Una dimensión crucial en la que encuadrar la corrosión democrática actual es la moral, ante la evidencia cotidiana de que los parámetros tradicionales de lo que es correcto e incorrecto se alteran con vértigo insólito y preocupante. Retomando el análisis de las transformaciones subjetivas ocurridas a la luz del advenimiento digital que ensayó en los indispensables El hombre postorgánico (2005) y La intimidad como espectáculo (2008), la antropóloga Paula Sibilia se concentra en las tipologías del cinismo y la hipocresía para reflexionar sobre el estado de cosas en Yo me lo merezco, su último libro.
Si la hipocresía y la represión caracterizaban a la doble moral de la política convencional, propia de un yo burgués que delimitaba claramente la esfera privada de la pública, los nuevos cinismos expresados sin filtro en discursos presidenciales o en las redes sociales dan cuenta de un yo desbordado y sin interioridad que basa su discurso en el desenmascaramiento, el ataque frontal y la demanda sin consideración del otro; una contracara eufórica del horizonte triste de adicciones, depresiones, fobias y ansiedades que asolan a la psiquis colectiva. “Yo me lo merezco” sería el mantra de esta era de retroceso civilizatorio, mixtura nacida del autoritarismo y la atomización neoliberal.
¿Qué llevó a la autora a privilegiar la lectura moral? “En las últimas décadas se han fraguado cambios profundos, transformaciones históricas para las cuales no estábamos preparados –dice la investigadora argentina radicada en Brasil–. Yo vengo estudiando las tecnologías digitales de comunicación desde una perspectiva antropológica: la veloz ‘compatibilización’ que desarrollamos con esos aparatos y su impacto en nuestros modos de vivir. Eso no significa que los celulares, las redes sociales o internet sean la causa de este cambio de época, pero son un ingrediente importante, quizás el más obvio, entre otros factores socioculturales, políticos y económicos que vienen impulsando esa transformación y nos llevaron a inventarlos. El campo de la política se ha visto especialmente afectado, con la ascensión de nuevos movimientos y personajes que habrían sido inimaginables poco tiempo atrás, pero creo que se trata de algo más denso y básico: un cambio en la moralidad vigente. Una metamorfosis en la composición del ‘suelo moral’ sobre el cual nos movemos, y que ya no es el mismo de los siglos precedentes. De allí surgió esta idea de que la hipocresía burguesa estaría en declive: su fertilidad se ha agotado tras el éxito que supo cosechar en la modernidad”.
Y completa: “Lo que destacaría es la fuerza centrífuga que caracteriza a la nueva moralidad: si cada cual siente que puede y merece lo que quiere, sin reconocer los derechos de los demás, los consensos que antes encarnaban en pactos míticos como los ‘contratos sociales’ o las ‘constituciones nacionales’ ahora se vuelven imposibles. No se trata más de ciudadanos supuestamente iguales ante la ley, que deben reprimirse en nombre de valores colectivos y consensuados, sino de consumidores cuyos deseos personales son enaltecidos y deberían poder realizarse ignorando cualquier límite. La ‘inteligencia artificial’ se nos presenta ahora como un avance técnico, una sofisticación de las herramientas digitales con las cuales ya nos compatibilizamos, con sus desafíos y promesas cada vez más infinitas. Pero el problema de base persiste, incluso se agiganta: si todo lo podemos y nos lo merecemos, ¿por qué no lo logramos? La frustración y el resentimiento, que ya marcan el presente, quizás se intensifiquen más, lo cual no deja de ser paradójico si pensamos que se trata de incorporar novedades que nos habilitarían a realizar proezas inconmensurables”.
Nuevo suelo
–Con respecto a los políticos cínicos, tu análisis sugiere ambivalencias: que la rebeldía anárquica no es más que una reacción a la verdadera anomia, y que la obscenidad espectacular de esas manifestaciones esconde nuevas opacidades. ¿En qué medida estas figuras son una mascarada disuasoria?
–La suya es una autenticidad “performática”, plagada de mentiras y payasadas heredadas del espectáculo mediático, como inevitablemente constatamos. Pero lo que importa es otra cosa: estos personajes no son hipócritas, o no parecen serlo. Para mucha gente, tienen el supuesto coraje de decir “verdades” que antes eran impronunciables y que aún escandalizan a más de uno, aunque quizás revelen hasta qué punto nos habíamos acostumbrado a tolerar falsedades que ya no se sostienen. Hace más de dos siglos se viene prometiendo igualdad y fraternidad entre los ciudadanos, servicios públicos universales de calidad, derechos humanos para todo el mundo, etcétera. La hipocresía es obvia, ya que por más que en algunos casos hubiera buenas intenciones, ingenuidad o falta de recursos, lo cierto es que muchos quedaron afuera de esas promesas incumplidas. Por eso, quienes recurren a las estrategias que yo llamo “cínicas” tienen una ventaja enorme: no necesitan fingir que se preocupan con la (falta de) suerte del otro. No les hace falta ser hipócritas ni cargar con el peso de ese pasado. De allí su inmensa fuerza disuasoria, incluso las fuertes identificaciones y los fanatismos que despiertan, así como la indignación y el odio hacia el supuesto “enemigo”, que sería el culpable.
–Citás la frase de Malcolm X de que “La democracia es hipócrita”. ¿Le cabe también un rol cínico a la izquierda en la polarización con las derechas segregacionistas? ¿Qué papel juegan estos extremos en la nueva moral?
–Si bien la idea de que hay una “polarización” parece obvia y se ha naturalizado, propongo verlo desde otra perspectiva. El cambio histórico que nos lleva de las tecnologías analógicas a las digitales, desde una era mecánica e industrial a una informática y algorítmica, no se puede abarcar con categorías desgastadas como derecha e izquierda, que tal vez se extingan en esta transición porque ellas mismas son fruto de aquella modernidad hoy debilitada. El agotamiento del “suelo moral” hipócrita no se limita a un “polo” o a un sector de la sociedad, por más que ciertos movimientos políticos los hayan capitalizado de manera ejemplar y con suma velocidad. Aunque se trate todavía de una transición, los cambios están sedimentados e involucran a toda la sociedad: ya todos estamos pisando este nuevo suelo, por más que algunos estén mejor adaptados que otros. Eso no significa que no haya responsabilidades para atribuir y que las (auto)críticas no sean bienvenidas, por el contrario, lo considero crucial. Pero por más desorientados que algunos estemos, la historia continúa. Entonces, ¿vale la pena seguir aferrándose a valores e instituciones anquilosadas que dejaron claras sus grietas, sus hipocresías y sus suciedades barridas debajo de la alfombra? O, tal vez, ¿no sería mejor aprovechar la oportunidad para lanzarse a inventar algo nuevo?
- Yo me lo merezco. Paula Sibilia. Taurus. 128 páginas. $ 17.999.