“La Guerra de Malvinas es un tema incómodo”, asegura Eduardo Sacheri del otro lado de la pantalla del Zoom con La Voz, al evocar la temática de su última novela Demasiado lejos.
En el marco de los hechos que azotaron a Argentina en 1982, el escritor argentino buscó diferentes miradas para relatar cómo se vivió la guerra en la sociedad porteña de aquella época.
“El asunto de la guerra es un tema que despertó poca ficción. Hay algunos muy buenos libros, temas musicales, un par de películas y alguna obra de teatro. Es un tema importante de nuestro pasado, traumático, fuerte y pesado, pero no lo hablamos porque es incómodo. Yo propongo bucear en esa incomodidad”, explica.
Y añade: “La novela intenta asomarse al día a día de la gente que estaba lejos de la guerra. Creo que por el hecho de ser profesor de Historia, me interesa ver qué dice, y qué no dice, la sociedad argentina de sí misma”.
El plan original era narrar “la guerra de lejos y la guerra encima”, ir y venir de Buenos Aires a Malvinas, pero al final decidió dividir la historia en dos novelas. La segunda entrega se llamará Qué quedará de nosotros y su publicación está prevista para noviembre de este año. Tendrá el punto de vista de los tres soldados que aparecen al comienzo de Demasiado lejos y funcionará “como espejo” de su historia.
Personajes “como uno”
La novela aborda la guerra desde distintos escenarios de Buenos Aires (el bar Asturias; el taller mecánico de los padres de Magalí; las habitaciones y la cocina de Casa Rosada; el departamento de la familia López; las salas de reuniones de diplomáticos argentinos; entre otros) y desde “muchos personajes pequeñitos” con los que el lector puede identificarse, aun si nació después de esta época.
“Los grandes temas de la historia se pueden contar desde los principales protagonistas —uno puede contar la guerra desde Galtieri o los otros miembros de la Junta Militar—, pero a mí me interesa mucho más la gente pequeñita como uno porque la historia no les pasa solamente a los apellidos que aparecen en los libros. Nos sucede a todos”, asegura.
El objetivo es dar rienda suelta al lector y “no bajarle línea”, hecho que Sacheri mismo detesta: “Como lector, me molesta cuando en una ficción me dicen ‘tenés que ir por acá o por allá, estos son los buenos y aquellos, los malos’. Ubicate donde quieras. A mí me interesa que te pongas a pensar y que no te deje indiferente, pero no mi libro, sino el tema de mi libro. Con eso ya está”, explica.
“Está bueno cuando la literatura nos interpela o nos pone en conexión con cosas que aparentemente nos quedan lejos. Yo creo que la cuestión de las Malvinas nos queda cerca porque está en la agenda, en la calle y hasta en nuestros símbolos. Pero la guerra de Malvinas… No es lo mismo para los que somos grandes que para los jóvenes”, reflexiona.

Islas Malvinas: el silencio de la guerra y el consenso de la reivindicación
Durante la nota, el autor de 57 años marca varias veces que no es lo mismo hablar de la guerra que hablar de la reivindicación de las Islas: “La reivindicación de Malvinas es intocable, eterna y perpetua. Las Malvinas y la selección son nuestros únicos consensos. No así con respecto a la guerra. En 1982, el consenso fue primero de reivindicación de la soberanía, pero después fue de la guerra”.
Para Sacheri, es difícil hablar de la guerra porque recuerda “el rol que jugó buena parte de la sociedad argentina” en esa época.
“Fue casi festivo, muy desapegado del riesgo que implicaba para los soldados. Por supuesto que hubo de todo, pero yo recuerdo que acá en Castelar (Gran Buenos Aires) y en muchos lugares lejanos a la guerra, la gente se lo tomó con soda. No midió esa posibilidad”, remarca.
“De entrada era como, ‘recuperemos las Malvinas y listo’ o ‘qué bien que estuvo el gobierno de Galtieri con esto’, pero no hubo una reflexión de ‘che, esperá, esto lo está haciendo la dictadura’. Hubo un autoengaño muy marcado. Despertar de eso fue lo difícil. Se resolvió con ‘de esto no se habla más’ y eso dejó a los caídos, a los veteranos y a sus familias en un lugar silenciado. Les costó mucho hacerse de un sitio de enunciación y no todos tienen lo mismo para decir”, agrega.
−Eso es algo muy propio de “El atroz encanto de ser argentinos” (libro de Marcos Aguinis)
−El problema es que no nos hacemos cargo de nuestras responsabilidades a lo largo de todo lo que nos ha ido pasando. Como si la Argentina fuera objeto de sucesivas maniobras marcianas donde los argentinos no tienen nada que ver. Es bastante inmaduro el hecho de no hacerse cargo de lo que nos ha ido conduciendo a nuestros diversos y profundos problemas. Malvinas no escapa a eso. Vos mirás las imágenes documentales y ves las plazas llenas como en el Mundial ’78. No es lo mismo decir “me comí un amague feroz con lo de la guerra y no debía hacer lo que hice ni decir lo que dije” que “yo no tuve nada que ver”. Si la novela siguiera un mes después, un personaje como Alessandri no se haría cargo de lo que sostuvo durante la guerra, sin que se le caiga la cara de vergüenza. En un punto, es el personaje más dolorosamente argentino de todos esos.

Las generaciones que no leen
Demasiado lejos está dividido en tres partes, Euforia, Inquietud y Desolación, que corresponden a los principales sentimientos que experimentan los personajes conforme avanza la guerra. A su vez, los relatos de cada escenario se van entrelazando y, al ser breves y concisos, crean una historia colectiva y adictiva.
En principio, esta decisión pareciera ser una buena herramienta para trabajar los desafíos que tiene la literatura frente a la adicción al scroll de las redes sociales, tema que abordó Florencia Bonelli hace unas semanas con La Voz.
“No me gustan las miradas pesimistas o alarmistas. ¿Por qué te digo esto? Porque veo a mi generación diciéndole a los jóvenes que no leen, pero yo reviso a mi propia generación y no hay tanto lector. También recuerdo a la generación de mis mayores diciéndole a mi generación: ‘ustedes no leen’“, refleja.

“El mundo de los lectores es una tribu poco numerosa, pero no desde el scrolleo. Así como te digo esto, también tengo que reconocer cierto nivel de alarma porque estos ‘bichitos’ son adictivos. Pero, bueno, capaz el que se cuelga ahora es el que antes miraba cuatro horas de tele sin parar. Es un desafío para la literatura porque la oferta de los smartphones es superatrayente”, deduce.
El libro antes que el cine
Apelando al concepto Cultura Snack de Carlos Scolari (dedicado a los formatos breves de la comunicación), el autor hace un buen uso del storytelling y, con estructuras narrativas pequeñas, logra encauzar una lectura ganchera. Sin embargo, él considera que ese tipo de escritura no deviene de los consumos actuales, sino de los cuentos que marcaron sus comienzos en el rubro.
“Capaz que para estos tiempos tan vertiginosos termina resultando más efectivo, pero no lo había pensado. En realidad, esto viene de cuando escribía cuentos, después me animé a la novela. Una cosa que me tranquilizó en ese pasaje fue el hecho de escribir en pequeñas estructuras. En el caso de novelas como esta que tiene muchos personajes, utilizo el cambio de perspectiva todo el tiempo. Es algo que siempre pensé, pero que profundicé como guionista de cine. La cámara es un punto de vista”, señala.
Sacheri no piensa de antemano que sus libros se van a convertir en series o películas como pasó con La pregunta de sus ojos (llevada al cine por Juan José Campanella como El secreto de sus ojos), Papeles en el viento (filmada por Juan Taratuto), y La noche en la Usina (cuya versión cinematográfica salió bajo el nombre de La odisea de los giles, dirigida por Sebastián Borensztein) y en cuyas adaptaciones estuvo él mismo como guionista.
“No lo pienso hasta que viene alguien del mundo del cine y me lo propone. Es su casa, no la mía. Cuando pienso las historias, las pienso como libro. Capaz que a esta altura de mi carrera podría ponerme a escribir un guion de cine de la nada y habría gente interesada en que lo hiciéramos, pero no se me ocurre. Se me ocurre el libro”, sostiene.
−¿Volverías a trabajar con Campanella?
−Sí. Todas las experiencias que tuve en cine me llevé muy bien con los directores. Con Campanella después hicimos Metegol y la segunda temporada de la serie Los enviados que está en Netflix. Me encanta trabajar con Juan. Los dos tenemos tics de laburo compartidos, pero también, enfoques muy distintos. Cada vez que trabajamos, tenemos un intercambio polémico. Él dice A, yo digo Z y argumentamos, pero trabajamos muy bien juntos.
−¿Seguís dando clases de Historia?
−Sí, los lunes por la mañana en el quinto año de un secundario de Ramos Mejía. Acá en la Provincia de Buenos Aires sería el anteúltimo año del secundario, es decir, los pibes de 16 años, pero solamente eso. Un poquito nomás.
−¿Te reconocen los chicos como famoso?
−Algo te ubican y a veces en Literatura les dan textos míos, pero por suerte no le damos mayor trascendencia. Yo ahí soy “el de Historia” y punto, da lo mismo si salgo en la mesa de Juana Viale. “Sí, sí, bueno, sacá la carpeta a ver qué estudiaste”. Pero eso es lo bueno porque terminás construyendo en el aula lo que es del aula, si uno es bueno dando clase, si ellos son buenos respondiendo a tu exigencia, si la dinámica de aprendizaje funciona. Lo que viene de afuera del aula, por suerte influye poco.
Para leer
Demasiado lejos, de Eduardo Sacheri. Editorial Alfaguara. 432 páginas. Precio: $ 37.499.