El 29 de septiembre de 1964, la famosísima historieta de Quino protagonizada por una niña morocha de frondosa cabellera corta, su familia y su grupito de amigos y amigas, comenzó a publicarse con continuidad en el semanario periodístico Primera Plana. Antes de eso, pocos meses antes, sólo habían aparecido tres tiras en el suplemento humorístico Gregorio, de la revista Leoplan.
Hoy, 60 años después, tras su paso por varios medios gráficos más y la continua reedición best seller de los libros que la compilan en muchos países y en varios idiomas, Mafalda se sostiene como un ícono de la cultura argentina, que pregnó como muy pocos personajes de ficción en un corte transversal de la sociedad lectora del país.
Anclada en la memoria emotiva
Más allá de las –literalmente– millonarias cifras de ventas, una potente prueba cualitativa de la incidencia que esta tira humorística tiene en nuestro país es el comportamiento de una inconmensurable cantidad de personas de varias generaciones que mantenemos reservada para ella una porción importante de nuestra memoria emotiva y conceptual.
Somos esos lectores y lectoras que, en diferentes décadas, nos encontramos con esta obra cuando éramos pequeños, a solas o acompañados por familiares, y luego insistimos en revisitar sus páginas tan reiteradamente y con tanta fruición que, entre otros efectos transformadores, acabamos memorizando secuencias y remates sin querer, incorporándolos a nuestro universo discursivo cotidiano.
¿Cuántos de nosotros citamos el “Sunescán daluna buso” de Raquel, la mamá de Mafalda al afrontar situaciones indignantes con jocosa resignación? ¿Cuántos no podemos evitar recordar a Manolito diciendo “Sexy el furgoncito” cuando vemos un transporte de caudales? ¿Cuántas seguimos usando la frase “es re de Susanita”?
Esta historieta “de cabecera” generó incluso un neologismo que designa ciertas acciones o actitudes de amplio pero inconfundible espectro: “mafaldeada”.
Aquí, conoceremos las experiencias y las apreciaciones de algunos cordobeses y cordobesas activos en distintas áreas de la creatividad y del conocimiento con quienes compartimos ese código nerd comunitario que aflora en conversaciones de la vida diaria y en la intimidad de nuestro monólogo interior.
Mi primera Mafalda
Las historias de cómo y dónde cada quien se encontró con Mafalda por primera vez varían (un regalo, una biblioteca, casas de amigos…). Pero casi todas confluyen en esos clásicos libritos apaisados de Ediciones De La Flor que reúnen las tiras.
Mariana Salina, historietista nacida en 1983, recuerda como si fuera hoy un viaje familiar de 1991 a Mar del Plata, donde su mamá le compró uno de aquellos compilados en un kiosco de revistas.
“Mari” leyó un par de páginas y empezó a hacer preguntas que su madre no sabía cómo responder; incluso aquella misma que casi le provoca un patatús al papá de Mafalda: “¿Qué es un tratante de blancas?”.
“Los libros de Quino me transmitieron un montón de valores -considera Mariana-. Decían sin tapujos las injusticias que había, quiénes las perpetraban y quiénes éramos, quiénes somos, los damnificados. Fue una tremenda influencia en mi vida cotidiana. Y también como autora”.
Crecer y entender
Entre quienes leyeron Mafalda, también hay coincidencias respecto a qué cosas de la historieta no entendían cuando eran niños y cómo fueron descubriendo, en capas y a medida que crecían, los muchos sentidos que Quino ponía en boca de sus personajes.
Andrea Lacombe -antropóloga, docente y activista lesbiana- destaca: “Es una historieta que puede ser leída por niñas, niños, adolescentes, adultos, y va a tener distintos significados. Eso me parece muy interesante: no tiene un público marcado por la edad ni por las generaciones, sino que es extemporánea; y no es adultocéntrica”.
La editora Lisa Daveloza, cordobesa de 1984, reconstruye aquello que la marcó en sus primeras lecturas de Mafalda: “Me impactó la cantidad de referencias que tiene. Desde lo pequeño y cotidiano, como el almacén de barrio, ir a comprar y que no alcance la plata, hasta estar leyendo y tener que preguntarles a mis viejos qué pasaba en Oriente, porque no tenía la menor idea. Una de las cosas que más me impactó son las tiras donde ella trata de cuidar al mundo”.
Por su parte, el ilustrador Luis Paredes, “clase” ‘74, evoca cómo convirtió su fuerte vínculo con esa niña de pelo inflado en un guiño lúdico: “En el secundario, con un amigo que era tan fanático como yo, teníamos un juego. Uno decía el texto de la primera viñeta de cualquier tira y el otro completaba de memoria cómo seguía y terminaba la historieta. Así nos pasábamos la tarde; y ninguno de los dos fallaba. Era increíble: teníamos memorizadas absolutamente todas las tiras”.
El diseñador e ilustrador Juan Pablo Bellini, nacido en 1983, también vio la tira de Quino por primera vez durante su niñez. En su caso, cuando su hermana mayor pegó una calcomanía del personaje en la luneta en su Fiat Súper Europa. Y recuerda que por eso la reconoció en los clásicos tomitos que encontró en la biblioteca de unos amigos de sus padres, y entonces comenzó a leerla.
“Ya de adulto, y con interés en la gráfica y el dibujo, leí el compilado Todo Mafalda y entendí la magnitud de lo que había creado Quino, su grandeza, que tanta envidia y admiración genera en los artistas gráficos. Entendí cómo sintetizó dos grandes obras norteamericanas como Nancy y Peanuts en una realidad clasemediera argentina con situaciones universales, y su capacidad de crear un equipo de personajes donde todos nos vemos”, añade.
El reconocido pediatra Enrique Orschanski, de 1956, releyó tantas veces Mafalda en su adolescencia y su juventud que, dice, quedó “impregnado de sus emociones” al punto de que, ya siendo docente universitario, comenzó a utilizarlas como mensajes de crianza, respeto, inclusión, y hasta de defensa de los derechos infantiles.
“Mafalda cuestionaba la realidad con el desparpajo que, por entonces, todos queríamos tener. Precoz militante del feminismo, cuestionadora de jerarquías, irreverente y siempre irónica, nos representaba como nadie a quienes aún éramos dóciles hijos y alumnos”, agrega Orchanski.
Y subraya los años que la tira retrató: “Mafalda es la añorada imagen de aquella ‘Argentina buena’ de los años 60, con padres presentes, maestras con autoridad y policías que nos cuidaban en cada esquina”.
Tiras inolvidables
Según la historiadora uruguaya Isabella Cosse, autora del libro Mafalda: historia social y política (2014), esta historieta que para mucha gente es “la” historieta, se convirtió en un fenómeno social por todos aquellos sentidos emergentes que Quino puso en juego en las viñetas: nuevas juventudes, brechas de género y generacionales, una mirada ambientalista, entre otras nuevas olas del mundo que surgían en la década de 1960, como los Beatles, tan venerados por Mafalda.
Quizá es imposible separar esa participación discursiva de la historieta de los motivos más personales que existen para que se haya integrado a la memoria emotiva de miles de personas que recuerdan tiras de Mafalda en conexión con vivencias propias, como otras personas evocan momentos de Los Simpson.
Lisa Daveloza cuenta que hace unos días nomás, mientras hacía compras en Colombia, donde vive desde hace poco, su cabeza volvió a la criatura quinesca: “Esa tira en que la mamá le da plata para ir a comprar fideos que no tengan tal cosa pero sí tengan tal otra y bla bla, entonces ella dice que le dieron ‘una beca para fideología’. En el mercado, comprando huevos, que allá se clasifican por tamaño y por peso, le dije a mi marido que había conseguido una beca para ‘huevología’”.
El dibujante y humorista Chumbi, llegado a este planeta en 1966, describe, como quien repasa una foto con los ojos cerrados: “Guille, el hermanito de 3 años, está tirado en el piso dibujando, transpirado, los pelos revueltos, la cara y las manos manchadas de tinta, totalmente compenetrado en medio de un desastre de marcadores, lápices y papeles, con sus garabatos desparramados por todos lados. Su papá lo ve desde atrás de una cortina y sigilosamente va a buscar su máquina de fotos para retratarlo en acción sin que se dé cuenta. Cuando llega con la cámara preparada para enfocar al pequeño artista en acción, lo encuentra posando impecablemente vestido y peinadito, con todas sus herramientas perfectamente ordenadas y los dibujos acomodados como para una exposición. Esa tira muda, sin diálogos, me encantaba tanto que la volvía a ver una y otra vez”.
Agrega Chumbi: “Todo era igual a lo que había en mi mundo, el departamento, la maceta, los zócalos, las cortinas, los lápices y marcadores, la máquina de fotos en manos de papá o mamá, la vivencia de dibujar con intensidad. ¡Yo también dibujaba tirado en el piso y tenía una tortuga!”.
Reparto de roles
Bellini dice que en el esquema de posibilidades de identificación que ofrecía Quino le tocó una mezcla de Guille (por hermano menor) y Felipe (por tímido y callado). Y evoca especialmente una tira bastante singular, de viñeta única y sin texto, pero con múltiples siluetas del mismo personaje: “Felipe ve a Muriel (la chica que le gusta, y cuya presencia lo inhibe por completo) sentada en un banco de la plaza, toma envión con total convicción y cuando está acercándose a ella, pega la vuelta, en una suerte de parábola de la vergüenza, y va a aceptar su derrota sentado en el pasto, abajo de un árbol”.
“Es una favorita por varias razones. Primero, por identificación. Pero también por la potencia de lo formal y porque permite apreciar todo el virtuosismo de Quino en la gestualidad de los cuerpos como medio de comunicación”, completa Juan Pablo.
Mariana Salina tiene varias tiras preferidas, pero coincide con la elección de Bellini: “Esa secuencia siempre me voló la cabeza por cómo muestra de manera resimple y superinteligente la timidez de un niño”.
Paredes es de los que evocan al pequeño Guille, con un recuerdo que, dice, fue crucial: “La historieta que me marcó la vida y definió mi futuro es esa cuando el hermanito de Mafalda dibuja toda una pared y se sorprende por la cantidad de cosas que hay adentro de un lápiz”.
Y Chumbi cierra: “Mafalda, su familia, su barrita de amigos, y el trazo y la sensibilidad de Quino están en mi corazón desde que tengo memoria. Y allí siguen”.