La Academia Sueca distinguió al escritor László Krasznahorkai “por su obra convincente y visionaria que, en medio del terror apocalíptico, reafirma el poder del arte”.
El autor húngaro, reconocido por su estilo denso y su mirada sobre el colapso moral de Occidente, se convierte así en el segundo escritor de su país en obtener el Nobel de Literatura, después de Imre Kertész en 2002.
El anuncio, realizado este jueves en Estocolmo, fue recibido con una mezcla de entusiasmo y previsibilidad. El nombre de Krasznahorkai figuraba desde hace años en las quinielas del premio y entre los favoritos de las casas de apuestas, junto a figuras como la escritora china Can Xue o el australiano Gerald Murnane. Aun así, la elección fue celebrada por críticos y lectores que ven en su obra una de las más radicales y visionarias de la literatura contemporánea.
Un autor de culto en la tradición centroeuropea
La Academia Sueca definió a Krasznahorkai como “un gran escritor épico en la tradición centroeuropea que va desde Franz Kafka a Thomas Bernhard”, subrayando su capacidad para retratar el absurdo, el grotesco y la resistencia del arte frente al caos.Nacido en 1954 en Gyula, una pequeña ciudad del sureste de Hungría, el autor creció en los márgenes del bloque comunista y fue testigo de las contradicciones de un sistema que prometía orden, pero generaba vacío.
Estudió Derecho entre 1973 y 1978, aunque abandonó la carrera antes de graduarse. Alternó empleos como minero y vigilante de seguridad mientras escribía y publicaba sus primeros textos en revistas literarias. En 1977 retomó los estudios en la Universidad Eötvös Loránd de Budapest, esta vez en Filología Húngara, y allí consolidó su vocación.
Su primera novela, Tango satánico (1985), irrumpió como una revelación en la literatura húngara. Ambientada en una granja colectiva en ruinas, retrata la descomposición moral y económica de una comunidad atrapada entre el desencanto y la espera. El tono apocalíptico y la estructura circular del relato marcaron el inicio de un universo literario que luego se expandiría en obras de largo aliento y frases de una página entera.
La novela fue adaptada al cine por el director Béla Tarr, en una película de más de siete horas considerada una obra maestra del cine europeo. La colaboración entre ambos artistas —que se prolongaría en títulos como Armonías de Werckmeister (basada en Melancolía de la resistencia)— selló una de las alianzas más singulares entre literatura y cine del siglo XX.
El apocalipsis como forma de lucidez
El apodo de “maestro del apocalipsis” le fue adjudicado por la crítica estadounidense Susan Sontag, fascinada por su capacidad para retratar el colapso no como una catástrofe externa, sino como una condición permanente del alma humana.En Melancolía de la resistencia (1989), Krasznahorkai imagina la llegada de una misteriosa ballena a un pueblo húngaro, un episodio que desencadena el caos y la violencia colectiva. La novela es, en palabras de la Academia, “una fantasía del terror sobre la lucha entre el orden y el desorden”, pero también una meditación sobre la fragilidad del pensamiento racional frente a la multitud.
Su obra posterior amplió ese horizonte temático con registros más contemplativos. En Al norte la montaña, al sur el lago, al oeste el camino, al este el río (2003) y Y Seiobo descendió a la Tierra (2008), el autor exploró la tradición oriental y el ideal de perfección estética, alejándose de la desesperanza para buscar una forma de serenidad en el arte.Su novela El barón Wenckheim vuelve a casa (2016), en tanto, volvió a situarlo en el terreno del humor trágico y la crítica social: el regreso de un barón arruinado a su país natal se transforma en una parábola sobre la corrupción, el desencanto y la imposibilidad del retorno.
Un estilo desafiante y obsesivo
La escritura de Krasznahorkai se caracteriza por su sintaxis interminable, su cadencia hipnótica y su rechazo a la simplificación narrativa. Cada frase parece arrastrar al lector a un estado de trance, como si la historia avanzara en un único y largo aliento.“Sus textos son ríos de pensamiento —explicó el crítico sueco Per Wästberg, miembro de la Academia— donde la desesperación y la belleza conviven con una intensidad poco común”.
En la última década, el autor húngaro se convirtió en una figura de culto en Europa y Estados Unidos. Sus libros fueron traducidos a más de veinte idiomas, y su influencia puede rastrearse en escritores tan diversos como W.G. Sebald, Olga Tokarczuk o Enrique Vila-Matas.
Reacciones y lecturas
La designación de Krasznahorkai fue recibida sin grandes sobresaltos en Suecia. La emisora pública Radio Suecia la describió como “una elección esperada”, mientras que el diario Expressen la celebró como “la mejor en años”. Por su parte, Dagens Nyheter la consideró “impecable pero predecible”, y destacó que, tras la “excursión geográfica” del año pasado —cuando el galardón fue para la surcoreana Han Kang—, la Academia regresó a su “lugar feliz”: la tradición centroeuropea que ha nutrido buena parte de su historia.
La reacción del escritor al conocer el premio
En sus primeras declaraciones tras conocer la noticia, el escritor se mostró sereno y sorprendido. “Es el primer día de mi vida como ganador del Nobel. No sé qué va a ocurrir en el futuro”, dijo en diálogo con Radio Suecia.Confesó que al comienzo no planeaba dedicarse a la literatura: “Solo quería escribir un libro, no quería ser escritor, porque no quería ser nadie”. Sin embargo, después de su primera novela, sintió que debía corregirse una y otra vez. “Mi vida es una corrección permanente”, admitió.
Hoy, cuatro décadas después de aquel debut, Krasznahorkai ha logrado lo que parecía imposible: construir una obra monumental sobre la ruina, la desesperanza y la obstinada fe en el poder del arte.Su Nobel, más que un reconocimiento, es la confirmación de una escritura que, entre el silencio y el cataclismo, sigue buscando una verdad que no se deja decir del todo.