser una imagen, pero sí que una historia puede concebirse a partir de una cadena de imágenes, una capaz de arraigar en la mente del lector a la manera de un registro visual”.
-¿Qué indican los espacios que aparecen en tus relatos, desde lofts a océanos y colinas, y en qué medida fue sugerido por tu paisaje cercano?
-Me siento tan atraída por el espacio interior como por el paisaje, por lo público y lo privado, lo que puede explicar por qué mis escenarios incluyen todas esas dimensiones. Para ser honesta, siempre escribo sobre un sitio en el que me gustaría estar, ya sea porque alguna vez estuve allí y lo extraño, o porque es un lugar (o un tiempo) por el que siento cierto anhelo. Si no puedo ir allí en persona, escribiré en cambio una fantasía personal que incluya aquel sitio. Eso significa que raramente escribo sobre el lugar en el que vivo. Solo escribí sobre Chicago o creé una especie de nueva versión de la ciudad una vez que me fui de ella, por razones nostálgicas. Y fue solo cuando empecé a querer vivir en Los Ángeles que me largué a escribir sobre esa ciudad, si es que tiene sentido lo que digo.
-En “Criatura” hay una Marguerite y una Clarice. ¿Por qué esa cita tan directa a Duras y a Lispector, en qué medida tu trabajo se deriva del de ellas? Y ya que estamos, ¿son Gabby, Sylvie y Josephine otros homenajes?
–Cuando leí a Duras y a Lispector por primera vez no pude sino sentirme cautivada por sus obras. Me resultaban tan nuevas y emocionantes por cierto orden del absurdo que encontré en ellas, por sus voces (narrativas), por las imágenes. Las frases de ambas me hipnotizaron casi por completo. Tal vez por eso quise nombrarlas en el libro, porque han sido tan importantes para mí en mi evolución literaria. Siento el impulso de situarlas de algún modo en mi trabajo, reconocerlas como un modo de entablar una conversación con ellas y con sus libros. Gabby y Sylvie no son homenajes, pero tengo una amiga música que se llama Josephine Forster, cuyas canciones me inspiran tanto como lo hacen cualquier libro o escritor.
Pared blanca
-La abstracción de tu trabajo contrasta con la narrativa por lo general convencional de los Estados Unidos. ¿Cómo ves la literatura de tu país?
-Para mí no existe otro modo de escribir si es que voy a serles fiel a mi creatividad y a mi imaginación. Con algunas excepciones, encuentro a la novela convencional totalmente aburrida; no hay vida en ella. Ese tipo de novela sin dudas domina el paisaje literario de los Estados Unidos, pero por suerte existe un gran interés en otra clase de ficción, como la de Kathryn Scanlan, por ejemplo, que la editorial Fiordo también tradujo y publicó. Tanto Criatura como Un caballo en la noche fueron publicados en inglés por Dorothy, un proyecto editorial estadounidense que está interesado en otras formas y existencias de la ficción, en las posibilidades de esta. Adoro a las autoras que el sello publica, como Renee Gladman, Suzanne Scanlon, Caren Beilin, Azareen Van der Vliet Oloomi y Giada Scodellaro. Me llevó un tiempo dar con esa comunidad, hallar ese parentesco, pero ahora la siento con potencia. A pesar de todo, tiene sentido que yo haya leído tantos libros traducidos de países en donde la novela convencional no domina de la misma forma que acá. Le estoy muy agradecida a los traductores y al trabajo que ellos llevan a cabo. Le estoy agradecida a Daniela Bentancur, que tradujo Criatura, y a Jazmina Barrera, que hizo lo mismo con Un caballo en la noche (y por su escritura).
-En “Un caballo en la noche”, mencionás tu afición seria a la meditación Zazen, a la que comparás con la escritura. ¿Podrías ampliar esa asociación?
-Supongo que se entrelazan de maneras diferentes. Ambas prácticas se parecen. Siempre vuelvo tanto a la escritura como al Zazen (yo lo llamo “mi eterno retorno”). Las dos son difíciles y placenteras. La pared blanca ante la que me siento para meditar (con los ojos ligeramente abiertos y la mirada baja) no se distingue de una página en blanco, a la que constantemente me enfrento, dado que no planeo de antemano lo que escribo. En ambas prácticas existe un deseo de despejar un espacio, de desprenderse de pensamientos conscientes. Por último, simplemente hallo a la mente interesante; la mente que se observa en el Zazen y la mente que escribe.

Para leer Criatura
Amina Cain.
Fiordo.
144 páginas.
$ 27 mil.

Para leer Un caballo en la noche.
Amina Cain.
Fiordo.
104 páginas.
$ 25 mil.