Que ser artista hace rato dejó de demandar una formación convencional lo prueban trayectorias como la de Paula Gaetano Adi (1981), quien vino de su San Juan natal a estudiar la carrera de Comunicación en la Universidad Blas Pascal de Córdoba y terminó desarrollando una carrera como artista multimedial con base en la tecnología y la robótica. Radicada en los Estados Unidos donde da clases, Gaetano Adi acaba de ganar el prestigioso premio Golden Nica del festival austríaco Ars Electronica en la categoría “Vida artificial e inteligencia” por su obra Guanaquerx, un robot equino de cobertura textil diseñado para cruzar Los Andes junto a una comitiva heterogénea emulando el trasvase cordillerano de San Martín.
Realizada en enero de 2024 a lo largo de siete días y 207 años después de la hazaña sanmartiniana, la acción colectiva que recorrió el histórico Paso de los Patos requirió de 58 mulas, 30 personas y más de 100 colaboradores entre ingenieros, baqueanos, artesanas, historiadores, programadores, videógrafos y la propia familia de la artista. El propósito del gesto fue también revolucionario, una liberación simbólica del robot-guanaco que permite imaginar usos y vínculos alternativos entre humanos y máquinas.
“Me fui de San Juan a los 17 años como muchos a estudiar a Córdoba, que fue para mí una especie de despertar. Venía de una crianza tradicional en una provincia donde no había centros culturales ni museos de arte contemporáneo. Un solo cine. Córdoba sembró la semilla de todo lo que hago ahora, se podría decir”, dice la artista.
Y completa: “Fui a Córdoba a estudiar Comunicación convencida de que iba a ser periodista y me fui cinco años después con una tesis sobre arte, tecnología y tecnofeminismo que marcó el inicio de mi práctica. Aunque nunca más volví a la ciudad vuelvo siempre físicamente cuando recuerdo a mis primeros mentores: Gustavo Crembil y Eva Da Porta. Gustavo me ayudó a pensarme como artista, a desarrollar una práctica situada, material y experimental. Eva me enseñó a pensar críticamente, a leer de otra manera el mundo. Y también están los espacios que habité en eso años que van de 2000 a 2005: el CCEC, el Hugo del Carril, el Caraffa, el Goethe, el teatro independiente...”.

Dispuesta a exhibirse en la muestra que prepara el Ars Electronica en Linz del 3 al 7 de septiembre próximos, Guanaquerx insumió al margen de su acción una compleja labor de dos años para diseñar el robot y preparar su aventurado trayecto, que incluyó desarrollo tecnológico, estrategia territorial, formación de equipos interdisciplinares, pruebas y expediciones a la montaña. ¿Qué fundamenta el proyecto, inspirado por igual en la mitología andina del Yastay, la ecología cíborg de Donna Haraway, las reglas de la robótica de Isaac Asimov y una tradición de arte multimedial que fue pionera en América latina?
“Guanaquerx nació como una necesidad urgente de imaginar otra tecnología, otra manera de hacer máquinas inteligentes. El proyecto surge de una doble motivación personal: por un lado, mi deseo de volver a San Juan y hacer un proyecto con raíces en ese territorio; por otro, una obsesión que ya lleva más de una década: construir robots que nos permitan pensar otra tecnología posible. Robots que desafíen los imaginarios dominantes, que no estén diseñados solo desde Silicon Valley o Hollywood sino desde saberes, materiales y modos de vida contrahegemónicos y locales”, dice la artista.
-¿Por qué citaste el cruce de Los Andes? ¿Qué te interesó de ese evento?
-El cruce de San Martín no fue solo una campaña militar, sino un acto colectivo de resistencia y autodeterminación protagonizado por una coalición de esclavos negros, indígenas, mestizos, baqueanos, arrieros, exiliados chilenos y mujeres que participaron de forma activa, muchas veces desde la invisibilidad. Sin el apoyo nacional y desde Cuyo. Insertar a un robot en esa historia fue un gesto deliberado: no solo para rendir homenaje a quienes protagonizaron la primera ola de descolonización sudamericana, sino también para insistir en que las nuevas historias de libertad -incluyendo las que imaginan futuros tecnológicos- deben pensarse en continuidad con las luchas pasadas y presentes por la emancipación. Parte ciencia ficción, parte peregrinación y parte gesto político, Guanaquerx se pregunta: ¿qué significa liberar a un robot? Y ¿Qué sería una tecnología verdaderamente emancipadora? Es un llamado a recuperar la robótica como un acto creativo, poético e insurgente que insiste en otro futuro posible, aunque todavía no haya sido imaginado.
-¿En qué sentido la obra propone otras formas de considerar la tecnología?
-Guanaquerx nunca fue concebido como una herramienta. No fue construido para optimizar, extraer ni controlar, ni siquiera para asistir al humano. Guanaquerx no promete salvación ni eficiencia. Lo que hace es abrir un espacio para imaginar cómo podrían existir los robots de otra manera, no como sirvientes ni como amenazas. Una contra-imagen o una forma de resistencia poética que nos permite redirigir nuestros miedos. Yo no creo que el peligro esté en que las máquinas se salgan de control y dominen el mundo, como repite el discurso mediático dominante. Para mí el verdadero peligro está en cómo -y para qué- producimos y operamos tecnologías. Los robots son nuestra creación, y como todo lo que creamos moldean las condiciones en las que vivimos. Si diseñamos y construimos robots libres ellos nos diseñarán libres. Ese es el tipo de solidaridad y “camaradería” que proponemos aquí. En un mundo donde la robótica está casi siempre al servicio del control y la dominación -mediante la vigilancia, la militarización, el extractivismo o las fantasías de colonizar otros planetas-, Guanaquerx muestra que otro tipo de tecnología es posible.

Espíritu sanmartiniano
-¿Qué implicó ganar el Golden Nica? ¿Cómo receptaste el reconocimiento?
-Que un proyecto como Guanaquerx gane el Golden Nica -un premio que pocas veces reconoce a artistas y proyectos del sur global- es un empujón enorme para seguir haciendo, soñando y resistiendo. En un momento tan complejo del mundo -dominado por fascismos, extractivismos, genocidios, guerras y tecnologías que no prometen futuro sino todo lo contrario- el arte aparece como una trinchera de resistencia. Necesitamos historias que nos recuerdan que aún es posible hablar de emancipación colectiva, de un futuro posible, un planeta más justo. Al mismo tiempo el premio reconoce el delirio y el esfuerzo que implicaron llevar adelante este proyecto. Porque lo que hace que Guanaquerx sea potente no es solo que imaginamos otra tecnología, sino que la desarrollamos. Desde cero y con mucha convicción. Con un espíritu sanmartiniano, si se quiere. Como una hazaña casi absurda, poética, pero inevitable. Este premio es un reconocimiento al trabajo colectivo, al encuentro entre disciplinas y mundos muy distintos que dialogaron para lograr un objetivo común.
-¿Cuánto de tu origen sanjuanino está reflejado en la obra y en la acción?
-Guanaquerx tiene mucho de San Juan, no solo porque fue nuestra base de operaciones o porque reivindica el rol de Cuyo y su gente en el cruce de los Andes, sino además por una historia menos conocida: la de las camionetas “guanaqueras”, un invento de vehículos todo terreno adaptados para circular por zonas rurales y cordilleranas. Cuando todavía no existían las 4x4 comerciales para atravesar la precordillera, un grupo de sanjuaninos de distintas disciplinas diseñó estos vehículos extraordinarios. Me gustaba la idea de recuperar en el título de la obra ese gesto tecnológico local. Este es un proyecto atravesado por redes locales sanjuaninas pero asimismo de otras provincias: los ingenieros que desarrollaron la cola robótica son de Buenos Aires y Entre Ríos, el maestro artesano de caña es de Santa Fe, y los investigadores que trabajaron en la investigación teórica e histórica del proyecto son cordobeses, Martina Schilling e Ignacio Heredia. Así que sí, Guanaquerx también es cordobés.