En julio de 1990, el presidente de Estados Unidos, George H. W. Bush, anunció el inicio de la “Década del cerebro”. El mandatario buscaba consolidar el desarrollo de las neurociencias y, por extensión, afianzar una forma de entender la salud mental. “Este momento no surgió de la nada”, apuntó Robert Chapman. Su reciente El imperio de la normalidad es, entre otras cosas, una genealogía de aquella frase.
El ensayista inglés se propuso reconstruir la historia de la normalidad sin olvidar a Foucault, pero releyéndolo con Marx. Por eso su trabajo se detiene más en las transformaciones económicas que en los dispositivos que inquietaron al autor de La arqueología del saber.
Para Chapman, la revisión de los giros de la historia es necesaria para comprender la potencia del movimiento neurodivergente. Como la perentoria frase de Bush, el termino “neurodiversidad” emergió en la década del ′90, aunque pretendían cosas diferentes.
Los activistas que comenzaron a pensarla sostenían que no todos los cerebros funcionan de la misma forma −algo similar a lo que ocurre con la biodiversidad−; sin embargo, esto no debería conducir a la marginación o a las etiquetas clínicas. Rastrear los antecedentes del normalizante “paradigma patológico” es, en efecto, una manera de luchar contra la exclusión que padecen las personas con discapacidad.
La curiosa trayectoria de Francis Galton ocupa un lugar quizá demasiado iluminado en la investigación. Este científico es uno de los responsables de la expansión de la eugenesia, entendida aquí como la rígida clasificación de los seres humanos.
Lo que su primo Charles Darwin vio en la naturaleza, Galton lo vio en la sociedad: el paradigma patológico terminó de definirse cuando su noción de promedio invadió el campo de la medicina y la antropología. Del mismo modo, según Chapman, el experto nacido en 1822 fue el primer hombre en clasificar estadísticamente a las mujeres, algo que las redes sociales, comenzando por Facebook, continúan explotando.
Otra figura sobresale en el volumen. Se trata de Thomas Szasz, el psiquiatra que instaló explosivos en su propia disciplina. La antipsiquiatría, que cuestionó la idea misma de salud mental en los ′60, terminó interpretando un papel ambiguo.
Como propuso Mark Fisher, individualizar las patologías, hacerlas un asunto personal, es también quitarle responsabilidad a todo lo demás, algo que Szasz –devoto seguidor del economista Hayek– no cuestionó. Lo que parecía una revolución en realidad era una reacción.
Más allá de algunas críticas superficiales (sobre Freud: “Hoy, aunque gran parte de su obra sea rechazada”), la apuesta del libro es valiosa al ir más allá de las imperiosas reformas que pretendió el modelo social de la discapacidad.
La neurodiversidad, entonces, puede ser vista como una identidad más en una coyuntura neoliberal que divide y reina. También puede ser pensada como la renovación de las herramientas de combate.

Para leer El imperio de la normalidad
Robert Chapman
Caja Negra Editora
254 páginas