Atrapar una suerte de bloque neto de realidad, retener un núcleo que garantice que algo del orden de la verdad ha quedado alojado en lo que se mira. Con ese horizonte, Diana Dowek comenzó a trabajar en 2001 sobre la base de fotografías que transfiere a la tela, y que luego pinta por encima. Lo que busca es que la imagen no pierda su rango documental y que funcione como una certificación de que lo que vemos aconteció.
“Me interesa que la obra basada en una fotografía de la realidad, experimentada o sentida, sea como un documento. Me interesa como un relato histórico de los tiempos que nos tocan vivir”, dice la consagrada artista, cuya muestra “Ensayo sobre el mal” se presenta en el museo Caraffa.
Registro de destrucción
La exposición reúne obras de los últimos 10 años. Un segmento importante trata sobre calamidades humanas, desplazamientos de poblaciones, bombardeos. En algunos casos, la referencia es directa. Las pinceladas que otorgan belleza no impiden que el registro de la destrucción respire con elocuencia, como sucede en Alepo III, una visión cruda, atada al realismo que le otorga la fotografía previa, sobre la guerra en Siria.
En otras obras, aun sin perder ni un milímetro de realismo, el horror se deduce de las máquinas de matar. Tanques, lanzaderas de misiles o aviones de combate se presentan en primer plano y dejan un mensaje sobre el único tipo de acción que se puede cometer cuando se los utiliza.
María Laura Rodríguez Mayol, curadora de la muestra, destaca el interés de Dowek en restaurar la eficacia de las imágenes que se solapan o se pierden en la nube mediática. Y les otorga a estas obras el objetivo de “interrogar las condiciones de humanidad de los que no tienen ni voz, ni rostro, ni nombre y padecen las consecuencias de conflictos bélicos, o son expulsados de sus hogares por el hambre, los cambios climáticos o simplemente se desplazan por un futuro mejor”.
La obra como testimonio y el artista como testigo son dos nociones que se articulan en el trabajo de Dowek, quien describe el arte como un campo de batalla y la pintura como un arma.
Recientemente, el Museo Nacional de Bellas Artes mostró parte de su producción durante la década de 1970, en la exposición “Paisajes insumisos”, donde la atmósfera de violencia política se deja leer a través de velos metáfóricos. Cuerpos sin vida, alambradas, armas, espejos retrovisores en los que se ve algo amenazador, todo un conjunto de símbolos y escenas ominosas.
En "Ensayo sobre el mal" predomina una imagen que va sin atajos hacia lo real. "Creo que ahora realizo obras más directas que en épocas más brutales", dice la artista que en 2015 obtuvo el Premio Nacional de Pintura con Bajo la alumbrera I (minería a cielo abierto), obra que expresa otra de sus preocupaciones: la devastación de la naturaleza y el modelo extractivista.
La muestra que se presenta en el Caraffa incluye obras como Bajo la lumbrera II, Tala y Fracking, vinculadas a la temática de la acción humana y las responsabilidades políticas en los desastres ecológicos.
El segmento final, "Sublevarse para recuperar la esperanza", propone lo que la curadora de este ensayo visual define en términos de una "poética de la rebelión". Al otro lado, Días de furia, La zona y Pinturas de insurrección son obras en las que las multitudes encuentran la ocasión de saltar vallas y cortar alambradas. Cierra la muestra Viaje a la esperanza, videoinstalación que proyecta un puñado de imágenes de Dowek sobre un muro hecho con bolsas de arpillera rellenas de aserrín.
–¿Cuándo se forjó tu idea del arte como campo de batalla?
–La idea del arte como campo de batalla se fue dando a medida que iba creciendo. Desde muy joven asistí a las Escuelas Nacionales de Bellas Artes Manuel Belgrano y Prilidiano Pueyrredón. Allí, con el cambio profundo que efectuaron mis compañeros que eran mucho mayores, como Julio Le Parc y otros, fui tomando conciencia política de la necesidad de cambios. No sólo en las escuelas, sino también en el país. Luego tomé yo ese lugar y luché por una escuela mejor, al mismo tiempo sentí que la pintura era un lenguaje para expresar mis ideas.
–El artista como un agente subversivo, el arte como práctica militante son expresiones con las que te definís. ¿Qué poder le atribuís al arte?
–No creo que el arte tenga el alcance de transformar la sociedad o un sistema que nos ahoga. El arte puede penetrar más profundamente en la subjetividad, puede con cierto distanciamiento, como decía Bertold Brecht, producir conciencia, emocionar o conmover. Pero no le atribuyo al arte el papel de transformador. Es mi arma, sí, porque pinto lo que amo y lo que odio. Como dice la artista Dolores Cáceres: “El arte señala”. Para cambiar la sociedad está la militancia política.
–¿Cómo procedés? ¿Buscás imágenes en Internet?
– Me interesa mostrar los conflictos en la realidad y establecer los símbolos, metáforas. Las imágenes están en diarios, revistas, internet o en la misma cotidianidad que vivo en la calle, las marchas y las movilizaciones en las que participo.
–Artistas como Carlos Alonso han planteado el dilema sobre la estetización del dolor. En tu caso, ¿surge algún conflicto sobre el hecho de que una pintura que aborde calamidades pueda resultar seductora?
–Discrepo de Carlos Alonso en esto. Creo que el arte, aunque sea violento, tiene que tener belleza. En las formas, en la materia, en la pincelada o en el espacio. El artista no puede torturar al espectador por segunda vez si realiza una escena de tortura. Por eso he destruido varias obras que me sirvieron de catarsis en épocas de la última dictadura.
–El día de la inauguración de tu muestra, un grupo de mujeres artistas realizó en el Caraffa una acción para denunciar casos de violencia de género en las instituciones. ¿Te sentís vinculada a las intervenciones del feminismo?
–Cuando llegué al Caraffa, el grupo de artistas ya estaba leyendo la denuncia, por eso no me sumé. Pero participo en los encuentros nacionales de mujeres, y si no puedo participar en todos por razones de viajes, apoyo a Nosotras Proponemos y a otros colectivos que luchan por los derechos de género.
Para ver
“Ensayo sobre el mal” de Diana Dowek, con curaduría de María Laura Rodríguez Mayol, se puede visitar en el museo Caraffa (Poeta Lugones 411) hasta el 1° de diciembre. De martes a domingos y feriados de 10 a 20. Entrada: $ 50. Jubilados, estudiantes y menores, gratis. Los miércoles, el ingreso es sin costo.