A veces hago este ejercicio: imagino que cometo un acto tan atroz, tan escandalosamente repudiable, tan humano e inhumano a la vez que amerita convertirse en un libro. Me permito, de esa manera, meterme en ese viejo fuego cruzado de literatura y moral, que recientemente sumó otro capítulo con El odio de Luisgé Martín.
En 2011, José Bretón ejecutó un plan elaborado desde hacía semanas: matar a sus dos hijos de 2 y 6 años en una finca de la ciudad española de Córdoba. La chispa que encendió esa abominable idea fue el sentimiento de venganza ante el pedido de divorcio de su esposa.
La crueldad de los detalles convierte este hecho en algo más que una noticia de policiales. Bretón decidió que el crimen lo cometería en la apacible finca de sus padres. Fingió la desaparición de sus hijos en un parque para consolidar una coartada. Juntó leña los días previos para construir una pira donde quemar los cuerpos, y así lo hizo, alimentando durante horas el fuego con gasoil.
En contra de sus planes, el fuego no acabó con los restos óseos que encontraron después los investigadores.
La inabarcable crueldad del crimen llevó a que Luisgé Martín entrevistara a Bretón en la prisión y volcara, luego, esa historia y la confesión del crimen en El odio, obra que tal vez nunca salga a la luz.
No es mera coincidencia
En 1969 se publicó una obra de no ficción que narraba el asesinato de una familia entera en Kansas, Estados Unidos.
Esa obra es de Truman Capote y se titula A sangre fría, crónica que, si bien despertó alguna que otra objeción moral, trascendió por inaugurar un género como el Nuevo Periodismo.
Valerse de hechos reales (especialmente los de amplia repercusión mediática) para hacer literatura, es decir, emplear recursos estilísticos para aportar dimensionalidad a los personajes y robustecer la trama con detalles que descarta la crónica policial, fue una estrategia extensamente reproducida.
Es el caso de Emmanuel Carrére, quien en 2000 publicó El adversario. El escritor quedó capturado por el caso de Jean-Claude Romand, quien durante décadas le hizo creer a familia y allegados que tenía un título y un trabajo cuando en realidad no tenía nada.
La mentira, que empezó como algo pequeño, se convirtió en una ficción insostenible creada por el propio Romand. Cuando se vio a punto de ser descubierto, mató a su esposa, sus hijos y sus padres.
Medida cautelar
En la últimas semanas, crecieron notablemente en España las ventas de A sangre fría y El adversario. La razón parece ser la decisión que tomó la editorial Anagrama de no distribuir El odio y de devolverle los derechos de propiedad al autor, luego de la medida cautelar interpuesta por la exesposa de Bretón y madre de los niños fallecidos.
La decisión puede leerse como un intento de mostrar que el terreno de la estética no está exento de consecuencias morales para los involucrados y también para los lectores de los que no se puede anticipar su recepción.
¿Debe haber, entonces, límites morales para la literatura?
Abrevar de hechos reales con fines literarios arrastra consigo el contexto. A sangre fría no se escribió en medio de una masificación del odio y la violencia. Hacia el final de El adversario, se retrata la conversión religiosa de Romand que lo sitúa en el camino de la redención.
Al desconocer el contenido del libro, no se sabe qué camino eligió Bretón. Pero sí hay conjeturas sólidas sobre la conversación pública que se entablaría si El odio llegase a miles de lectores que amplifiquen su opinión en plataformas diseñadas para propagar el odio.
Tal vez por el momento y sólo en algunos casos, hasta que la palabra pueda ser usada con mayor responsabilidad, hasta que la literalidad no sea la única clave de lectura, la literatura deba ser contenida por criterios morales.