La libertad es intrínseca a la naturaleza humana. Es, desde tiempos inmemoriales, el valor más apreciado por sobre todo lo demás. Individual o colectiva, fue bandera de lucha a lo largo de la historia de Humanidad.
La primera acepción del vocablo que provee el diccionario de la Real Academia Española alude a la: “Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos”. A su vez, etimológicamente, la palabra libertad proviene del latín libertas y significa “condición del que es libre”; esto es, el estado o situación de quien no es esclavo ni prisionero y es capaz de tomar decisiones o ejecutar acciones, sin estar determinado por una circunstancia externa, salvo las leyes. No en vano la pena máxima para sancionar delitos, salvo la de muerte, es la “privación de la libertad”. Tampoco es casual que en distintos momentos tantos pensadores célebres se hayan ocupado de desmenuzar el tema.
A través de los siglos, la lucha por la libertad de individuos y de pueblos fue la turbina motora de revoluciones, guerras independentistas, rebeliones sociales y un sinnúmero de hechos históricos. Lo que sigue es un repaso sucinto e incompleto de cómo evolucionó el concepto de libertad y su ejercicio fáctico.
De la Edad Antigua al Renacimiento
En la Edad Antigua, la noción era intrínsicamente física, asociada a la libertad corporal, a cadenas y azotes. Durante los primeros imperios, individuos y pueblos enteros fueron sometidos a la esclavitud, una condición inhumana, naturalizada durante milenios, que dio lugar a luchas ancestrales, como la liderada por Espartaco en tiempos del Imperio romano. En la Grecia clásica asomó una nueva mirada, compartida por filósofos como Sócrates, Platón y Aristóteles. A partir de las reformas impulsadas por Solón, quedaron eliminados diversos tipos de servidumbre y la esclavización de ciudadanos atenienses.
Durante el apagón de la Edad Media, se hizo sentir la influencia de aquella Iglesia católica y su rostro más cruel, la Inquisición, y el extremo rigor del sistema feudal que restringió el ejercicio de la libertad. Los siervos de la gleba eran una mercancía incorporada a la heredad y sujetos a la voluntad del dueño; podían ser vendidos, donados o liberados por el señor feudal.
Tomás de Aquino, convertido más tarde en santo, fue una de las pocas voces que se alzaron en ese tiempo para defender la libertad como valor primordial de la condición humana. La Carta Magna de Juan Sin Tierra, del año 1215, es una pieza jurídica de avanzada en el contexto retrógrado de las monarquías absolutistas. El Renacimiento, fenómeno cultural de los siglos XV y XVI, avanzó en parecida dirección, introduciendo un replanteo radical de la idea de libertad, sobre todo en lo artístico y lo religioso, aunque sin renegar de las estructuras autoritarias de poder.
A partir de entonces, de a poco, la libertad se fue transformando en un concepto más integral, que trascendió a los individuos, convirtiéndose en atributo primordial de pueblos y naciones. La Edad Moderna trajo consigo incursiones en territorios ajenos y la ulterior conquista de estos, dando lugar al auge del colonialismo, el sometimiento de los pueblos originarios y el tráfico de esclavos provenientes del África, convertido en uno de los negocios más lucrativo de esa época.
Revolución francesa
La Revolución francesa de 1789 abrió un nuevo tiempo, dado en llamar “Edad Contemporánea”. Irrumpió el repertorio de la Ilustración, un movimiento intelectual, filosófico y cultural que arrasó con el reinado de la superstición, el autoritarismo y otros resabios medievales. No en vano, libertad es la primera palabra del lema revolucionario: “Liberté, Égalité, Fraternité”. Pensadores franceses como Voltaire, Jean-Jacques Rousseau, Montesquieu y el inglés John Locke, entre otros, abogaron por paradigmas como la separación de poderes, la libertad de expresión y la igualdad ante la ley.
En el siglo XVIII, emergía en Inglaterra otro fenómeno disruptivo que no tardaría en globalizarse en el mundo de entonces: la revolución industrial y el advenimiento del capitalismo, el nuevo modo de producción que traería cambios sociales y culturales profundos. Adam Smith, autor de Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, publicada en 1776, decretó el fin de las ideas fisiócratas y mercantilistas en boga. La alusión a “la mano invisible” que guía la economía y la expresión francesa “laissez faire, laissez passer” –dejar hacer, dejar pasar– sintetizan la esencia del liberalismo económico, una visión que perduraría.
Otras voces contemporáneas, como la del filósofo prusiano Emanuel Kant, abogaban por la protección de la libertad en un sentido más amplio que el meramente economicista: “El Estado ha cumplido sus fines cuando ha asegurado la libertad de todos”. La réplica a las bondades del capitalismo llegó en 1848 de la mano de Karl Marx y Federico Engels, autores de El manifiesto comunista, donde plantearon la lucha de clases –burguesía versus proletariado– como eje del conflicto universal del nuevo tiempo, “la explotación del hombre por el hombre”, como lo etiquetaron.
Sin embargo, el comunismo, sistema alternativo al capitalismo, implementado a partir de 1917 en Rusia, no mejoró en absoluto el ejercicio de la libertad conculcado durante la era zarista, sino que la empeoró aún más, sobre todo durante la vigencia del estalinismo.
Entretanto, durante el siglo XIX se exacerbó la lucha por la libertad de las naciones y la emancipación de los pueblos, ya no como causa individual sino colectiva, para enfrentar imperialismos de diverso cuño. El ideal de libertad dividió las aguas en las dos guerras mundiales del siglo 20, sobre todo de la segunda, cuando quedó planteada la polarización entre el nazismo y los aliados, y las visiones opuestas de ambos contendientes.
Posguerra
La posguerra reconfiguró el panorama global, instalando el formato bipolar que enfrentó al “Mundo libre” –Occidente, presentado como reino de la libertad– versus Estados autoritarios como la Unión Soviética y China durante la llamada “Guerra Fría”.
La Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 es contundente al respecto: su artículo primero comienza proclamando que: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos…”, a la vez que en la mayoría de la treintena de artículos siguientes aparece la palabra libertad.
Entretanto, los países no alineados con alguno de los dos grandes bloques conformaban un espacio informal y heterogéneo bautizado “Tercer Mundo”, con líderes como Gamal Abdel Nasser, de Egipto; Tito, de Yugoslavia, y Nehru, de la India, entre otros, quienes bregaban por la autodeterminación en un mundo partido en dos.
Durante las décadas siguientes, se registró una sucesión de eventos libertarios, como la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, el movimiento antiapartheid en Sudáfrica, la Primavera de Praga en Checoslovaquia, el Mayo francés, entre otros; y, como remate, la caída del Muro de Berlín, símbolo palmario de recorte de la libertad. Por esos años, Hanna Arendt, otra intelectual de nota, aportaba su visión amplificadora acerca de la libertad en relación con la condición humana.
Desde la perspectiva histórica, tampoco fue el mismo el alcance de la libertad en el hombre y la mujer, ya que en el caso de las segundas fue limitada de hecho y de derecho durante siglos, hasta que se alcanzó una progresiva igualdad en muchos países, pese a que el problema perdura en las teocracias islámicas.
Argentina
En Argentina, salvando las distancias, el camino recorrido fue similar al narrado hasta aquí. Hubo sometimiento y esclavitud en la época virreinal, un lastre retrógrado derogado recién en 1853. Las ideas de libertad e independencia estuvieron presentes en la primera hora patria. El Himno Nacional, oficializado en 1813, comienza: “Oíd, mortales, el grito sagrado/Libertad, libertad, libertad”. La legendaria frase de José de San Martín en la Orden General del 27 de julio de 1819, en medio de la guerra independentista, es categórica: “Seamos libres, y lo demás no importa nada”.
La Constitución Nacional, eminentemente liberal, trasunta el pensamiento de su inspirador, Juan Bautista Alberdi. El Preámbulo incluye entre los propósitos esenciales enunciados: “asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”.
Sin embargo, la apropiación colectiva del derecho a la libertad no fue inmediato. A lo largo de los 130 años que van desde 1853 hasta 1983, la libertad sufrió discontinuidades. Hasta 1916, el ejercicio de la libertad era incompleto, no incluía el derecho a votar, por ejemplo. A partir de 1930, se alternaron regímenes constitucionales y dictaduras, con la consiguiente restricción de libertades de todo tipo durante los períodos de facto. Entre ese año y 1983, hubo una correlación inversa entre la concentración del poder y la ampliación de libertades y derechos, conculcados durante las dictaduras. Uno de esos golpes de Estado, el de 1955, se autoproclamó “Revolución Libertadora”.
La libertad es un concepto dinámico, sensible a las condiciones imperantes en cada momento. El actual es un mundo multipolar, salpicado de guerras y fenómenos relativamente nuevos, como el narcotráfico o el terrorismo fundamentalista. A la hora de reflexionar acerca de qué es ser libre hoy, lo primero es recordar que la libertad no es un absoluto –no lo fue nunca, en realidad–, sino que está limitada por diversos factores: cuestiones generales como el régimen imperante en el país donde se vive o aspectos individuales como la situación económica, el acceso a la educación o, incluso, la salud de las personas.
Esa relatividad cobra más fuerza en el presente, en el que el acceso igualitario a la información puede verse restringido por limitaciones tecnológicas o por la censura que practican algunos gobiernos.
La era digital obliga a una resignificación de una amplia gama de libertades elementales, como la de pensamiento, de expresión, de culto, de elección sexual y tantas otras. Además de las cuestiones permanentes, acarrea la necesidad de abordar desafíos propios de la época, desde el respeto por las minorías y la no discriminación hasta preservar la privacidad e impedir la intromisión ilegal en redes sociales o dispositivos personales. Desafíos todos que deben ser resueltos adecuando la legislación –vetusta, en muchos casos– y modernizando el funcionamiento de la Justicia en orden a una mayor cercanía que la actual a la agenda inherente a las nuevas generaciones. En otras palabras, replantear y garantizar el ejercicio de la libertad en el marco de la realidad dura, por encima de la corrección política o los clichés de moda.
* Historiador