Cuando se debate sobre los acelerados cambios tecnológicos y su influencia social, reaparece un título de Umberto Eco en la discusión. Apocalípticos e integrados, publicado en la década del sesenta, suele emplearse para recordarnos que los extremos no son aconsejables.
Ni las posiciones celebratorias ni los enfoques pesimistas son recomendables si lo que se busca es descifrar qué hacemos con la tecnología (o qué hace la tecnología con nosotros). Si leemos el último libro de Jonathan Haidt, conviene no olvidar esta consabida lección.
La portada de La generación ansiosa contiene un extenso y explicativo subtítulo: Por qué las redes sociales están causando una epidemia de enfermedades mentales entre nuestros jóvenes. Se trata, en efecto, de un apretado resumen del ensayo.
El primer problema surge cuando se propone un análisis generacional más bien rígido. La tecnología dividió las aguas y hoy se reclama la inclusión en alguna generación disponible, como si nadie pudiera quedarse sin una etiqueta.
Los millennials son los nacidos entre 1981 y 1995, y la siguiente generación, la Z, es la que aglutina a los nacidos luego de 1995. Este demarcado grupo representará para el investigador la miga de sus preocupaciones, porque ellos recibieron el mayor impacto de la masificación de teléfonos inteligentes, computadoras portátiles y videojuegos.
Antes las alarmas sonaban cuando se hablaba sobre los males de la televisión. Todo cambia un poco.
El catedrático norteamericano relaciona (o encadena) el crecimiento de la ansiedad y la depresión con el progresivo predominio de internet y sus aplicaciones.
Así nació para él la generación ansiosa, con sus autolesiones, su sensibilidad rebasada y su atención descompuesta. El siguiente problema surge cuando al psicólogo social decide desatender un hecho notable: la hiperinflación diagnóstica, que fue denunciada incluso por los mismos psiquiatras que la provocaron, como Allen Frances.
Hoy se consideran síntomas graves conductas y sentimientos que antes no se consideraban como tales, razón por la cual amplios grupos pasaron a ser diagnosticados y, sobre todo, medicados.
El autor de La mente de los justos, especializado en psicología positiva y en las causas de la felicidad, les habla a los acomodados padres de la anglosfera y los intranquiliza: “Dado que la IA y la informática espacial (…) están a punto de hacer que el mundo virtual sea mucho más inmersivo y adictivo, creo que será mejor empezar cuanto antes”.
No se trata de festejar las clasificaciones que generan las redes sociales o aplaudir la vigilancia de los algoritmos ni, por supuesto, ignorar el acompañamiento que requieren los adolescentes hiperconectados.
Como dice Haidt, es necesario modificar leyes, controlar a las empresas y revisar la sobreprotección de las familias en el mundo real. Sin embargo, su trabajo falla cuando subestima la eficacia del poder neoliberal al mismo tiempo que excluye una (auto)crítica del campo de la salud mental, fusionado aquí y allá con la industria farmacológica.

Para leer La generación ansiosa
Jonathan Haidt.
Ediciones Deusto.
378 páginas.