En las ceremonias de los premios Oscar, la política se asoma en clave humorística entre un vestido y otro. En la última entrega, sin embargo, unas palabras de agradecimiento trascendieron por criticar al Gobierno estadounidense.
Los creadores del documental No other land (2024) ganaron en su categoría y dijeron lo que querían decir, con la misma valentía con la que filmaron años de limpieza étnica en Cisjordania.
Basel Adra es palestino y reside en una aldea de Masafer Yatta. Yuval Abraham es israelí y decide usar su voz como periodista para dar a conocer mundialmente las demoliciones que el Gobierno de su país lleva a cabo en esa aldea desde 2019.
El documental reúne las imágenes tomadas por Basel que capturan el ciclo infernal que están obligados a vivir por las demoliciones. Escuelas, casas, zonas de juegos, todo queda reducido a escombros. El pueblo resiste y reconstruye sus casas durante la noche. Por la mañana regresa el cuerpo militar israelí y secuestra herramientas, rompe caños y rellena de cemento los pozos de agua. Las familias que se quedan se van a vivir a cuevas.
Durante ese ciclo, hay protestas que terminan con palestinos heridos o muertos. Yuval trata de despertar la conciencia de sus compatriotas armados. Los palestinos, desesperados, les preguntan por qué el derecho que tienen sobre sus tierras no tiene valor.
No other land se vale con mucha maestría del lenguaje cinematográfico para contar una verdad, al tiempo que deja al espectador turbado por el sinsentido y la crueldad. Es un relato que se vuelve cercano, que desafía a pensar en un escenario de terror existencial: vivir bajo la destrucción constante del espacio vital.
Un muro
A poco más de cien kilómetros de Masafer Yatta está Anata, localidad de Cisjordania ubicada en las afueras de Jerusalén. Una mañana de intensa lluvia de 2012, un colectivo escolar circula por una ruta israelí cargado de niños palestinos que van de su jardín de infantes a una zona de juegos. Un camión que viene en sentido contrario lo choca y provoca un incendio en el que mueren cinco niños y una maestra.
Este accidente, a pesar de la profunda tragedia, se ve empequeñecido a medida que se analizan las capas de responsabilidades y consecuencias. Todo queda plasmado en Un día en la vida de Abed Salama (Anagrama, 2024), una poderosa crónica de Nathan Thrall que obtuvo el premio Pulitzer en 2024.
Abed es uno de los padres que perdió a su hijo en el accidente y que prestó su vida para mostrar otra manera en la que el espacio vital se ve reducido con la ocupación israelí.
Si la asfixiante burocracia israelí no impidiera la circulación organizada de palestinos; si los militares que estaban a pocas cuadras del accidente hubieran intervenido; si no hubiera un muro que obligara al colectivo a extender el recorrido; si las ambulancias israelíes hubieran acudido a salvar a los niños palestinos, la historia habría sido distinta.
Un lugar
En su crónica, Thrall reconstruye parte de las historias de las familias involucradas, que ayudan a entender el valor insustituible de esos niños y el esfuerzo por enviarlos a una escuela alejada del hogar. Se expone, en especial, cómo cada familia aprendió a naturalizar la pérdida, el duelo, la injusticia y el desplazamiento.
Esa naturalización es el resultado que anticipan los palestinos de No other land. Saben que pueden mudarse a una ciudad más grande y saben que eso tampoco les garantiza una vida vivible, porque el día de mañana otra ley habilitará que sus hijos se conviertan en cenizas en una actividad escolar.
La salida hacia una vida vivible no existe. Como su título invoca, no hay otra tierra, no hay tierra posible porque el objetivo es que no tengan ninguna tierra. El fin último es la supresión étnica y el método es volver sus vidas cada día un poquito peor.