La excepcional trayectoria novelística de Minae Mizumura (Tokio, 1951) se termina por verter al castellano con la publicación de su debut Luz y oscuridad, una continuación, otra cabal muestra de su osada estela innovadora en la literatura japonesa de las últimas décadas.
Al igual que el resto de sus novelas (Una novela real, La herencia de la madre y Yo, una novela), la autora trabaja aquí con la cita y la reescritura de un texto canónico, la inconclusa y póstuma novela Luz y oscuridad (1916), del magistral Natsume Soseki.
Buscando imitar sin pretensiones el estilo de Soseki y partiendo del capítulo 188, en el que el autor había abandonado trágicamente a sus personajes, Mizumura lleva adelante la trama de adulterio que involucra al triángulo formado por el oficinista Yoshio Tsuda, su reciente esposa O-Nobu y Kiyoko, una antigua novia de Tsuda que reaparece para desestabilizar al matrimonio insatisfecho.
La mayor parte de la narración transcurre en una posada de aguas termales en la montaña en la que Tsuda y Kiyoko se encuentran a espaldas de O-Nobu, y en una época emblemática de inicios del siglo 20 –coincidente con el final de la era Meiji y el inicio de la era Taisho– que Mizumura debió recrear anacrónicamente desde la década de 1990 en que vivía al escribir el libro.
Profanación amable, homenaje mimético, clausura imposible, Luz y oscuridad, una continuación es un despropósito doble si se tiene en cuenta que significó la irrupción literaria de Mizumura, quien dio así su primer paso con la “continuación” de una voz y un argumento que no eran los suyos.
“La literatura nos iguala a todos”, remarca utópicamente la autora en el epílogo, que con su ejercicio de tensión, equilibrio y sobriedad en torno al trabajo de Soseki demostró que la intervención lúdica de la tradición puede ser la mejor manera de seguir entablando un diálogo legítimo y respetuoso con ella.
Esa actitud tan original como fidedigna hacia el pasado acaso obedezca a la distante estadía de juventud de Mizumura en los Estados Unidos, de donde volvió a Japón para constituirse en una escritora férreamente apegada a la lengua japonesa.
¿Qué impulsó a la autora a emprender la provocadora empresa de Luz y oscuridad, una continuación? ¿Cree la narradora en la autoría, o toda firma es un espejismo? “Los recuerdos son a menudo construcciones. Pero recuerdo claramente ciertos motivos que me llevaron a asumir el desafío de proseguir el libro de Soseki, el escritor moderno más relevante de Japón. Cuando volví al país al comienzo de mi treintena, aspirando a ser novelista, se corrió el rumor de mi llegada, y algunos editores se me acercaron alentándome para que escribiera sobre mis experiencias en el extranjero; un pedido natural, dada mi rara biografía. Pero fue entonces que me di cuenta de algo: no quería comenzar mi carrera escribiendo sobre mí. Siendo una escritora en ciernes, no quería que me definieran por quién era yo como persona, una mujer que había crecido en los Estados Unidos”, revela Mizumura por mail.
Y completa: “Supongo que quería que mi primera obra tratara sobre el acto propio de escribir. Después, en cierto momento, me llegó la revelación. ¡Está Luz y oscuridad! ¿Qué mejor manera de iluminar el puro acto de escribir que internarse en la voz de Soseki y escoltar la historia hasta su cierre, continuando un relato que al mismo tiempo no tenía nada que ver conmigo? Había leído los libros de Soseki innumerables veces durante mi exilio estadounidense y me sentía confiada de poder replicar su estilo de modo que los lectores no pudieran saber a quién pertenecía la oración que estaban leyendo. Yo aún era joven y un poco descarada, considerando que por aquel entonces las escritoras mujeres no eran tomadas muy en serio. Muchos escritores reconocidos habían especulado sobre cómo podía terminar la historia de Soseki y, sin embargo, ninguno se había atrevido a finalizarla. Quizás tenían mucho que perder en la comparación con él. Yo en cambio era una suerte de proletaria. ¡Lo único que tenía para perder era mi absoluto anonimato!”.
Con su eje enfocado en el drama amoroso, Luz y oscuridad, una continuación funciona como espejo anticipatorio de Una novela real, la obra maestra de Mizumura que ha sido reeditada en estos días por el sello Adriana Hidalgo. La primera y casi escénica ficción de la autora contrasta con la amplitud oceánica de Una novela real, que atraviesa varias décadas del Japón moderno con una historia de amor que vuelve sobre los pasos del clásico Cumbres borrascosas. ¿Qué le interesa a Mizumura de la intriga romántica?
“Cuando un escritor elige escribir sobre ciertos temas, no es siempre un resultado de su gusto personal. A menudo es la tradición del género la que dicta la elección –dice–. Tópicos como el amor, el deseo y el adulterio han sido centrales para el desarrollo de la novela moderna en Occidente. Y se tornaron centrales en Luz y oscuridad, de Soseki. Fueron también centrales en Cumbres borrascosas, la obra que inspiró a Una novela real. No era que yo sintiera una afinidad especial por la temática de la obra de Emily Brontë, sino que más bien estaba fascinada por su poder puro como obra de ficción y soñaba con capturar aunque sea una fracción de esa potencia en mi trabajo. Más que explorar estos dramas sentimentales, yo los exploto para explorar las posibilidades de la novela”.
Retorno al pasado
–¿Qué implicó volver a la época de la obra de Soseki casi un siglo después?
–Disfruté enteramente el retorno al pasado, el ánimo de evocar lo que era entonces la existencia en Japón. Fue una diversión genuina. Como lectora, tiendo a leer rápido, con frecuencia pasando por alto lo que me parecen detalles superfluos. Pero como novelista, y especialmente en trabajos como Luz y oscuridad, una continuación, me incliné por lo contrario. Realicé un esfuerzo para nombrar y describir los objetos cotidianos que alguna vez caracterizaron la vida japonesa y que ya no existen: una cartera de seda, un paraguas de papel, una tetera de hierro. Japón ha cambiado tan radicalmente a lo largo del siglo 20 que sentí una especie de obligación –como testigo parcial y ciertamente como escritora– de registrar lo mejor posible el modo en que se sentía la vida rutinaria en ese mundo anterior.

–¿Cómo operan la luz y la oscuridad en el relato de Soseki y en la continuación suya? ¿Debe leerse esa dinámica en términos orientales?
–El título original, “Meian”, se compone de los términos chinos “luz” y “oscuridad”. Por extensión, puede significar “la fortuna y los infortunios del destino” o incluso “el bien y el mal”. Tsuda afronta con recurrencia momentos en que debe hacer lo correcto y decirle a su mujer la verdad. Y sin embargo, él siempre opta por no hacerlo. No solo porque le falte coraje, sino porque a un nivel más fundamental no se toma la vida lo suficientemente en serio; él piensa que la vida de alguna manera jugará a su favor al final. Así, cada vez que se encuentra con un obstáculo, adopta de manera invariable el camino fácil, que es también el incorrecto: el camino oscuro. Esta dinámica lo conduce eventualmente a una cadena de eventos que ha intentado evitar. En mi continuación busqué acentuar esta dinámica, pero no pienso que sea particularmente “oriental”. Para todos nosotros, la vida es un largo viaje plagado de incontables obstáculos. Si seguimos tomando malas decisiones en los momentos críticos, especialmente los morales, entonces nunca lograremos la paz mental, aun si de algún modo terminamos volviéndonos el presidente todopoderoso de un país todopoderoso. Dicho esto, me siento de todos modos impulsada por la lógica moral que gobierna la tradición de la novela. En la ficción, lo bueno generalmente es recompensado; y lo malo, castigado. La vida real rara vez es tan complaciente. Tal vez por eso necesitamos siempre de la literatura, para compensar la cruel indiferencia de la vida.

Para leer Luz y oscuridad, una continuación
Minae Mizumura. Adriana Hidalgo. 376 páginas. $ 28 mil.