En una época en que los hechos se han tergiversado hasta la falsedad, María Teresa Andruetto le imprime a la realidad un barniz literario para extraer sus mayores verdades en Como si fuesen fábulas, su flamante compendio de artículos breves. La escritora cordobesa reconocida a nivel internacional con el premio Andersen expresa su compasiva mirada comprometida en esta miscelánea de crónicas, perfiles y lecturas, abarcando de la Biblia al peronismo, de la conquista de América a la inteligencia artificial, siempre atendiendo a las injusticias sociales, la violencia cíclica y los márgenes soslayados de la historia. Correctas pero nunca condescendientes, estas reflexiones son el testimonio sabio de una escritora activista en todo sentido, que fomentó tanto causas y movimientos políticos como la práctica íntima y silenciosa de la lectura.
Los últimos hablantes de lenguas aborígenes, la perturbadora continuidad comercial de los aviones que participaron de los “vuelos de la muerte” o el último cuento escrito por Rodolfo Walsh antes de su desaparición en dictadura son paradas decisivas del libro, que también guarda entradas más poéticas o curiosas dedicadas a la extinción de la paloma mensajera, la posteridad involuntaria de la fotógrafa Vivian Maier o la pérdida de sabor del tomate argentino. “La bolsa de la ficción” da acaso la clave del libro, en su mención a la teoría de la escritora Ursula K. Le Guin de que los relatos le permiten a la humanidad transmutar la vida en experiencia, lo crudo en cocido, dar forma a una leyenda empática que se comparta en comunidad.
De manera significativa, el tejido mixto de Como si fuesen fábulas nace de las intervenciones orales de Andruetto durante casi una década en el programa radial Nada del otro mundo, de Cristian Maldonado, que a partir de la pandemia la escritora se abocó a trasladar a escrito, a pulir y revisar (a cocinar, según Le Guin) para dar origen a estas cuasifábulas que ahora hallan una segunda vida en la atemporalidad del papel.

–El título del libro nace de un verso de Rita Baldassarri que hace de epígrafe: “Aquí se cuentan las penas de otros como si fuesen fábulas”.
–El título yo lo tenía en el cuore desde hace muchos años, antes de empezar a escribir estas columnas. A Baldassarri la leí en los últimos ‘80 o primeros ‘90, no es una poeta tan leída y conocida ni siquiera en Italia. Cuando he ido allá, he buscado libros suyos y aun en zonas cercanas a donde ella vivió había libreros que no la conocían. Esas líneas hablan de que esas penas son como fábulas, pero, claro, son dolores humanos, son reales, entonces el tema es cómo contar eso para que tenga una cocción que les permita a los otros absorber, recibir incluso lo no tolerable, lo insoportable. Pienso en el mito de Perseo y la Medusa, que no se puede mirar el horror a la cara de un modo crudo, hay que mirar su reflejo sesgado en el espejo para poder cortarle la cabeza al monstruo. Nosotros no le cortamos la cabeza a ninguna Medusa lamentablemente, pero sí que en esa triangulación de la escritura uno puede ver el horror o la expulsión o el dolor, hacer una pirueta para llegar al otro y recibirlo en el corazón, afectivamente, no quedarse de piedra ante el dolor. Es lo que yo intento.
–Muchos de los artículos hacen hincapié en pueblos, culturas, lenguas, sitios o animales en extinción. ¿Qué indican esos olvidos y borramientos?
–Yo desde chica tuve, no sé por qué, una mirada hacia el otro expulsado, enfermo, dolorido o rechazado, en parte por el lugar donde vivíamos, por cómo nos criamos. Conté en Una lectora de provincia que vivía con mi familia en un conventillo de un barrio en Oliva, en las afueras del pueblo. Ahí vi muchas cosas, distintos tipos de dolores humanos, sumado a que estaba el asilo de enfermos mentales con siete mil pacientes, muchos de ellos andaban por el pueblo y nosotros los veíamos. Siempre sentí empatía por el sufrimiento de los otros. “Qué hacer ante el dolor de los demás”, dice Susan Sontag. Lo que uno hace con la escritura es arrojar un poco de luz sobre algunas zonas sociales que a veces no vemos por estar adormecidos. Yo viví tres momentos de mi vida en contextos de marginalidad, por distintas situaciones. No me sentía yo marginal aunque vivía como los otros, creo que porque en mi casa de infancia había libros, y si bien viví muchos años precariamente tenía esa riqueza interior que pueden darnos los libros, las lecturas, ciertos saberes. Pero viviendo próxima a personas que no tenían tal vez esto que yo sí tenía, pude comprender más de esos modos de vivir, de esas vidas. Y no solo vi marginalidad: vi belleza, bondad, solidaridad. Junto con cosas difíciles, duras, violentas, vi también luminosidad. Y a veces no se logra captar eso.
–Escribís que atravesamos un “suicidio social”. ¿Cómo ves la actualidad?
–La selección que hice para el libro tiene que ver con eso, con episodios de injusticia social, de olvido de los otros, de los nadie, el desprecio al otro, a veces como políticas, a veces por conductas arraigadas en lo social. Eso ha estado siempre, y hay épocas en que ha estado más que en otras. Porque si se habilita desde el discurso público, las autoridades, los gobiernos, los representantes de la justicia, eso aflora en la sociedad, en los individuos se acentúa ese rechazo, ese desprecio. Hoy estamos viviendo en nuestro país y en el mundo una gran pérdida de derechos adquiridos que pensamos que podían ya quedar para siempre, beneficios relacionados con las jubilaciones, los ancianos, los niños, las personas con enfermedades terminales o crónicas, la vivienda, una quita de lo más necesario en las zonas más sensibles de la sociedad con la que un sector o unos suprapoderes provocan la muerte de muchas personas. Hoy leía que un jubilado que fue soldado en Malvinas se suicidó porque no podía cubrir sus remedios. Es decir que, cuando era un muchachito, se lo mandó a que peleara por las islas, vivieron allá horrores, luego estuvimos años para reconocerles lo que habían tenido que sufrir para que pudieran tener una pensión; y luego eso no alcanza y cuando esa persona que era un héroe de la nación es anciana, no puede cubrir sus gastos y la tristeza lo hace despedirse de nosotros. Realmente es tremendo. Un maestro en cuyas manos ponemos un hijo, un nieto, tiene un sueldo de arranque de 450 mil pesos. Ni aunque trabaje en dos turnos logra cubrir la canasta básica. Eso es una vergüenza para la sociedad, y no se ve una salida por el momento.
–Referís en el libro al genocidio en Gaza, con menciones a las vidas trágicamente extraordinarias de Primo Levi y de Raphael Lemkin. ¿Qué opinión te merece el conflicto? ¿Qué implica que involucre a Israel?
–Hemos formado un pequeño grupo de personas relacionadas con la literatura para niños a instancias de David Wapner, un escritor argentino que vive en Israel cerca de la frontera norte de Gaza. Con él, Laura Escudero, Matías Trillo y Adolfo Córdova hicimos una carta pública que tiene muchas firmas, un pronunciamiento focalizado en los asesinatos de niños, el infanticidio en Gaza. Yo pienso que es un genocidio y pienso en esta frase de Levi de que las víctimas son personas como todos, entonces una víctima puede en otras circunstancias convertirse en victimario. Recuerdo un libro que me impactó mucho de David Grossman, un escritor y ensayista israelí muy crítico con las políticas de expansión israelíes, Escribir en la oscuridad, y él ahí dice que Israel nace sin límites, es una sociedad y una construcción social que no tolera los límites, y que eso se está viendo ahora con toda claridad. Es doloroso, me imagino, para personas de ese origen, de esa comunidad, porque no todo el pueblo en Israel estará de acuerdo. Nunca son todos como tampoco éramos todos aquí en la dictadura, pero sin embargo hay un caudal importante que sostiene esas políticas porque si no, se caerían. Es Israel, son los Estados Unidos, es la comunidad europea que apoya, que mira para otro lado. Es Occidente que destruye a los otros, los árabes, los orientales, los indígenas, los sudamericanos, con distintos grados, de distintas maneras.

–Contraponés el alma a la inteligencia artificial a partir de un dicho de Martín Kohan. ¿Cómo evalúas las transformaciones tecnológicas vigentes?
–Lo que la inteligencia artificial hace es escribir de modo convencional a partir de ciertos elementos que, a su vez, son cargados por personas. Organiza algo, un relato, desde un punto de vista lógico, pero me parece a mí que al menos por el momento esta tecnología no puede crear un poema, un cuento, que trascienda, que toque al otro en su ser más profundo, porque todavía esos sistemas no pueden sentir dolor. Y la escritura, la creación está hecha en parte de ese dolor, de sentir algo de lo que el otro siente. Se me aparece esa canción que canta Bola de nieve que dice “si yo encontrara un alma como la mía”. La escritura es eso, un intento de ir de un alma a otra, o de una subjetividad a otra si no queremos darle ese nombre, como una hermandad subterránea que se produce entre quien escribe y quien lee, y que a la vez puede estar diferida en el tiempo, porque podemos leer a Dostoievski y conmovernos como si lo tuviéramos acá con nosotros. O un poema de la Dickinson. Hace poco releí un poema suyo sobre la esperanza, y hace casi doscientos años que ella no está, que escribió eso, y yo la sentía como que era para estos días.
Leer y escuchar
–Sugerís que el traslado de la estatua de Roca en Bariloche no cambiaría sustancialmente el poder enquistado de las oligarquías. ¿Qué alcance y consecuencias tienen las reparaciones y las denominadas “cancelaciones”?
–No estoy de acuerdo con las cancelaciones. Me parece que no es por ahí la cosa, porque sino hay una época en que se cancelan unas cosas y viene otra en que se cancelan otras, y nos vamos quedando sin nada, nos quedaríamos con producciones artísticas lisas, que no ofrecen resistencia, opacidad, que no hacen pensar, lo que Byung-Chul Han llama “las conductas del ‘Me gusta’”. Un “me gusta” no se le niega a nadie y eso no tiene ni compromiso ni resistencia. No me interesan las cancelaciones ni de los movimientos de derecha ni de los de izquierda ni las que se han hecho desde el feminismo o la protección de los niños. Sí considero que uno puede hacer un trabajo docente, el que hacen los maestros y los profesores, para seleccionar, pero no la prohibición y la limpieza de lo que molesta o se sale de lo políticamente correcto. La corrección política es la mayor enemiga del arte. Lo de la estatua de Roca me sirvió a mí por otra parte para hacerme preguntas a partir de leer y escuchar lo que se preguntan otros, los habitantes de Bariloche, las comunidades originarias, los historiadores, estoy muy interesada actualmente en la monumentalización del pasado. Pueden ser tanto Roca como los años setenta, pero yo creo que lo que se ve, lo que se toma del pasado es importante que dialogue fuertemente con el presente. Que no se quede en ese lugar idealizado, en un sentido o en otro. Entonces, con respecto a Roca, la pregunta es qué es mejor, que la estatua se quede ahí, que sirva para que quienes no lo quieren por el genocidio cometido y tienen otra posición política o social le tiren pintura, excremento o lo repudien, que sea un lugar a donde se lo pueda ir a repudiar o a enaltecer. O es mejor que se lo saque y se lo ponga en un lugar donde nadie o pocos lo vean para que no moleste, para que no nos interpele. Es una pregunta, ¿no?
–Tu obra ha alcanzado reconocimiento mundial, pero has hecho toda tu trayectoria en Córdoba. ¿Cómo se transluce esa pertenencia en tu trabajo?
–Hice todo desde Córdoba, nunca se me ocurrió vivir en otra parte. Y cada lugar tiene su singularidad, pero este es mi lugar, entonces yo miro acá. Es más, miro mucho los pueblos de la llanura cerealera, que es como un laboratorio social donde puedo ver cosas mías y de otros, que me gustan y que no, son como micromundos. A veces ese pueblo de la llanura es el que está ficcionalizado en Aldao, en mis últimos libros, pero las más de las veces no está nombrado. Yo evito nombrar Córdoba o nombres de pueblos, pero siempre estoy situada acá. O los personajes se han ido, o vuelven, o extrañan o repudian esto que hay acá. Es el anclaje de la memoria y la emotividad, esta Córdoba con sus aspectos que me gustan y otros aspectos que no, como la vida toda. Cada lugar que uno mire puede ser un Aleph desde el que uno vislumbra el mundo entero, los dramas humanos, los errores, los aciertos, la inmensa riqueza humana y estética, natural, que tiene cada sitio en el mundo, cada lugar que uno hace propio.

Para leer Como si fuesen fábulas
María Teresa Andruetto. Penguin Random House. 224 páginas. $ 22.999.