La encontraron vagando en una esquina de Moscú. Callejera pura, mezcla de husky y de terrier, más otros cromosomas cruzados de canis lupus familiaris sin domicilio fijo. La llamaron Laika (Ladradora).
Sus captores trabajaban para el programa espacial soviético. Fue llevada a un centro de entrenamiento y elegida entre otros congéneres recogidos de la calle para convertirse en la primera cosmonauta de la historia.
En plena Guerra Fría, midiéndose con los Estados Unidos el tamaño de sus cohetes, el lanzamiento del Sputnik 1, el 4 de octubre de 1957, había adelantado a la URSS en la puesta en órbita del primer satélite artificial.
Casi encima de ese triunfo, Nikita Kruschev, primer secretario del Comité Central del Partido Comunista, ordenó el paso siguiente: poner a un ser vivo en un vuelo orbital.
Suponían que Laika, al igual que otros cuzcos sin amo ni casa, debía estar habituada a soportar condiciones extremas. El scouting se hizo entonces entre perros y perras que vagabundeaban afrontando el hambre y el frío de las calles moscovitas. Así en la Tierra como en Cielo, deben haber razonado los genios del programa espacial.
El entrenamiento incluía meter a los animales en máquinas centrifugadoras, para simular los sacudones del despegue. Otras torturas eran adiestrarlos en situaciones de confinamiento y alimentarlos con un gel proteico que sería su única comida en el viaje al cosmos.
Laika fue la única que se la bancó.
Así comenzaba una obsesión humana que acaba de cruzar un umbral. Hace unos días, SpaceX, la compañía del inefable Elon Musk, logró que un multimillonario hiciera una caminata espacial.
Un mono (argentino) en el espacio
En 1969, tras el alunizaje del Apolo 11, la Argentina también daba sus primeros berridos espaciales. Un cohete llamado Canopus II despegó desde el Centro de Experimentación de Chamical, en la provincia de La Rioja. A bordo viajaba Juan, un mono caí que la Gendarmería había capturado en Misiones.
La idea fija era poner en órbita al “primer astronauta latinoamericano”.
El vuelo duró unos 15 minutos y quedó registrado como una proeza de la astronáutica nacional. Juan volvió intacto. La cápsula descendió en la salina La Antigua, a 60 kilómetros de donde había despegado.
Sus credenciales de primer “argentino” en un viaje al espacio exterior están, sin embargo, en discusión. Un ratón llamado Belisario, nacido en el Instituto de Biología Celular de la UNC, había sido lanzado desde la Escuela Aerotransportada de Córdoba en 1967.
Juan medía 30 centímetros y pesaba casi un kilo y medio. Pasó los últimos años en el zoológico de Córdoba, mirando a los visitantes con cara de extraterrestre. Pero esa es otra historia.
Hijo de perra
Laika tuvo un fugaz momento de mascota antes de su vuelo de la muerte.
Vladimir Yazdovsky, un médico encargado de entrenarla, la llevó a su casa para otorgarle unas horas de felicidad familiar. O para lavar culpas.
La tarde del 3 de noviembre de 1957, Yazdovsky metió a Laika en la cápsula del Sputnik 2. La perra murió calcinada unas horas después del despegue, a causa de una falla en el sistema térmico de la cápsula. Las autoridades mintieron y dijeron que había sobrevivido una semana mirando la Tierra desde la escotilla.
El Sputnik 2 permaneció en órbita durante cinco meses. Se desintegró al precipitarse a la atmósfera terrestre, en abril del año siguiente, según estaba programado. Todos sabían que Laika, a diferencia del mono Juan, no iba a volver.
En Una ballena es un país, un libro de belleza melancólica sobre los animales, Isabel Zapata imagina a Yazdovsky escribiendo un mensaje de perdón: “Me hiciste falta desde que besé tu nariz fría antes de abrocharte el cinturón. Unos días antes de la misión, te llevé a casa a jugar con los niños. Corrías feliz de un lado a otro, y ellos te daban salchichas, te ponían suéteres y bailaban haciendo círculos alrededor de ti, aullando como perros para divertirte”.
Sus apodos eran Limoncito o Ricitos. Su figura y su nombre están grabados en el Monumento a los Conquistadores del Espacio, junto a Lenin.
El fantasma en llamas de la perra se acerca a la cama y acosa al obediente médico ruso, soltando humo por el hocico: “Ofrecimos tu vida como prueba de la nuestra –imagina Zapata que piensa el científico–. El éxito ha sido enorme y absurdo. Laika, Limonchik, rizadita: olvidaré lo que aprendimos, pero no olvidaré tu nombre”.