Se ha naturalizado nuestra exposición a ingentes cantidades de información. En su mayor parte, que no nos interesa o ni siquiera entendemos, a pesar de nuestros intentos por darle algún sentido. Presas de la desorientación, volvemos a un pasado conocido y usamos a la Historia como un mapa para atravesar la tempestad.
Es habitual escuchar que el escenario contemporáneo está marcado por el regreso del fascismo, ya sea en sus formas o en su contenido. Es un concepto que da miedo, que nos pone en alerta y que, en consecuencia, nos proyecta como sus víctimas directas. Súbitamente sentimos coartada nuestra libertad y hasta reducida nuestra expectativa de vida.
Este diagnóstico es el que traza Santiago Gerchunoff en Un detalle siniestro en el uso de la palabra fascismo (Anagrama, 2025). En este breve ensayo, el autor desglosa las implicaciones de emplear ese concepto, entre las que se encuentra la concepción profética de la Historia.
Un término con tanta carga semántica e histórica funciona como advertencia, como una alarma que nos debe poner en guardia para defender la humanidad.
La Historia puede, en este paradigma, anticipar el futuro y ser torcida en su ciego devenir por el accionar del hombre. Los que sean lo suficientemente astutos encontrarán en el pasado una lógica en los hechos que les permitirán saber qué dice el próximo capítulo.
Pero para Gerchunoff, la Historia no puede emplearse con fines adivinatorios.

Cauto escepticismo
En las últimas semanas, los acontecimientos internacionales aumentaron en cantidad y gravedad el oleaje de noticias.
Se anticipó una Tercera Guerra Mundial al encontrar similitudes en el contexto social e histórico de sus antecesoras; se comparó la distribución del poderío nuclear actual con la que hubo en los bombardeos de Hiroshima y de Nagasaki; se crearon kits de supervivencia y un listado de advertencias por si mañana a la mañana nos enfrentamos al mismo escenario que Chernóbil en 1986.
En el escenario nacional, la política se convirtió en un espacio igualmente anticipatorio bajo el resguardo de la historia. Se dice que el gobierno actual tiene un estilo que se acerca asintóticamente al de la última dictadura militar, que la líder popular volverá con más fuerza como lo hizo su partido cuando fue proscripto, que otro 2001 es inminente o que está lejísimos.
Esa aparente semejanza con el pasado no debería convertir estos hechos en predicciones para ser aceptadas o rechazadas. La historia tiene un sentido solo retrospectivamente.
Trasladar esa lógica al futuro nos distrae, nos angustia, nos deja exhaustos para cuando sea el momento de actuar. Se produce un burn out político y social que redunda en una peligrosa combinación de anhedonia, nihilismo y vulnerabilidad.
Deliberac(c)ión
Creemos que estar en alerta nos pone a salvo de las horrendas desgracias que padecieron nuestros antepasados. Nos decimos que tenemos que aprender de esas personas que ignoraban su destino, que tenemos información a nuestro favor, que estamos rodeados de especialistas que iluminan los próximos acontecimientos.
Creemos, además, haber cumplido un deber moral en nuestra denuncia al invocar irresponsablemente un concepto sin la contextualización adecuada.
Sin embargo, nos olvidamos de que nosotros tampoco conocemos nuestro destino y que la anticipación nos ofrece una ilusión de control y nada más.
Gerchunoff deja las profecías para las pseudociencias y recupera el sentido materialista de la historia como resultado de las acciones humanas. Si abrazamos ese sentido, debemos asumir la indeterminación y la contingencia de nuestro futuro. Tomaremos decisiones a partir de información segmentada, tergiversada y engañosa. Decidiremos sin el diario del lunes.
Tal vez vivamos en el fascismo y en una dictadura de monopolios encubierta. Tal vez no, tal vez sea algo nuevo, incluso peor. Para entenderlo, debemos huir de las simplificaciones que tenemos a la mano y detenernos a pensar.