La experiencia estética, en los tiempos que corren, ha sufrido una devaluación corrosiva. No se sabe bien cuál será el motivo (quizás miedo, quizás pereza, quizás una mezcla de ambas), pero las personas prefieren mirar para otro lado o mirar el mundo a través de sus celulares con el objetivo tácito de ahorrarse el horror que genera la experiencia. O en otras palabras, se elige mirar sin mirar, prescindir de la atención, dejarse llevar por el orden de las cosas.
Justamente, han sido las expresiones artísticas las primeras en discutir ese orden, llamado de múltiples formas: percepción normalizada, linealidad narrativa, tiranía del sentido. Las expresiones artísticas son un tipo de expresión simbólica que, paradójicamente, no expresan nada, por lo tanto, no admiten definiciones generalizables ni moldes interpretativos (explicaciones) que la sojuzguen, porque una vez que las obligamos a encajar, una vez que nombramos la expresión, la potencia estética se encoje y la posibilidad de construir la experiencia se diluye.
Esta imposibilidad, por supuesto, es todo lo contrario a una objeción. La imposibilidad de clasificar, medir y regular la expresión artística termina siendo su modo de resistir los embates de los pedagogos del arte, quienes, afortunadamente, siempre se ven desbordados, excedidos por las circunstancias, de ahí el tono plañidero con el que se presentan en sociedad. Imaginemos la tragedia de un mundo donde todo pudiese ser narrado, contado, explicado.
En la exposición Pinturas, Aníbal Buede expone, claro, pinturas (vuelve Buede a la pintura tras cuarenta años de ausencia, o tras haberla practicado por otros medios), pero también expone procedimientos, y sobre todo expone una ética de lo sensible, una moral (amoral) artística: preservar las experiencias anómalas (profana lo normal), subrayar la contingencia (pervierte lo esencial), abrazar lo imprevisible (contamina lo previsto).
Buede juega todas sus cartas (que no son muchas, pero son todas) a un modo alternativo de habitar el mundo, lo que convierte Pinturas en una performance que desactiva prejuicios, interrumpe tabúes y nos habilita a contemplar las obras como una fiesta, como un carnaval interminable.
Si yo fuese un crítico como la gente, proclamaría: Buede impugna los límites de la razón curatorial al tiempo que cuestiona la estructura del lenguaje pictórico desde una posición descentrada, como quien no sabe dónde está, ni a qué vino, ni qué quiere. Un sujeto incierto –Buede–, desubicado, recién llegado, a pesar de su vasta trayectoria.
Podría extenderme, asimismo, sobre la utilización de los materiales precarios, insuficientes, anacrónicos; o consignar las referencias (o la falta de referencias) históricas; podría destacar el gesto impune de Buede de mostrar 10 pinturas enormes “mal pintadas” y exponerlas en el museo Genaro Pérez como si fueran la obra culmine de un artista consagrado que decide desentenderse, además, del texto de sala.
Podría, para quedar bien, citar a César Aira, en la famosa conferencia sobre arte contemporáneo, que parece estar pensando, de lejos o de cerca, en la exposición de Buede: “(...) De ahí sale la fórmula ‘cualquier cosa’, que puede tomarse tanto como fórmula de libertad como de irresponsabilidad. Yo prefiero la primera, y soy un ardiente defensor, en la literatura que escribo y en el arte que aprecio, de la ‘cualquier cosa’ como Sésamo Ábrete de la creación. Supongo que también es lícito verla como índice de irresponsabilidad frívola, si la idea es darle alguna pertinencia social convencional al arte y la literatura”.

Podría insertar a Buede en la misma tradición en la que se inserta Aira, citando un texto del crítico y poeta Ernesto B. Rodríguez, de fines de los años cincuenta: “Estamos en una época compleja para el arte, donde la improvisación del aficionado ha inventado el estilo más cómodo, el estilo del todo-puede-ser o así-lo-veo-yo; pero también estamos en presencia de las extraordinarias riquezas del arte moderno que abren posibilidades ilimitadas para el espíritu”.
En definitiva, podría hacer mil malabares retóricos, arriesgar nuevas interpretaciones, leer en esta muestra el movimiento final del artista, su verdadero retiro (después de la retirada de 2019), su promesa última, su broma infinita. Pero las afirmaciones le harían perder su radicalidad: no dejarse asir nunca por esquemas hermenéuticos.
Hay un punto clave. De Pinturas es posible decir cualquier cosa. Sin embargo, como se puede decir todo y no decir nada, prefiero (aconsejado por Wittgenstein) callar.
Frente a tanto ruido, Buede ha ensayado una invitación al silencio.
Pinturas, de Aníbal Buede
Aníbal Buede es artista. Profesor en la Escuela Superior de Bellas Artes Figueroa Alcorta (UPC), estudió Arquitectura, Cine y Arte. Pinturas, en el museo Genaro Pérez (Gral Paz 33. Centro). Entrada libre y gratuita.