Podría empezar por el pueblo que desaparece, por los muertos que tienen que cambiar de lugar, por el veneno derramado, por el escopetazo, por la muralla.
Para hablar de Algo que nadie hizo, de Matías Aldaz, la novela ganadora del concurso La Novela del Verano 2024 que organiza la editorial marplatense El Gran Pez, es apropiado comenzar por una de las escenas que evoca el narrador.
La escena es así: “Papá, en la otra cuadra, pasando el ceibo grande, sentí un perfume lindo, ¿qué es? Es el ñangapirí que poty jerá, hijo, me decía. También me decía siempre que si no había árboles donde viviera, tampoco iba a haber pájaros, ni sombra, pero que, sobre todo, lo que nunca iba a haber era consuelo. Y cuando llegué acá, no había nada de eso”.
En Algo que nadie hizo hay ingredientes centrales que se van intercalando mientras algo denso cae en picada sobre este pueblo acechado por una oscuridad distante e indescifrable. Es un tiempo aciago, donde hay mudanzas de casas y vidas, donde hay extrañezas y eventos extraordinarios que apenas logramos ver donde se tensan los hilos y habita el misterio.
Aldaz nos ofrece la cámara un rato y luego, con un gesto amable, nos la quita. La ternura, los árboles, y la cinematografía en superocho, la dulzura de otras lenguas, como el guaraní, tamizan los desastres cotidianos de una familia. Observamos esas vidas, retazos de sus pasados, el inicio y el ocaso de sus amores, vemos esos jirones que se las arreglan para seguir existiendo. O no.
La ternura funciona como un químico revelador donde se muestra, con extrema sutileza, el corazón del narrador: un músculo agotado, hecho de tristezas y soledades, que aun así hace el ejercicio de rescatar las huellas que nos revelan de qué está hecho. El protagonista –un hombre de oficios, que trabaja la madera, que construye y que también deshace, que visita un pueblo vacío por las noches y entra a casas también vacías– dice lo que quiere decir y nada más. Lo que se guarda en su pecho es porque no tiene que salir a la luz.
Aldaz, nacido en Federación en 1976, prioriza la síntesis poética: explota al máximo la potencia narrativa de una imagen. En las narraciones de unos videos filmados en superocho, observamos el inicio de una familia, el hijo pequeño haciendo sus gracias luminosas, el padre registrando esas interacciones de lo cotidiano, la belleza de los instantes definitivos, fugaces. Todo aquello que no volverá. Entonces, el protagonista les entrega su amor a los árboles, donde habita la vida frente a una honda lista de ausencias y desgracias.
“Un aromito. Un ñandubay. Una mangueira”, escribe Aldaz, quien mediante el lenguaje de los árboles nos ofrece la ternura, nos da la sombra necesaria, nos hace respirar en medio del dolor y el olvido.

Para leer Algo que nadie hizo
Editorial El gran pez
168 páginas.