En tono confesional, autobiográfico, la nueva novela de Claudio Zeiger (Buenos Aires, 1964), Iniciación a la noche, narra cómo sobrevivió “a la noche, al sexo y a la literatura, concebidos como hechos malditos”, desde “el camino inverso: el de la construcción de la experiencia, la revisión de lo actuado, la composición arduamente buscada, la indagación acerca de las formas”.
Es un juego altamente productivo, en el que el narrador no se toma respiro ni cae en la autoindulgencia en ningún momento, y por ello mismo es que no da respiro al lector. Es un juego escrito en o a través de una tensión de imaginarios literarios, incluso, ya que Zeiger se refugia en la “conmovedora resistencia a hacer literatura” de Carlos Correas, aunque su aspiración fuera aproximarse al “vibrato cocorito teñido de cierto lirismo enfático” que despliega Michel Foucault en el prólogo de La voluntad de saber.
Esa tensión marca, o determina, si se quiere, el posicionamiento de Zeiger en la exploración y la experimentación de la noche: siempre más marginal que central, como quien espera ser seducido antes que ser el seductor porque no se cree apto para el gran salto; siempre bebiendo alcohol malo por elección, no necesariamente por falta de dinero ni por desconocimiento o falta de gusto.
Esta noche también porta un malditismo politizado y cargado de realidad. Es la noche de los ‘80 y los ‘90. Es una noche que se extiende, entonces, desde la etapa final de la dictadura y la guerra de Malvinas hasta el arribo del sida, pasando por la primavera alfonsinista y la era de la convertibilidad y la corrupción. Noche de límites y mandatos muy duros. En su comienzo, porque impuso la obligación de dejar de ser chicos, y se sabe que no hubo nada más irracional que querer seguir siendo un chico; en su cierre, porque desarticuló la posibilidad de seguir siendo joven y aceleró la madurez de la juventud.
Y es una noche con una muy rica biblioteca, plena de filosofía política, de teoría crítica y de literatura. Marx, Feinmann, Sabato, Masotta, Arlt, Perlongher, Badinter, Paglia, Deleuze, y siguen las firmas. Porque, en algún punto, el narrador va en busca de su propia identidad política, no solo sexual, y entiende, a su manera, que hay una fuerte conexión entre ambas; y porque, en otro punto, no pierde de vista que si bien el ingreso a su noche maldita está enmarcado por la política, habrá salida, habrá salvación, solo si la salida está del lado de la literatura: vivir la vida que valiera la pena ser vivida sin olvidar que “era para acumular experiencias, una preparación para la narrativa”… aunque ese juego lo lleve a considerarse, a su modo, un desertor.

Iniciación a la noche
Claudio Zeiger
Emecé
152 páginas