–Ajá –dijo el gigante–. ¿Qué hace una jovencita haush entre los orgullosos ohuens? ¡Mira cómo escapan de mi furia! –señaló a Nákenk, quien, al comprender que perdería la batalla, se retiraba con sus hombres.
Hais se alegró de no tener que volver a luchar, pues era hombre de buen carácter, y volvió a interrogar a Saterr.
–Y tú, ¿por qué me has atacado? Yo no te quité nada, ni fui a molestar a tu gente...
–Tu presencia nos traerá desgracia; detrás de ti vendrán otros, acabarán con nuestros animales y nos moriremos de hambre– contestó ella.
A Hais aquello le pareció una buena razón, así que dejó el tema.
–¿Cómo te llamas? –preguntó amablemente.
–Saterr.
–Bien, Saterr, sígueme a mi casa.
Una vez allí, encendió el fuego y asó carne de guanaco, que ofreció a su prisionera, quien dijo que no tenía apetito.
Hais comió en silencio mientras ella comenzaba a entender que era prisionera de un ser poderoso que no le devolvería la libertad.
El gigante decidió dejarla dormir, y cuando fue a espiarla, comprobó que no había comido y se veía muy triste. Al día siguiente, después de que ella le dio su palabra de que no huiría, Hais se fue de viaje.
No bien partió, la joven se largó a llorar: extrañaba a su familia y a su aldea. Se sentó de cara al mar, deseando convertirse en pájaro y volar, pero retenida por su promesa.
Añoraba la comida de su madre, la vivienda construida por su padre, la pelea diaria con el océano, el viento que alborotaba sus cabellos. Lamentó no haber escuchado al hechicero, no haber obedecido a sus padres: sin ellos, sin las olas salvajes, sin los gritos de las focas en la mañana, no quería vivir.
Pasó los días llorando hasta que sus lágrimas se volvieron de sangre. La sed y el hambre la adormecieron y se le apareció Ayayema, el espíritu malo que rondaba los sueños. Más tarde, oyó a Kawtcho, el genio de la noche que desaparecía al amanecer, y luego a Mwono, quien despertaba las montañas y los glaciares.
Soñó que se convertía en planta con hojas muy bonitas y flores delicadas, que sus dedos se volvían zarcillos y se prendían de las rocas para que el viento no la arrancara. Finalmente, soñó que su alma volaba hacia su tierra.
Cuando Hais regresó, vio la pequeña planta que se prendía de cuanto estaba cerca; comprendió que era el espíritu de Saterr, y, dolido, se arrodilló y dijo unas palabras para la pequeña haush.
Tomó una ramita que había echado raíz, la envolvió en tierra y líquenes, la guardó en una bolsita de piel de chinchilla y viajó hacia el sur, para llevarla a la tierra de sus padres.
Cuando la madre de Saterr recibió la plantita y vio su fruto pequeño, de un carmín muy vivo, comprendió que eran las lágrimas que derramara su hija.
Con todo cariño la llevó al bosque y la plantó entre los árboles que la protegerían y le darían sostén. Desde allí podría ver el gran mar y escuchar los gritos de las focas con los que solía despertarse.
Se había cumplido la predicción del agorero: Saterr había regresado en la palma de un gigante, convertida en la zarzaparrilla roja de la Tierra del Fuego.
Glosario “haush”-mapuche
Haush: primeros habitantes de Tierra del Fuego e islas cercanas, buenos nadadores y pescadores; cazaban ballenas, lobos de mar y recolectaban almejas, mejillones y caracoles. Pequeños de estatura, creían que podían transformarse en animales o seres sobrenaturales.
Ayayema: espíritu malvado que rondaba el sueño de los haush y provocaba miedo.
Chinchilla: pequeño roedor andino, de cola corta y grandes orejas, de piel muy apreciada.
Kawtcho: genio temible que representaba la oscuridad; desaparecía al alba.
Kayen: toldo hecho con piel de guanaco, con la que también hacían su ropa. Habitualmente, preferían la piel de foca, animal que veneraban porque de él obtenían comida, vivienda, ropa y calzado, y con sus huesos herramientas y artesanías.
Keyuk: viento del oeste, enemigo del viento norte. Vivía en las grutas de los Andes.
Ksorten: genio que castigaba a las mujeres desobedientes.
Mwono: espíritu que despertaba montañas y glaciares.
Ohuens: pueblo nativo de nuestro extremo sur.
Tarémkelas: gigante que participó en la creación de la Tierra.
Wuomkekayen: viento del norte, amigo de los ohuens; los ayudaba en la caza y en la guerra.